Es tan fácil ser sorora, basta con mirar a la otra y decirle lo que admiras de ella, en lugar de juzgarla.

Por: Renata Infante*

Hace unos meses escribí un post donde usaba la palabra sororidad. No pasaron cinco minutos para que alguien me indicara que mi hashtag estaba mal escrito y que lo correcto era solidaridad y entonces pensé que tenía que hacer algo para que la palabra fuera más leída, más escuchada, más usada, pero, sobre todo, más puesta en práctica. 

La palabra sororidad ha sido ya aceptada por la Real Academia Española, aunque eso me importa poco, como también me importa poco el que no acepte el uso del lenguaje inclusivo. La palabra sororidad es un término usado, principalmente, por las feministas para hacer referencia a la hermandad entre mujeres en entornos marcados por el patriarcado.

Y es que mujeres y hombres nos hemos creído el cuento de la eterna rivalidad y con ello, le damos una connotación casi innata a ese conflicto, como si este formara parte de nuestra humanidad. De formal tal que resulta extraño cuando dos mujeres mantienen una relación de confianza, respeto, aceptación y admiración mutua, es decir, al ser ejemplo de sororidad.

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Y es que es tan fácil ser sorora, basta con mirar a la otra y decirle lo que admiras de ella, en lugar de juzgarla. Ser sorora incluye dejar de asignarle palabras peyorativas a aquello relacionado con lo femenino y empezar a incluir a las otras en nuestro lenguaje desde una postura de equidad. Implica dejar de culpar a la mujer por los traspiés en una relación de pareja o algo vivido como fracaso en la crianza de los hijos. 

Demostrar sororidad también es fungir como Coach o mentora de aquellas que nos permitan el espacio para hacerlo, desde un lugar que solo se puede vivir a partir de la confianza, la humildad y la autenticidad que dos mujeres se otorgan de manera mutua. 

Comportarse con sororidad pasa también por abrir espacio para que otras crezcan. Quienes hemos tenido acceso al sistema educativo y a ostentar roles de liderazgo, somos responsables de impulsar la carrera de otras, de abrir espacios para que las mujeres desempeñen roles que promuevan su bienestar económico y psicológico. 

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Ser sorora implica la construcción de redes de apoyo, desde lo que cada una puede aportar a la otra. Es entender que la otra tiene el derecho de elegir su camino sin ser cuestionada desde un lugar de poder carente de empatía. 

  • ¿Cómo te llamas?
  • Xochitl
  • ¿Es la primera vez que estás aquí?
  • Sí, estoy un poco asustada. 
  • No te preocupes, estaré aquí para aclarar todas tus dudas. Quiero que sepas que estás segura y que nada de lo que suceda acá será revelado, tu información, tu salud y tu cuerpo está en buenas manos. Tu salud física y emocional es lo más importante para nosotras.  
  • Gracias.
  • ¿Te gustaría ver el monitor?
  • No, así estoy bien. 
  • De acuerdo.
  • ¿Te gustaría saber si es uno o dos niños?
  • No, gracias. Estoy bien así. 

Y la conversación siguió, eso fue lo que alcancé a escuchar. El ejemplo de sororidad más claro que he vivido en un contexto caracterizado por la violencia y la marginación. 

Cada una de nosotras tenemos oportunidades cotidianas de abrazar nuestra feminidad en un encuentro que incluya a otras, en un espacio donde podamos ser vistas por ellos también y, ante todo, en un lazo fuerte e indivisible donde apostamos por familias, relaciones, empresas y países más equitativos.   

 *Psicóloga especialista en equidad de género y derechos humanos

renata@renatainfante.com