Frases que resuenan desde la niñez pueden permear hasta la adultez en temas como la búsqueda de empleo.

Por: Ivannia Murillo

De entrada, parecería que este viejo y conocido refrán, como decía mi amado Chespirito, es solo un mecanismo literario para atraer la atención de quien lo lee. En realidad, no es así y el impacto que esta frase sigue teniendo en mis oídos después de más de cuatro años de haberla escuchado por última vez, es mayor de lo que yo alguna vez había creído posible.

Desde hace más de diez años tengo un trabajo que me ha permitido conocer a un grupo bastante grande de personas, de las cuales guardo historias de fracaso, éxito, superación y en muchos casos, de temor. Algunas me han impactado de manera particular, sobre todo aquellas que convocan a la niñez, a la relación que las personas tenemos con nuestra figura materna y paterna. 

Me es muy difícil desprenderme de mis raíces psicoanalíticas lo cual no significa que utilice el espacio de entrevista y outplacement como un diván, pero no es posible (ni a mí ni a nadie), dejar de interpretar. El cuento que la gente cuenta en una entrevista no puede ser más que su historia, habla desde sus seguridades y desde sus miedos, desde lo anhelado y desde lo no querido. Gesticula y muestra aquello que lo mueve y lo que le es indiferente, entona distinto y, en algunos casos, el llanto irrumpe ya sea desde la alegría, la tristeza o la frustración. 

El reto de presentarse a un proceso de reclutamiento y selección sin tener claridad de la historia personal es uno que se debe vencer a partir del autoconocimiento, automotivación y autocontrol, habilidades nada fáciles de desarrollar. Por esta razón, en los procesos de outplacement (proceso de asistencia a empleados que se quedan sin trabajo tras una reestructuración) que dirijo, inicio con un recorrido bastante específico por la carrera laboral de la persona (de lo más antiguo a lo más reciente). Inclusive, me interesa conocer por qué eligió la carrera, ya que esto muestra mucho de sí misma.

Parte de mi trabajo en los procesos de outplacement tiene que ver con la construcción de una historia personal, que se muestra en un curriculum y una entrevista. Tengo la costumbre de preguntarle a la persona: ¿Le gusta cómo quedó el CV? ¿Siente que la representa? Si la respuesta es no, aún queda trabajo por hacer. 

Aun cuando la persona indique que su CV le representa, el paso de la palabra al hecho no siempre se da y me encuentro con alguien a quien le cuesta ‘venderse’. En este contexto me surge el cuestionamiento del por qué, si ya hemos construido la historia o, más bien, le he ayudado a recordarla. 

Una vez le hice una pregunta bastante directa a una mujer a quien le asesoraba en temas de empleabilidad: ¿Por qué no te has conectado con las empresas que te sugerí? A lo que ella respondió: “Es mejor ser deseada, que sobrada”.  Con esto ella hacía referencia a su preferencia a ser primero contactada por un posible empleador, antes que ella fuera quien se mostrara interesada en un empleo. En ese momento no pude más que intentar escucharla desde la sororidad y, solo desde ahí, interpretarla.

Para mí, es particularmente sorprendente cómo una frase, para muchas mujeres, presente desde su niñez y quizá más frecuentemente con la llegada de la adolescencia, podía permear un tema tan “adulto” como es el buscar trabajo. Aún desde esta perspectiva adultocéntrica con la que nos acercamos a la vida, están presentes de forma a veces menos inconsciente de lo que nuestra psique quisiera, esos arquetipos derivados de la forma en que nos educaron, desde una paternidad y maternidad que sigue teniendo su cabida en los espacios organizacionales.