En un rincón de San José llamado Tibás, una niña llamada Giselle Tamayo vivía rodeada de historias y estrellas. Desde pequeña, su vida estuvo marcada por mudanzas, viajes y la curiosidad. Su papá, dentista, y su mamá, una apasionada maestra unidocente, le enseñaron a amar el conocimiento y la imaginación. En las noches sin electricidad, su mamá la llevaba al corredor de la casa, donde juntas contemplaban el cielo estrellado y tejían relatos sobre mundos imaginarios y ciudades en la Luna, ya que las dos eran grandes aficionadas de la serie Star Trek.

Giselle aprendió a leer antes de entrar a la escuela, gracias a su mamá, quien también fue su primera maestra. Cuando su familia regresó a San José, ingresó al Colegio de Sion, donde descubrió su pasión por la ciencia.

Estudió Química en la Universidad de Costa Rica (UCR). Su dedicación la llevó a obtener una beca para realizar un doctorado en Berlín, donde llegó a donar sangre para obtener un extra de dinero. Sin hablar alemán, comenzó su aventura con una frase: “Mi nombre es Giselle”. En Alemania, enfrentó retos culturales y académicos, pero también logró publicar trece artículos científicos, un hito que marcó su carrera. 

Al regresar a Costa Rica, dedicó su vida a la investigación y a la docencia en la UCR, donde continúa investigando y formando a nuevos estudiantes. Fue una pionera en la bioprospección química y trabajó incansablemente en el INBio, donde combinó su pasión por la química con la biodiversidad. También ha liderado iniciativas para apoyar a mujeres emprendedoras y promover la curiosidad científica en niños y niñas.

Entre 2016 y 2021 se convirtió en la primera mujer presidenta del Consejo Nacional para Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT).

¿Cómo y dónde creció?

Mi papá no era muy sedentario, sino que se mudaba de ciudad bastantes veces. Cuando yo nací (soy la menor de cinco hermanos) vivíamos en Tibás, aquí en San José, pero al ratito nos mudamos para La Cuesta en Corredores, en el sur del país. Él tenía una finca que quería ver y además era dentista. 

Mi mamá era maestra de escuela cuando mi papá la conoció, y cuando decidieron pasarse para el sur, mi mamá era la maestra de la escuela unidocente. 

Yo tenía como cuatro o cinco años. En esa época no existía el kinder. Y lo que recuerdo es que acompañaba a mi mamá y eso era como mi kinder en realidad. Al poco rato de estar en La Cuesta, mi papá construyó una casa en Paso Canoas y ahí nos mudamos. Entonces, mi mamá se mudó de ser la maestra de la escuela de La Cuesta para ser la maestra de la escuela de Paso Canoas, también una escuela unidocente, y ella tenía que dar todos los grados.. Para mí, vivir en una zona tan alejada era bastante bonito en el sentido de que mi mamá me acompañaba mucho, o yo acompañaba mucho a mi mamá, y ella me contaba muchísimas historias. 

Una de las que siempre recuerdo y atesoro montones es estar en la parte de afuera de la casa, en el corredor, donde prácticamente no había luz, y ver las estrellas, ese firmamento tan estrellado, y entonces me contaba historias. Estoy hablando de 1965 o 1966, entonces pensábamos que podría haber cosas en la luna. Eran historias muy bonitas en las que ella me transportaba a otros mundos y pensábamos que podría haber, que podría existir en esos otros planetas o satélites que veíamos a la distancia, que no podíamos verlos a simple vista, pero ella inventaba cualquier historia bonita para estimular mi imaginación. 

Aparte de que nos encantaban todas las series de ciencia ficción, en ese momento la única que había era «Viaje a las Estrellas» y éramos fanáticas de esa serie, yo con mis seis años viéndola con mi mamá.

Y me gustaba mucho leer, aprendí a leer antes de entrar a la escuela porque mi mamá me enseñó. Yo pasaba el tiempo en un sillón leyendo o haciendo cualquier otra cosa, pero me entretenía muchísimo leyendo. Cuando entré a la escuela, mi mamá me exigía montones porque yo era la hija de la maestra. No me podía sacar una nota menor y nunca me ganaba ningún premio porque no quería que la gente pensara que yo estaba ganando los premios por ser la hija de la maestra. 

Quien me daba los premios era otro maestro que estaba en otro grado y era también unidocente. Ahí me gané premios, por ejemplo, con seis años uno de lectura y de comprensión. Se sorprendían porque mi mamá me acostumbraba a leer y, si no entendía una palabra, me decía: «Está el diccionario.» Tenía que ir al diccionario. Esa era mi escuela de primero a tercer grado. 

¿Volvieron a la capital?

¿Qué la impulsó a decir «realmente lo que quiero hacer es química»?

Cuando yo estaba en tercero y en cuarto año, empezamos a ver el átomo y ver cómo eran las estructuras electrónicas. Ese modelo que siempre nos tratan de explicar al principio que no existe, ese modelo concéntrico que no es en realidad el modelo del átomo. Pero de alguna manera se me parecía muchísimo y me transportaba a mis etapas de niña con mi mamá afuera viendo las estrellas. Y después, cuando fui viendo un poquito la formación del universo y todo eso, había como mucho paralelismo. 

Entonces yo decía, bueno, sí, es física porque física me encanta, pero en matemáticas no soy tan buena. Tal vez la química sea una opción que une muchas cosas en común con lo que yo aspiraba de niña. Obviamente quería estar en la nave de «Viaje a las Estrellas» en el Enterprise y ver cosas. Pero también ya a nivel de cuarto y quinto año, cuando yo me veía en el espejo ese de cinco años, ¿qué quisiera yo estar haciendo en cinco años?, yo me veía con una gabacha en un laboratorio farmacéutico, por decir algo. Entonces definitivamente era química.

Se habla mucho actualmente de esa brecha de género en las ciencias. Hoy en 2024, supongo que cuando usted cursó la carrera de química todavía debía ser más profunda esa brecha, ¿no?

Su siguiente paso fue irse a Alemania a hacer un doctorado. ¿Cómo fue esa experiencia y por qué Berlín? 

Gracias a mi profesor tutor de la licenciatura. Yo hice licenciatura, y mi profesor pasaba tres meses al año en Berlín en el laboratorio de un excelente profesor, uno de los mejores investigadores que ha tenido Alemania en el campo de la fitoquímica, Ferdinand Bohlmann. Él iba ahí, pasaba tres meses todos los años, y en alguna logró invitarlo a que viniera. Entonces me dijo que le hablara y que me acercara. El profesor me aceptaba en el laboratorio. 

Hice todos los trámites. Investigación porque en la tesis de licenciatura, para determinar si mi síntesis había sido exitosa, se descompuso el equipo. Entonces conocían mi trabajo y creo que eso fue un aliciente para ellos, decir bueno, esta persona sabe cómo se trabaja. 

Me dieron la beca y me fui a finales de septiembre a Berlín y allí aprendí alemán. Yo no sabía nada de alemán. Lo único que sabía decir es «mi nombre es». 

El choque cultural obviamente es grande porque el alemán -y el alemán prusiano es muy particular-, es muy seco, es muy distante por naturaleza. 

Tuve la gran suerte y dicha de que mi profesor tico estuvo quedándose tres meses ahí, entonces habló con el profesor para que yo pudiera trabajar en las mañanas en el laboratorio y así él me pudiera presentar a la gente y poder orientarme sobre los equipos que estaban a mi disposición para poder empezar a hacer mi investigación. De hecho, a los tres meses obtuve ya los primeros resultados y el primer artículo. Yo trabajaba en las mañanas en el laboratorio y en las tardes me iba a las clases de alemán. A los cuatro meses tenía que hacer el examen de certificado de alemán como lengua extranjera para poder ingresar a la universidad.

¿Lo pasó?

Lo hice, lo pasé y cuando ya todo estaba listo para ser matriculado oficialmente, de pronto me dicen que lo que iba a hacer no era un doctorado, sino que iba a sacar el diploma. Y yo, pero ¿por qué? Y entonces me dicen, es que usted no hizo todos los pasos de estudio en su universidad. Y le dije, ¿pero cómo que no? Tuve que poner un montón de papeles y luchar y luchar, y hasta los cuatro meses después de eso, ya me admitieron oficialmente en el doctorado. 

Pero eso significó que pasé año y medio con una beca baja. A veces necesitaban sangre y ahí yo le ponía el brazo, eran 25 marcos más. 

Fue una época que me enseñó una lección muy importante: empezar y terminar algo. Se publicaron 13 artículos, lo cual creo que es impresionante. Cuando uno ve los doctorados de ahora, habrá cuatro artículos. En aquella época era relativamente sencillo publicar cosas porque casi todo era nuevo, ahora es más difícil porque las cosas no son tan nuevas. Pero sí marcó una época muy productiva académicamente hablando para mí. 

Nunca me planteé hacer un postdoc, yo quería regresar, en realidad mi apego familiar era muy grande y esos tres años de separación fueron bastante importantes. 

Ahí el dilema era qué vengo a hacer. Una de las cosas que existían en esa época, que hoy en día no existen, con estos programas, era que las personas que ya estaban acabando los contactaban con diferentes empleadores para ver quién los absorbía. Eso se llamaba la Oficina Internacional de Migraciones. Y ellos contactaron a la escuela de química de la Universidad de Costa Rica. 

Empezaron a contactar antes de que yo terminara y ya por esa otra vía me hicieron una reserva de plaza en la Escuela de Química, donde entré con un nombramiento interino a mi regreso.

Era un programa para tratar de convencerte de que no te quedes del todo. A los dos años ya estuve en propiedad de la Universidad de Costa Rica. Mi regreso también fue un shock, entrar a la burocracia pública.

Su carrera profesional desde su regreso ha estado muy ligada a la UCR y también al INBio. ¿Qué significan para usted ambas instituciones?

Yo regresé en el 89 y me vinculé totalmente a la Universidad de Costa Rica, a la Escuela de Química. En el 91, por enero o febrero, participé en un taller que pretendía definir las condiciones con las cuales iba a iniciarse el programa de prospección química en el INBio. Y ahí conocí ya a fondo lo que era el INBio. 

Conocí gente muy importante en mi vida y en la academia, particularmente la norteamericana. En ese taller invitaron al profesor John Clark, que es una eminencia en el campo de productos naturales. Él estaba en ese momento en la Universidad de Cornell.

Ellos veían que Costa Rica presentaba una serie de ventajas para implementar un programa a largo plazo con una buena empresa farmacéutica. Ahí empieza la odisea de organizar dentro del INBio esa prospección química y sumarle a la ecuación una empresa farmacéutica como Merck. 

Hicimos un plan de cómo podría iniciar ese programa. Había alrededor de US$700.000 que debían financiar la prospección química y ahí se empezaron a establecer una serie de condiciones importantes. Daniel Janzen en ese momento luchaba mucho por tener un presupuesto para un programa muy importante que era el programa para taxónomos. También luchaba mucho para que hubiese un buen presupuesto para los taxónomos, pero obviamente con setecientos mil dólares estaba un poco complicado. Se hicieron varias connotaciones. Una de las cosas que salió de ese taller es que si uno quiere hacer prospección, no es solo química, sino que son muchas disciplinas. Entonces, en la medida de lo posible, se iban a financiar proyectos que tuvieran componentes biológicos y químicos, y que juntos pudiéramos sacar algo adelante.

Todavía sueño con INBio. Empecé a trabajar en INBio un cuarto de tiempo en el 91, en el 94 lo subí a medio tiempo, en el 96 renuncié a tres cuartos de tiempo el 1 de febrero para pasar a tiempo completo en el INBio. Y realmente fueron muchos años de trabajo ahí, mucho esfuerzo, mucho de todo. 

Ya en 2010 le avisé a mi jefa que ya quería retornar a lo que había sido entrenada, porque en realidad el estar como coordinadora científica de bioprospección me metía en campos que son lindísimos, ver el potencial de lo que se puede hacer biotecnológicamente hablando o con las herramientas de biología molecular y la misma biotecnología y empatarla con la química es apasionante. Pero también me sacaba mucho de mi zona de confort y de especialización. 

Me pidieron es que había un proyecto muy importante, que estaban aprobándonos Harvard y Michigan, y que yo lo dirigiera. Dije que sí, claro, pero ya desde la Universidad de Costa Rica 

¿Es el de la ciencia un mundo machista?

Sigue siendo profesora en la universidad, es la directora del Ciprona, fue directora del posgrado de química en la UCR, es miembro de la Academia de Ciencias Costarricenses (una de las pocas mujeres) y fue también la primera mujer al frente del CONICIT. ¿Qué significa todo esto para usted? ¿Cómo valora su carrera profesional?

Ilustraciones: Noelia Audisio. Visita su Instagram