Mi paciencia se ha visto disminuida con aquellas personas que establecen una sinonimia entre el feminismo y el machismo, o aquellos que comentan que existimos “feministas radicales”. Ni se diga aquellos que se atreven a llamarnos feminazis.

Por: Renata Infante*

Creo que soy una persona paciente. Eso dicen quienes me conocen. Estoy segura de que COVID me ha llevado a desarrollar esta competencia aún más. Incluso, le he planteado a un buen amigo coach y escritor que me ayude a buscar una palabra que vaya más allá de resiliencia porque hay ocasiones en que esa no me es suficiente. 

Pero ¿de qué estoy harta y estoy dispuesta a decir “basta ya” ?, ¿En qué momento la paciencia que otros dicen que me caracteriza ha empezado a disminuir? Y entonces, reflexionando sobre mi conducta, me doy cuenta de que las ocasiones en las que me he enojado mucho es porque se “viola” un principio o valor que es importante para mí; el de la equidad, por ejemplo.

Mi paciencia se ha visto disminuida con aquellas personas que establecen una sinonimia entre el feminismo y el machismo o aquellos que comentan que existimos “feministas radicales”. Ni se diga aquellos que se atreven a llamarnos feminazis. No hay tal equivalencia y parece ser que, pese a los cientos de escritos, webinars, charlas, conversatorios y un sin número de posts, aún hay mucho que aclarar y por eso me comprometo, con la misma rigurosidad que el ritual de mi café matutino, a escribir mensualmente esta columna. 

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No hay forma de no ser radical cuando de feminismo se trata. Tampoco hay forma de que dejemos de ser feministas cuando nos quitamos los tacones de ejecutiva o cuando cortamos la llamada de Zoom, mucho menos cuando estamos en la intimidad de las paredes de nuestra casa, en nuestros otros roles de pareja o madre. 

El feminismo es, en cierto modo, una cosmovisión: una forma de ver e interpretar el mundo. Por esta razón, me cuesta pensar que no hay alguien que no crea que la equidad es buena para todas las personas, no solo para mis congéneres, quienes somos las que hemos llevado ese estandarte por muchos años. Afortunadamente, cada día que pasa voy conociendo a nuevos hombres que han decidido ser traidores del patriarcado y se autodenominan feministas. 

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Si todavía hay mujeres que tienen temor a declararse feministas, ¡Se imaginan los hombres! Se requiere valentía para ello, pero, sobre todo, se requiere conocimiento para eliminar una ignorancia que aún después de tantos años, sigue muy presente en los distintos espacios: desde el hogar, el trabajo, las relaciones de pareja y en nuestra obvia cotidianidad que, a veces es tan obvia y cotidiana, que la dejamos pasar sin ser cuestionada. 

Y es que mi mente, curiosa y divergente, siempre busca la forma de cuestionarse todo y definir nuevas formas de pensar y nombrar las cosas. Por eso, hoy quiero invitarles a que dejen un temor de lado, el de ser llamadas feministas radicales, porque es que no hay otra forma de serlo. A mí me genera orgullo y sentido de pertenencia, pero sobre todo, una profunda satisfacción de haber logrado llegar hasta acá para seguir haciendo alarde de mi paciencia y seguir invitando a otras personas a desarrollar una nueva cosmovisión: una en que todos y todas ganamos.  

*Psicóloga especialista en equidad de género y derechos humanos

renata@renatainfante.com