Por: Daniel Zueras
El baile fue su pasión desde siempre y hoy es una figura del ballet en Estados Unidos.
Victoria comenzó muy pequeña. Recuerda estar ansiosa de salir del cole para ir directa a clases de danza. Con 8 años interpretó a Nala, en el musical de ‘El Rey León’ que organizaba su academia.
Su talento innato la empujó a probar en Estados Unidos, tras competir en varios concursos internacionales de danza, donde llamó la atención de todo el mundo. Tras ganar muchos de ellos, una mujer llamada Molly Molloy se convirtió en su mentora, tras ver de lo que era capaz.
Molly le dijo que podía convertirse en bailarina profesional de ballet, pero que para ello tenía que irse a vivir a Nueva York, donde están las mejores academias de baile. Allí entró en el Manhattan Youth Ballet con una beca completa.
Hasta llegar a Estados Unidos no había bailado ballet y tuvo que estudiar muy duro para poder llegar a lo más alto. Pero ese talento del que hablamos, más las clases de danza que recibió en Costa Rica, le ayudaron para escalar.
En 2012, con apenas 14 años se fue a vivir a Nueva York, donde vivió por años en la casa de una amiga del cole de su papá, que se convirtió en una segunda madre para Victoria. En esa época, bailó en algunos de los principales teatros de la ciudad, como el Lincoln Center o el Metropolitan Opera House.
No ha sido sencillo, pero luchó por lograr su sueño . Todavía es joven y le quedan algunos años por delante como profesional del ballet. Tras terminar en la academia, en 2016 obtuvo un puesto en The Washington Ballet y en 2018 fue promovida a aprendiz dentro de la compañía y desde entonces baila a tiempo completo con ellos.
Eres referente del ballet en Costa Rica ¿Qué significa esto para ti, después de estos años de carrera?
Para mí es un orgullo poder representar a Costa Rica en Estados Unidos. Somos muy pocas las que lo hemos logrado afuera, entonces, para mí es un gran honor. Mi historia es una una locura de cómo empezó y ahora donde estoy. Ha sido lindísimo y siempre llevo el honor en el corazón de poder representar a Costa Rica y ser bailarina aquí en Estados Unidos
Somos muy pocas las que lo hemos logrado afuera. Siento que Costa Rica tiene un potencial enorme para crecer. puede crecer y ser mejor. Hay áreas en las que podríamos mejorar.
Creo que en la educación, para empezar. Desde niños, acá en Estados Unidos, enseñan y educan en las artes y el teatro desde pequeños. Y es costumbre llevar a los niños a ver ‘El Cascanueces’ e ir a ver las artes. Todo esto, siento que en Costa Rica nos hace falta, no nos educaron tanto con el teatro, con las artes, con la cultura, con ese mundo artístico. Creo que si uno empieza a educar a la gente, al público le va a atraer ese mundo un poco más.
Sí que hay presentaciones pequeñas en Costa Rica. Está la compañía nacional, pero sigue siendo una compañía pequeña. No se pueden hacer esas obras enormes como las se hacen acá, aunque sí se presentan algunas adicionales del Cascanueces, pero no hay muchas.
Siento que eso es de lo más importante que se puede hacer, porque ya aquí la gente viene a verlo. Es costumbre ir a ver el ballet un viernes en la noche, un jueves en la noche, y en Costa Rica, no. Allí la gente va a ir a ver el ballet porque la primita, o la novia o la hermana están bailando, No van a verla por el amor a la obra.
¿Te sientes reconocida por el mundillo cultural tico? ¿Y por Costa Rica en general?
¿Cómo surgió tu pasión por el ballet? ¿Cuáles son tus primeros recuerdos en ello?
¿Cómo se dieron esos pasos?
Con 14 años, tus papás tendrían alguna reticencia para dejarte ir a vivir a Nueva York, a un mundo tan duro como el del ballet
Fue un proceso largo como, desde julio del.2011. Estaba Molly, mi mentora, convenciendo a mis papás para que me dejaran ir. Los dos tuvieron que ir, o sea, mi mamá se vino conmigo a New York en octubre, en el momento en el que estábamos viendo si nos decidíamos a ir a NYC y hacer esta locura de carrera.
Mi mentora me llevaba a todas estas clases con los mejores profesores y mi mamá le contaba todas estas historias a mi papá por teléfono. Pero ya llegó el punto en el que mi mamá dijo: “Carlos, tenés que venir a New York y verlo con tus propios ojos, porque no lo vas a creer. No vas a creer en el mundo en el que estamos y no vas a creer lo que están diciendo todos estos profesores después de que ven a Victoria bailar.
Y todos repetían exactamente lo que mi mentora me repetía a mí, que tenía un talento innato, que tenía que ser balletista, que sería una desgracia, si no me hiciera bailarina. Después me dieron la beca y fue como una puerta abierta: “Este es el camino que tenés que llevar”. Para mis papás obviamente fue una decisión muy dura que tuvieron que tomar, pero se nos estaban abriendo todas las puertas y era muy difícil decirle que no a la oportunidad.
Por dicha, mi papá tiene una amiga de la escuela que era la única persona que conocíamos que vivía en New York, Viviana Guzmán, que al día es como mi segunda mamá. Cuando mis papás le explicaron todo este cuento ella abrió las puertas, dijo que me podía quedar con ella.
Por mucho que estuvieras con una amiga de tus papás y que tu mamá estuvo los primeros tres meses allí contigo, con una buena posición, pero ¿cómo vive una niña de 14 años ese proceso?
Es interesante porque he hablado con un montón de gente de esto y me preguntan lo mismo, ¿cómo a los 14 no te da miedo?
Era una niña, una no sabe la decisión tan grande que está tomando. Yo estaba completamente enamorada del mundo al que estaba yendo, no pensaba en nada más que en el mundo del ballet en New York.
Para mí no fue difícil, fue un mundo increíble que me tocó vivir. Fue más duro para mis papás. Mi mamá y mi papá sufrieron muchísimo más de lo que yo sufrí. Por supuesto, me hacían demasiada falta, pero por dicha hoy en día existe el facetime. Nos llamamos todos los días, entonces no me sentí tan sola. Y como entré tarde al mundo del ballet, tenía que trabajar más duro y más horas. para aprender todo lo que me había hecho falta. Entonces, no me daba tiempo para pensar: “Ay, estoy solita aquí en New York”. Más bien yo estaba encantada por la energía de la ciudad, la energía de la gente, la energía de todo el mundo en el ballet, de las ganas de que yo aprendiera todo. New York me acogió con los brazos abiertos.
Fue más bien años después, ya cuando estaba buscando trabajo que tuve un momento como de reflexionar y ver que llevaba años de vivir en Estados Unidos. ¿Qué pasó aquí, cuando pasó todo esto? Como que cuando ya uno realiza todo lo que hizo y las decisiones que tomé a los 14 años, siendo una niña.
Obviamente, se pone una a cuestionar si eso era lo que quería hacer en el momento, era lo más mágico, pero de ahí una vez que ya llegas al mundo ya profesional, te cuestionas muchas preguntas. Todos esos momentos en los que dije: “Uy, será que no, será que sí… Y me acuerdo de preguntármelo por unos días y decirme finalmente: “Por supuesto que sí, tengo que meterme en este mundo, tengo que audicionar, tengo que ir por un trabajo y seguir esta carrera que empecé desde los 14 años”.
¿Cómo ha sido tu experiencia en Estados Unidos desde tus inicios en Nueva York? Actualmente estás en el Ballet de Washington. ¿Cómo saliste de la Academia y cuál ha sido la experiencia profesional?
Honestamente, mi experiencia ha sido increíble. De verdad que no lo cambiaría. Ha sido fuerte, hay que tener un carácter fuerte para sobrevivir en un mundo tan competitivo. Se evalúan dos o tres veces al año, entonces hay que tomar esas evaluaciones y ponerlas a trabajar todos los días para que porque veamos si es tan competitivo.
Teníamos compañeras nuevas todos los años. Para seguir adelante, una sigue ahí trabajando durísimo al momento de conseguir un trabajo. Por dicha, yo tuve la suerte de que Julie Kent -que fue la bailarina principal del American por 30 años-, la habían puesto como directora del intensivo de ballet del equipo en mi último año en la escuela. Ella vino a ver audicionar a alguna gente para ver a quién becaba para el Summer Program y me vio a mí. Yo audicioné en muchas pruebas, como todas las bailarinas de todas las compañías en el país
Me fui a San Francisco. Al final de ese summer program me ofrecieron el nivel 8, que es el más alto de la escuela de ellos y me dijeron que ya después de eso entraría a la compañía. Pero Julie Kent me llamó después del Summer program y me ofreció un campo en estudio del Washington Ballet -compañía en la que continúa trabajando en la actualidad- porque durante el Summer program también le ofrecieron a Julie Kent ser directora artística con el Washington Ballet y ella aceptó.
Ahí mismo ella, la primera bailarina más linda del mundo, pensó en mí. Yo la seguía, de estudiante quería ser como ella y me estaba llamando a mí. Yo no lo podía creer. Y después de que me ofreciera un campo en su estudio, en el Washington Ballet, tampoco lo podía creer. Le dije que sí, sin titubear. Ha sido una locura de experiencia, que me ha abierto muchas puertas.
Volvamos a cuando vivías todavía en Costa Rica y cuándo te iniciaste en la danza. Entonces el ballet ni lo conocías, pero ¿qué recuerdos tienes de niña, cómo empezaste a bailar? ¿Cuál fue el detonante para dedicarte a la danza?
Desde pequeña se me hacía demasiado interesante el baile. Yo era la más feliz bailando. En la escuela académica nada más quería irme, que fueran las tres de la tarde para salir corriendo e ir a la clase de baile (empecé en la academia con ocho o nueve años). Hacíamos un montón de bailes, porque hacíamos competencias y en las competencias, uno lleva como 11 a 12 bailes. Mi directora me quería casi que en todos, entonces, yo tenía todos los bailes.
Y se me hacía demasiado increíble. Una competencia de baile básicamente es como un montón de clases por los profesores que son parte de esta competencia. En cada clase, imagínate una hora de hip hop, otra es de contemporáneo, otra es de ballet, otra es de tap cada hora…
Había que aprenderse las coreografías de cada una, entender cómo meterse en el rol de esa coreografía para que el profesor de uno dijera sí… Es un mundo competitivo, quieres ser la mejor.
Para mí era súper vacilón, muy interesante ver cómo aprender la coreografía lo más rápido posible, para después ver cómo interpretarla y sobresalir sobre las demás. La pasaba demasiado bien. Eso era lo que más me gustaba.
Aprenderme tantas coreografías y tantos diferentes estilos de baile me ha ayudado en mi carrera ahora como profesional de ballet. Porque eso es lo mismo que pasa acá, llegan coreógrafos a hacer una coreografía en la compañía y a la gente que escogen son a las que la agarraron más rápido, a las que se saben las cuenta, a las que están interpretando el rol…
Por más de que yo empecé tarde y por más de que yo no hice ballet en Costa Rica y lo hice acá, todo lo que yo hice en Costa Rica en danza me ayudó, fue la cajita de herramientas que más me ha ayudado aquí en EE UU.
Hemos estado hablando mucho del pasado, ¿cómo te ves en el futuro?
Ahorita están pasando muchos cambios en la compañía del Washington Ballet. Tristemente, se nos va nuestra directora Julie Kent para el Houston Ballet, el camino para adelante está incierto. Yo me vine aquí al Washington Ballet por ella, que es una persona que ya ha sido una gran parte en mi vida, como profesional. Por supuesto que me encantaría seguirla a donde sea que ella vaya, igual que continuar en Washington, o en otro lugar.
Ella me ha tomado como si fuera familia, de verdad. Tengo una carrera increíble en el Washington Ballet que ella me ha dado. Ma ha dado las oportunidades más locas que yo nunca pensé, por ella pude hacer todos estos roles. Pero ella me empujó y me llevó a ser la bailarina que soy hoy.
Vienes muy poco a Costa Rica. ¿Qué es lo que más echas de menos? ¿Qué significa Costa Rica para ti? ¿En algún momento pensarías en el regreso de una manera profesional?
Costa Rica siempre ha significado mi casa, mi familia, donde siempre vuelvo. Voy pocas veces, pero siempre me encanta volver, siempre lo tengo muy pendiente. A mí me encantaría volver a Costa Rica, eventualmente, cuando ya mi carrera se termine como profesional. Y quiero dar todo lo que me han dado a mí aquí, quiero aportar todo esa educación, pasión y determinación a Costa Rica
La carrera profesional depende mucho de lesiones, de la anatomía de tu cuerpo… Las bailarinas normalmente llegan como a sus treintas, aunque algunas llegan a sus 40s, algunas loquísimas que a sus 60 siguen bailando… Pero sí depende mucho de las lesiones.
La imagen de la profesión, desde fuera, es muy dura…
Es duro físicamente y mentalmente es muy duro, pero creo que en las películas lo exageran más de lo que es. Pero sí es un mundo en el que hay que ser fuerte, porque sino, te comen.
Hablando de esa dureza, ¿cuáles fueron los principales obstáculos que tuviste que superar?
Como empecé tarde, mis correcciones de la escuela siempre fueron: “estás atrasada en técnicas”. Llega un punto en el que eso se vuelve como parte de una, porque tienes que ir al estudio a verte al espejo y sobresalir del resto de la gente tomando la crítica, solucionando y avanzando.
Llega un punto en el que ya lograste tanto, pero seguís con el montón de correcciones, el montón de críticas de seguís atrasada…, y una está intentando llegar al perfeccionismo. Llega un punto en el que una no se lo cree que llegaste a lo más alto.
Llegué al Washington Ballet como bailarina profesional y llevo años, pero como que todavía no me lo creo. Eso es algo que todavía tengo que trabajar todos los días; o sea, el esfuerzo que le he puesto me ha dado los frutos que he querido, pero como que dentro de mí todavía tengo eso de “sí, pero puedo ser mejor”, para ser mejor, para mejorar.
¿Quiénes han sido tus principales apoyos?
Mis papás y mis hermanas me han apoyado muchísimo. Molly Molloy, mi mentora, que ya no está con nosotros tristemente, pero me ayudó demasiado: ella fue mi principal apoyo, cualquier duda cualquier cosita que yo tenía la llamaba y ella me ayudaba, una ampolla, un ensayo, una lesión… También Julie Kent, mi directora del ballet. Y en el Washington Ballet tengo un grupo de amigas increíbles, donde nos apoyamos todos los días. Estoy eternamente agradecida por ellas, porque de verdad se necesita el apoyo. Aunque competimos en el estudio todos los días, cuando salimos de ahí somos mejores amigas.
¿Qué crees que enseña tu carrera a las niñas y a las jóvenes costarricenses?
Creo que enseña que la pasión y el amor por lo que uno quiere hacer, y por el sueño que una tuvo desde pequeña, de que sí se pueden hacer realidad esos sueños. Básicamente, que una chiquita de 14 años haya logrado ser bailarina profesional con el Washington Ballet, para mí, enseña pasión y determinación y y que los sueños se cumplen si uno los quiere.