Los hombres que se han atrevido a cuestionar las trampas del patriarcado son, incluso, vistos como traidores.

Por: Renata Infante*

Por más que trato de buscar la relación entre el holocausto y el feminismo, juro por mi café matutino, que no lo encuentro. Es decir, ¿qué relación hay entre el exterminio de seis millones de seres humanos y un movimiento que promueve la equidad de género? Llamar “feminazis” a las feministas es tan aberrante como pensar que la canción Dime que no de Arjona es romántica, pero de eso hablaré en otro artículo. Dar un calificativo de este estilo minimiza, ridiculiza e invisibiliza lo que hemos avanzado como sociedad. Es una de las tantas trampas del patriarcado que citaré el día de hoy. 

La connotación que le hemos dado al patriarcado es una trampa en sí misma porque supone una lucha entre los hombres y las mujeres, de las segundas en contra de los primeros y de sus congéneres y de una incomprensión e ignorancia de ambos por igual. Los hombres que se han atrevido a cuestionar las trampas del patriarcado son, incluso, vistos como traidores. Hay algunos dichosos que se han encontrado entre sí en una especie de complicidad, la cual celebro y aplaudo. 

Quien ha escuchado y cree la frase “Entre las viejas siempre hay bronca”, ha caído en una trampa del patriarcado, siendo creyente de una competencia casi innata y, de la cual, somos presa. Supone, además, que es un problema “femenino”, de los cuales los hombres observan y, en la mayoría de los casos, se abstraen. 

Marcela Serrano, escritora chilena, retrata en sus reconocidos libros El Albergue de las Mujeres Tristes, Nosotras que nos queremos tanto y en muchos otros, lo que ella plantea como un desencuentro, haciendo referencia a que la mal llamada liberación femenina ha traído una especie de desorientación entre los géneros puesto que ha venido a romper los roles que han sido tradicionalmente asignados a cada uno. 

Este desencuentro y desorientación provoca que ambos géneros tendamos a sentir inseguridad en espacios cotidianos como una invitación a salir donde nos cuestionamos quién paga la cuenta o en el almuerzo con fines comerciales, donde se discute si la mujer o el hombre pagan, independientemente de quien cumpla el rol de anfitrión. Pues sí, parecería ser que esto ya debería ser fase superada, pero no lo es; y como pareja y en nuestros roles laborales, seguimos cuestionándonos si rompemos las reglas socialmente impuestas o nos hacemos de la vista gorda y no nos detenemos en apreciaciones que pudieran resultar, para muchos, algo banales. 

En mi rol como consultora organizacional descifro algunas trampas, incluso desde quienes promovemos espacios diversos, porque tampoco somos inmunes a que nos ataquen las huestes del patriarcado. En entrevistas laborales con mujeres que ocupan posiciones de alta exigencia es común escuchar frases como “afortunadamente, mi esposo me ayuda”. Esta frase supone que la crianza y el cuido son tareas exclusivamente femeninas, de las cuales los hombres son partícipes voluntarios, y, por ende, quien lo hace además de cocinar, cambiar pañales, ir al súper y hacer el jardín, son súperhéroes a los que se les venera. No, no son superhéroes, son adultos funcionales que se hacen cargo de las consecuencias de sus propias decisiones. 

El marketing no escapa de este ancestro patriarcal y tampoco la política. El primero sigue indicando que “ahora nuestras clientas compran de manera segura en nuestros supermercados”, y el segundo sigue insistiendo en que el estado civil de una funcionaria prevalece antes que su puesto y su desempeño. 

Un amigo feminista, lector acérrimo de Marcela Serrano, me decía que, al leerla (y con ella, leer a muchas mujeres más desde su íntima feminidad), se sentía algo “voyeur”. La metáfora que usó fue sentir como si fisgoneara entre las puertas entreabiertas de un cuarto repleto de mujeres y sus historias. Qué bonito si nos atreviéramos a indagar en la historia nuestra, en los discursos plagados de sexismo y en las conductas de las que hemos sido presa por años. 

Así les dejo, con el permiso de convertirse en voyeurs, escudriñando las trampas del patriarcado. 

* Psicóloga especialista en equidad de género y derechos humanos 

renata@renatainfante.com