Catalina creció en el popular barrio de Calle Blancos, rodeada de libros, música y cultura. Desde muy pequeña, su papá, sindicalista y economista, y su mamá, ama de casa, fomentaron en ella la curiosidad intelectual y la sensibilidad por la justicia.

Catalina nació con mielomeningocele. Con apenas tres años, explicaba a los curiosos qué significaba su discapacidad: “cuando estaba en el vientre de mi mamá, no se formó bien mi columna vertebral, que lleva las conexiones nerviosas del cerebro al resto del cuerpo y genera las conexiones. Por lo tanto, camino diferente o me muevo diferente”. En la escuela, aunque los recreos eran un desafío, encontró en las obras de teatro organizadas por su papá una forma de integrarse y brillar, cuando no se hablaba de la educación inclusiva en Costa Rica.

Catalina está muy agradecida al sistema educativo y sanitario público de Costa Rica, ya que gracias a ellos pudo tener una educación de primera y una mayor calidad de vida, gracias a las operaciones que le hicieron en la CCSS.

Con 18 años aterrizó en la ciudad de Gante (Bélgica) en un intercambio estudiantil, donde aprendió flamenco (el idioma) mientras asistía a un colegio de monjas exclusivo para mujeres. En un viaje a Roma organizado por el colegio, sus compañeras la empujaban en una silla de ruedas, la primera vez en la vida que utilizó una, transformando lo que podría haber sido un desafío en un juego lleno de alegría.

De regreso en Costa Rica, Catalina estudió Derecho en la UCR. Su vida universitaria estuvo marcada por el activismo, liderando movimientos estudiantiles y defendiendo causas justas. Pero no todo era fácil: una vez, en su barrio, lideró una protesta para que el autobús de la universidad no fuera eliminado. Cuando un vecino dijo que el bus solo era necesario por ella, lloró en privado, pero no se rindió. Gracias a su perseverancia, el autobús se quedó.

El destino de Catalina la llevó a trabajar en el Banco Mundial y luego en Naciones Unidas (ONU), donde dejó huella como la primera relatora especial sobre los derechos de las personas con discapacidad. En una ocasión, logró algo histórico: visitar Corea del Norte, un país casi inaccesible. Después fue representante de Costa Rica ante Naciones Unidas y en la actualidad trabaja en la Organización Internacional para las Migraciones, trabajos que siempre buscan ayudar a los que más lo necesitan.

¿Cómo fue su infancia y su juventud en Costa Rica?

Crecí en un barrio popular en Calle Blancos, en Goicochea, con mi familia. Tanto mi familia nuclear (papá, mamá, mis dos hermanas) como también muy cerca de la familia extendida. Sobre todo, muy cerca geográficamente de la familia materna, que estábamos todos cerquita en Calle Blancos. También con mucha cercanía con la familia paterna, que también estaba en San José. Tuve una infancia muy tranquila. Creo que soy un producto de la seguridad social, de la protección social costarricense, porque fui a una escuela pequeña y pública, la Santa Eufrasia Pelletier, y luego al colegio Napoleón Quesada Salazar en el centro de Guadalupe.

No había muchas oportunidades diferentes, yo no tenía cursos adicionales o clases especiales. Era un poco la vivencia regular de una niña y un adolescente en esa zona en Costa Rica, sin acceso a cursos de idiomas, por ejemplo. Eso lo aprendí mucho más grande y por iniciativa propia.

Nací con una discapacidad. Mi papá me enseñó desde muy pequeña, creo que yo tenía tres años cuando ya decía que tenía mielomelingocele. Era una forma de protección, porque cuando la gente me veía caminar diferente, inevitablemente había miradas y preguntas, algunas veces más o menos sensibles. Cuando uno es tan pequeñito, es bueno tener una línea de defensa. Yo podía defenderme diciendo que nací con mielomelingocele y explicaba cómo, cuando estaba en el vientre de mi mamá, no se formó bien mi columna vertebral, que lleva las conexiones nerviosas del cerebro al resto del cuerpo y genera las conexiones. Por lo tanto, camino diferente o me muevo diferente.

Eso marcó mi infancia, con muchos desafíos, sobre todo en la escuela primaria, donde la socialización no era fácil. Tenía compañeros maravillosos dentro del salón, pero en los recreos todos se iban a correr y jugar, y había la percepción de que yo no podía participar en esos juegos. Los recreos fueron difíciles, pero eso se corrigió. Quiero resaltar el papel que jugó mi papá, buscando formas de incluirme en actividades escolares. Llevaba obras de teatro para que las hiciéramos en las presentaciones escolares, con la condición de que yo participara. Buscaba formas de incluirme y hacerme sentir incluida en la vida escolar. Eso era muy visionario de mi papá en un momento en el que no existía una noción de educación inclusiva en Costa Rica. Nunca tuve ningún otro tipo de acompañamiento pedagógico ni ajustes, era sobrevivir con lo que uno tenía.

Y crecí con dos hermanas. Una hermana mayor y una hermana menor, y la mayor también era una persona con discapacidad. Cuando era pequeña, tuvo una operación significativa por un cáncer, un tumor cerebral. Esto también marcó la vida familiar. Mi hermana falleció 30 años después de esa primera operación. Ella tuvo una situación de salud complicada que impactó a la familia, significando muchos ajustes. Nos hizo ser más sensibles a las diferencias y la exclusión. Yo pude mantenerme incluida en la educación regular pública costarricense, pero mi hermana no tuvo esa oportunidad. Cuando terminó la escuela primaria, no pudo continuar porque no había ajustes para que participara. Creo que ahora eso no sería posible en Costa Rica, espero. Pero hace 30 o 40 años, fue un desafío importante para la familia.

¿Tuvo todas las oportunidades?

¿En Bélgica?

Sí, en Bélgica. Y bueno, aprendí a hablar flamenco. Ahora, después de tantos años, pero en ese momento era muy divertido porque era fluida en flamenco y fue mi primer idioma después del español. Y bueno, esa experiencia fue maravillosa. Creo que me demostró que podía vivir sola, conocer, sobrevivir. Esa experiencia de intercambio marcó para mí un antes y un después en entender las diferencias culturales. Viví con una familia diametralmente opuesta a la mía: todos altísimos, rubios, con bastantes recursos económicos, y con una posición política completamente diferente a la que yo vivía. Viví con ellos un año y se convirtieron en mi familia. Fue una experiencia de apertura intercultural maravillosa.

¿En qué ciudad estaba?

En Gante. Iba a una escuela de mujeres, solo de mujeres, lo cual para mí era extrañísimo. En Costa Rica creo que solo existía el Colegio de Señoritas, y ya era algo muy desfasado tener colegios solo de mujeres. Entonces, fue una experiencia muy divertida en un colegio de monjas, de mujeres.

¿Y volvió a Costa Rica para estudiar Derecho, no?

Exacto, sí, para la frustración de mi papá, que quería que estudiáramos ciencias. Decía que las ciencias sociales no tenían futuro. Pero sí, volví. Me gustaba mucho la filosofía y tuve profesores maravillosos en el colegio Napoleón Quesada: el profesor de castellano, el profesor de filosofía, don Victoriano. Le dije que quería estudiar filosofía y él me dijo: «No, no, usted no estudie filosofía, estudie Derecho. Ahí encontrará toda la filosofía que quiera, pero también se va a poder ganar la vida». Entonces sí, así empecé a estudiar Derecho.

¿En ningún momento, los problemas de movilidad afectaron su viaje a Bélgica, siendo la verdad que además salía del país sola, etcétera, pero después también en el colegio, en la universidad?

Tras terminar la universidad, ¿trabajó en la empresa privada en Costa Rica?

No, en la universidad fui parte del Consejo Universitario, miembro del gobierno estudiantil y muy activa en la Federación del Combo. Empecé a trabajar en FUNDEVI, la fundación de la Universidad de Costa Rica. Aunque era privado, siempre estaba muy vinculado. De ahí me fui al Banco Mundial en 2004.

Y luego en 2014 en Naciones Unidas. ¿Qué supuso para usted ser la primera relatora especial de Naciones Unidas sobre los derechos de las personas con discapacidad?

Claro, ya como relatora fue incluso la primera miembro de Naciones Unidas que pudo viajar oficialmente a Corea del Norte. ¿Cómo surgió ese viaje y le facilitaron la labor, porque lo que se suele hablar de Corea del Norte es que no facilitan estos trabajos?

Eso fue bastante interesante porque cuando era relatora, el relator de Corea del Norte, a quien nunca le permitían acceso, hizo un informe y recomendó que la relatora visite el país, sugiriendo que había desarrollos importantes en el tema de las personas con discapacidad. Yo conversé con él y varios gobiernos se me acercaron, me preguntaron si vi la recomendación, y yo dije que sí. Era un momento complicado, con alta tensión con Corea del Norte, como un año antes de que el presidente Trump decidiera acercarse al país. Había tensiones altísimas, tanto que Naciones Unidas estaba evacuando. Tomamos la decisión con el equipo de preguntar y ver si había algún tipo de apertura. La primera vez que nos acercamos a un delegado de Corea del Norte, hubo un silencio de varios meses y de repente nos llegó la noticia de que el país había ratificado la convención sobre los derechos de las personas con discapacidad. Me sentí bastante satisfecha porque la pregunta generó la ratificación y luego me invitaron. La visita fue monitoreada, poco acceso, pero el gobierno facilitó la visita. Hicieron accesibles los lugares a los que iba con rampas. No me hicieron visitar lugares no accesibles. Lo más interesante es que la experiencia de discriminación que enfrentan las personas con discapacidad es tan universal que la conexión con las comunidades de personas con discapacidad ahí era directa, incluso con los censores que trataban de controlar lo que se decía. 

Entonces, cuando una persona llegaba y me decía: «Yo, por ejemplo, como en este país tengo acceso a la educación, pero solo puedo mover la mano. Entonces, a mí me dijeron que tenía que ser poeta.» Entonces, contaba: «A mí me llegaban a dar clases, subían a darme clases y después lo corregían y decían ‘No, no, él vivía en un primer piso y, por supuesto, podía ir a la escuela’, pero ya la traducción había salido, ¿no?» Porque para los traductores eso no era tan importante, ¿no?

Cosas interesantes también, como en el mundo entero, a muy pocos países se preocupan por la lengua de señas. En Corea del Norte, gracias a la Federación Mundial de Sordos, los sordos tienen acceso a su propia lengua de señas. Es el único estado en el que he visto que el gobierno también sabe hablar lengua de señas porque tienen que controlar cómo se comunican las personas sordas. Desafíos como ese, y otros desafíos como hace 60 años en términos de metodología. Yo no puedo decir que uno hizo una apuesta por tratar de buscar el diálogo en lugar del conflicto. Hubo algunas cosas que pasaron después de eso, además de la ratificación de la convención, pero fue una visita muy difícil a nivel personal porque el control es muy fuerte y se siente. Uno sabe que en la habitación del hotel te están oyendo lo que estás diciendo, que en el restaurante te están oyendo, que en el carro te están oyendo, y se siente. Ya al tercer, cuarto día uno empieza a tener una experiencia muy diferente. Pero lo hicimos y fue una increíble experiencia. Por lo menos creo que algunas de las recomendaciones, en algún momento discutíamos y yo técnicamente me negaba a ceder, decía: «No, esta es una negociación técnica y no voy a entrar en una discusión de si podemos cambiar el lenguaje o no. Esto es lo que es.» Creo que esa libertad solo una persona que discute los derechos de las personas con discapacidad lo puede tener en ese país. Fue muy emocionante ver a algunos líderes que se emocionaban mucho y gente que me agradecía porque había planeado algunas otras visitas en el pasado, pero al final la gente no iba. Pero la situación es muy lamentable para la población y ojalá que algún día cambie.

Salió de la relatoría y siguió en Naciones Unidas, pero como representante permanente de Costa Rica ante la ONU. ¿Cómo fue representar a su país ante un organismo que ya conocía bien?

Nuevamente, un gran honor. Para mí, volver a conectar con Costa Rica después de muchos años fuera, no tener tanto contacto directo con el país fue realmente importante porque las iniciativas que Costa Rica estaba llevando en los diferentes espacios, las diferentes organizaciones, en la Organización Mundial de la Salud, en el Consejo de Derechos Humanos, eran iniciativas muy importantes y muy progresistas con respecto a los derechos humanos. 

Sin embargo, fue muy interesante para mí, viviendo en la misma ciudad e interactuando con la misma gente, cambiar de rol. Cambiar mi papel fue también descubrir una nueva ciudad. Cuando iba como relatora, todo se acomodaba, la gente sabía. Pero cuando iba como embajadora, todo cambiaba un poco. La gente no sabía mucho al principio qué hacer. 

Me acuerdo que tuve un encuentro porque uno hace visitas de cortesía a los diferentes embajadores y a los líderes de las agencias internacionales. Un líder de una agencia me recibe, viene por el pasillo y me ve en la silla de ruedas y dice: «Embajadora, ¿qué le pasó?» Me acuerdo que yo me volví a ver y dije: «¿Tengo espagueti en la camisa?» Estábamos los dos en diferentes canales. Mi experta estaba enojada porque decía cómo es posible que no le hayan avisado. Yo no había cambiado, estaba muy bien. Lo que quiero decir es el contraste: la misma ciudad, las mismas personas, pero diferentes expectativas. Era una embajadora muy visible y, con buenas ideas gestionadas desde la cancillería, tenía una plataforma muy rica. Cuando estuvimos en la misión, Costa Rica lideró el proceso que llevó al reconocimiento del derecho al ambiente sano. La comunidad internacional pasó más de 50 años tratando de que el derecho al ambiente se reconociera como un derecho humano. Lo logramos, logramos que el Consejo de Derechos Humanos lo hiciera, fue un proceso intenso y emocionante. Para mí, fue una gran responsabilidad representar a un país del que me siento profundamente orgullosa. Estoy preocupada de ver cómo estamos perdiendo muchos de los espacios y las conquistas sociales que se lograron. Tener la oportunidad de hablar y defender lo que el país hacía fue un honor. Mi equipo, con un compañero peruano, una compañera suiza y un compañero argentino, me decía que a veces tenía un «momento costarricense» porque no entendía cómo ciertas cosas podían pasar cuando en Costa Rica tenemos instituciones sólidas. Cuando pasé a ser embajadora, pude decir que las cosas en Costa Rica se pueden hacer diferentes. Fue una gran oportunidad y honor. Se hicieron cosas muy importantes.

¿Qué tan concienciada está la gente, especialmente en Costa Rica, sobre los derechos de las personas con discapacidad? ¿Hemos avanzado?

Sí, mira, Costa Rica ha avanzado mucho, pero no lo suficiente. El tema más atrasado es el del transporte público. Es una barbaridad que las personas con discapacidad física no tengan acceso al transporte público. Sin embargo, en otras áreas se ha avanzado mucho. Hay mayor acceso físico, se ven entradas y rampas, también en el tema educativo. La experiencia de mi hermana y las experiencias ahora muestran avances en ajustes curriculares y centros de apoyo. Eso no quiere decir que no haya desafíos, sobre todo para personas con mayores necesidades de apoyo, pero se ha avanzado mucho en los últimos 30 años. Costa Rica fue el primer país en aprobar una ley que reconocía plenamente la capacidad jurídica de las personas con discapacidad, lo que fue un cambio paradigmático. Costa Rica también tiene una política importante sobre los asistentes personales, aunque hay un tema de recursos porque no se está pagando por esos asistentes, y para las personas que necesitan asistentes para vivir, es fundamental.

Y luego tenemos grandes desafíos en el área de instituciones. Mire, por ejemplo, cuando María Elena Chacón fue vicepresidenta de la República, el cierre de los hospitales psiquiátricos de larga estancia fue un triunfo importantísimo en Costa Rica. Pero aparejado a eso, ahora tenemos un montón de instituciones en donde hay personas con discapacidad que están en estado de abandono, donde sufren violencia, donde arriesgan su vida y se toman decisiones arbitrarias como cerrar esos lugares sin generar planes adecuados para permitir la integración y la inclusión de esas personas. Entonces, bueno, es un proceso. Yo no puedo decir que estamos bien, pero sí se ha avanzado. Y desde luego, con respecto a los últimos 30 años y después de la adopción de la convención, se ha avanzado. Falta, falta muchísimo. Hay mucha discriminación todavía para personas ciegas, en acceso a los sectores bancarios, por ejemplo, al uso de las plataformas, internet, etcétera. Pero bueno, alvieros somos y en el camino andamos.

¿Y hay una visión integral en la sociedad y en el gobierno de Costa Rica ante los principales problemas que sufren las personas con discapacidad?

No estoy actualizada en este momento con respecto a las políticas nacionales, pero usted sabrá que hace poco hubo la revisión por el comité de expertos de la convención a Costa Rica y no nos fue bien, ¿verdad? Creo que uno de los principales problemas es que no se están designando los recursos necesarios para la inversión que haría la diferencia. Se ha empezado a disminuir significativamente el apoyo al CONAPDIS, que además nunca fue una institución demasiado grande, debió haber sido una institución muchísimo más grande y tampoco hay una respuesta integral. Sí ha habido muchos esfuerzos y planes, pero yo siento que en los últimos años ha habido un retroceso.

Desde hace unos pocos meses está trabajando en la Organización Internacional para las Migraciones, en el momento de la historia en el que más se migra. Sin embargo, está habiendo una reacción muy fuerte en muchos países contra los migrantes. ¿Vivimos un ambiente conservador en este sentido, atacando a los migrantes, culpabilizándolos de todo?

Costa Rica, como bien ha comentado, ha sido tradicionalmente un país de acogida, pero en estos últimos años lamentablemente ese tipo de discursos xenofóbicos, populistas, parece que están calando un poco más hondo, sobre todo con el tema de la crisis venezolana, también el tema de Nicaragua que se ha puesto más exponencial en los últimos años. ¿Se está volviendo Costa Rica un país más xenófobo o cree que es algo circunstancial lo que está pasando?

Ilustraciones: Noelia Audisio. Visita su Instagram