Desde pequeñita, Ligia creció rodeada de montañas, pasión y energía desbordante. Sus papás ambos profesionales de la salud, decidieron canalizar su entusiasmo a través del deporte. Antes de entrar al kinder, Ligia ya nadaba, practicaba gimnasia y corría al lado de su papá por los senderos de La Sabana. Los domingos, su familia exploraba las montañas cercanas, alimentando en ella un amor por la naturaleza que la acompañaría toda la vida.
Con el tiempo, descubrió su pasión por el diseño gráfico, que estudió en la Universidad de Costa Rica, mientras continuaba practicando deportes como el karate del que es cinturon negro y que le ayudó a tener más disciplina.
En 1998, participó en su primera carrera de montaña, la competencia del Chirripó, y ya no hubo vuelta atrás. En este pico perdió todas las uñas de los pies durante una carrera, terminó llorando pero se prometió volver mejor preparada.
Ligia se convirtió en campeona nacional de mountain bike, representó al país en tres mundiales de aventuras y exploró los Alpes y los Andes corriendo ultramaratones y ascendiendo al Aconcagua, la cumbre más alta de América. Fue la primera tica en correr 100 (cerca de 161 km) y 200 millas (casi 322 km) en este tipo de competencias
Su determinación se extendió al montañismo, donde entrenó con Warner Rojas, el primer costarricense en subir al Everest. Inspirada por él, decidió enfrentarse a la gran montaña. Tras un primer intento fallido en 2023, logró pisar el techo del mundo -8.848 metros- en 2024, siendo la primera mujer costarricense en lograrlo.
Dijo que para los 50 años, haría el Everest y luego se retiraría porque con 50 años y 30 años de competir, “ya era suficiente”. Finalmente lo logró con 51, cuando lo consiguió, se dio cuenta de que todavía tenía muchísima energía y ganas, y no quiere retirarse de las montañas o del deporte porque lo necesita en su vida. Ahora, Ligia planea completar el desafío de las Siete Cumbres, que consiste en escalar la montaña más alta de cada continente, de las que ya tiene dos (Aconcagua y Everest), entre 2025 y 2026.
Ligia tiene un emprendimiento familiar relacionado con su actividad favorita, Costa Rica Eco Green, que organiza carreras de montaña. Gracias a sus esfuerzos, más mujeres se han atrevido a explorar el trail running, transformando el deporte en un espacio inclusivo. Además, disfruta dando charlas motivacionales, inspirando a otros a conquistar sus propios Everest (reales o imaginarios).
¿Siempre ha sido muy deportista?
Desde que nací, dicen mis papás que llegué con muchísima energía. Era súper activa y en aquel tiempo no había todos esos pre-kinder y maternales y todas esas cosas que hay ahora. Pero mis papás, los dos del área de salud, pensaron que era bueno canalizar esa energía a través del deporte en vez de medicarme. Me metieron a natación y a gimnasia desde muy pequeñita y luego fueron a rogar a la escuela que me aceptaran aunque todavía no tenía edad para el kinder. Me gradué a los 16 años del colegio. Siempre seguí practicando deportes. Mi papá corría y vivíamos cerca de La Sabana, entonces él me llevaba a correr y también nos llevaban a la montaña todos los fines de semana desde que éramos pequeñitos, todos los domingos. Pasábamos tiempo juntos, ahí también aprendí a amar la montaña y a sentir que era mi desahogo y mi tiempo de paz y de familia, por eso lo busco tanto.
Luego, estudié diseño gráfico en la UCR y trabajo en eso, y seguí practicando deportes. En 1998 empecé mi primera carrera de montaña, que fue la carrera del Chirripó, y ahí comencé mi carrera deportiva más enfocada en la montaña. Fui deportista de aventura, que es correr, bicicleta y kayak. Representé a Costa Rica en tres mundiales, hice mountain bike y llegué a ser campeona nacional de mountain bike. Después empecé a correr ultramaratón, donde conocí los Alpes, los Andes y montañas más altas.
Paralelamente, hice artes marciales en la universidad, lo que creo que me dio mucha disciplina. Soy cinturón negro de karate, lo cual me ayudó a soportar más y a tener más disciplina. Los últimos cinco años, me dediqué al montañismo para lograr el reto del Everest, pero toda la vida he hecho deporte.
¿Por qué surgió el tema de pasar al montañismo? ¿Búsqueda de nuevos retos?
Sí, a lo largo de mi carrera siempre me gustó abrir portillos. Cuando era ciclista había muy pocas mujeres, especialmente en la Ruta de los Conquistadores. Yo la he hecho 18 veces. Luego, cuando empecé a correr montaña, también había muy pocas mujeres. Empecé a correr ultramaratón y fui la primera centroamericana en terminar la UTMB (Ultra-Trail de Mont-Blanc), que es en los Alpes. Lo hacía para demostrar que las mujeres podíamos abrir caminos y que otras se animaran a hacerlo.
Empecé a entrenar con Warner Rojas, el único tico que había subido al Everest. Conversando con él, surgió la idea de que ninguna mujer de Costa Rica lo había logrado. Entonces pensé, si me preparaba y entrenaba fuerte, podía hacerlo. Como amante de la montaña, el proyecto me encantó.
¿Sientes que has abierto camino y que ahora hay muchas más mujeres practicando estos deportes?
¿Qué fue lo que te inspiró inicialmente a dedicarte al montañismo?
Lo conseguiste al segundo intento. ¿Fue un desafío cuando el primer año no lo conseguiste?
Has alcanzado el máximo reto que hay en el montañismo ¿Tienes pensado seguir en el montañismo o cómo has ido evolucionando a otros deportes?
Sí, es interesante porque al principio, cuando empecé este proyecto, dije que me retiraría. Para los 40 años me propuse hacer el Ultra Trail de Montblanc, ser la primera y lo logré. Dije que para los 50 años, haría el Everest y luego me retiraría porque ya con 50 años, 30 años de competir, ya era suficiente. Pero cuando se logró, me di cuenta de que todavía tengo muchísima energía y ganas, y no quiero retirarme de las montañas o del deporte porque lo necesito en mi vida. Es una parte muy importante y me encanta la competencia y la adrenalina, pero también estar ahí, entrenar y pasar tiempo en la montaña. Todo el mundo me preguntó: «¿Y ahora qué sigue?» Yo había dicho que no seguiría, pero obviamente eso no es verdad.
En algún momento pensamos en hacer la cumbre más alta de cada continente. Es un reto bonito porque definitivamente hacer los 14 ochomiles no es una opción. Tendría que irme a vivir a Nepal, y no. Además, siento que el Everest, con su expedición comercial, seguridad, helicópteros y puestos montados, lo hace más accesible para personas como yo, que no hay un grupo de montañismo en el país ni una cultura. La montaña más alta de cada continente me suena muy bonito. Todo el mundo termina con el Everest, que es la más difícil, y yo ya tengo el Everest. Me faltan cinco. Tengo la Aconcagua. Si Dios quiere, con el apoyo de algunos patrocinadores, vamos a intentar eso, ya que ningún tico tiene las siete cumbres y creo que solo dos centroamericanos lo han logrado. Es un reto de montaña muy bonito que me hará conocer países y continentes que no conozco, como África y Oceanía, de una manera más segura porque la más peligrosa es el Everest y ya la hice. Entonces, las otras no son tan peligrosas.
¿Cómo llevó la atención tras volver del Everest?
Lo que sigue es muy interesante porque no lo tenía planeado. Cuando volví, todo el mundo quería hacerme entrevistas. Nunca pensé que tendría este impacto. He hecho carreras y cosas igual de difíciles y han sido totalmente invisibles en este país. No podía creer cuando este impacto tan grande se dio. Muchas mujeres se me han acercado para decirme que las inspiré, y eso es súper lindo. Me han invitado a escuelas a dar charlas. Esa parte me está gustando mucho, es algo que no tenía presupuestado. Dar charlas y tratar de motivar a otras personas para que vean que hay posibilidad de hacer cualquier cosa que se propongan. No es que se pongan las botas y se vayan al Everest, pero si quieren, sí, que lo hagan con un proceso. Cada persona tiene su Everest. Las herramientas que aprendí con el deporte y estos retos son aplicables a la vida diaria de cualquier persona: vencer obstáculos, adquirir herramientas, y cada vez estar más fuerte y preparado para enfrentar la vida y los retos.
He dado bastantes charlas y me está gustando mucho esa parte de convertirme en una motivadora para otras personas que intenten sus proyectos y sueños, sus propios Everests. Creo que ese es otro paso que no había pensado, pero que me gusta mucho. Me está gustando estar en un segundo plano y ser mentora de otros, apoyando a otros a que se atrevan.
El Aconcagua ya lo subiste, ¿fue uno de los entrenamientos para ir al Everest, no?
Sí, porque ahí piden muchos requisitos. Me di cuenta de que si no los cumples y pagas, igual te dejan subir. Esa es la parte complicada del Everest. Ahora están siendo más severos en eso, pero te piden un currículum. Mi sherpa, que era una persona más responsable, me preguntó qué estaba haciendo y cuál sería la preparación. Entonces, la montaña más accesible para nosotros es la Aconcagua, que es la montaña más alta del mundo fuera de los Himalayas. La hice como un requisito y como entrenamiento.
¿Y para cuándo crees que podrías completar las siete cumbres?
Ya lo estoy planeando. Si Dios quiere, en 2025 el Kilimanjaro será la primera. Pensamos en incluir a mi esposo, porque él también hace montaña y ha hecho el Chirripó y varias montañas. Entonces, dijimos que él podría hacer Kilimanjaro, Elbrus en Rusia, y otras. Pensamos en armar un grupo de personas que me acompañen. Eso subvenciona un poco nuestro viaje. Justo estos días lo anunciamos y hay mucha gente interesada. Pensamos hacerlo en 2025-2026. Lo ideal sería conseguir patrocinio y hacer el Kilimanjaro en el arranque del año, luego en junio hacer el Denali, en julio-agosto el Elbrus, la de Oceanía en cualquier momento y la Antártida, que es la más cara y complicada, a final de año. Esa sería la idea.
¿Cómo describirías tu experiencia al llegar a la cumbre del Everest? ¿Qué sentiste en ese momento?
¿Y los momentos más críticos durante la expedición?
Uh, todos. A veces tengo una memoria romántica. Un amigo peruano que hace carreras y montañismo como yo dice que a las semanas solo recordamos las cosas bonitas. Por eso volvemos y volvemos. Recuerdo que una vez repetí una carrera durísima en los Alpes italianos y me olvidé de lo horrible que era la bajada al kilómetro 200. Él me decía, Ligia, tenemos memoria romántica. Ahora lo pienso porque veo las fotos y digo, ay, qué lindo, la subida y todo. Pero luego veo videos y documentales, encontré uno donde salgo saludando a la cámara y veo que se puso nublado, hacía viento y frío, y recuerdo que sufrí cada momento. Cada paso pensaba, ¿será que mejor me devuelvo? ¿Tengo lo que se necesita para estar aquí? Pensaba, Ligia, tal vez te pasaste, mejor te hubieras quedado con otra montaña más baja. Esto es demasiado para vos. Pero al mismo tiempo pensaba, no, sí puedo, un paso más, un paso más, nada más. Los momentos críticos son todos.
Cada momento estás esperando a ver si tu cuerpo va a soportarlo, si no se va a enfermar, si va a aguantar la altura. Son tantos factores que pueden fallar, que uno siempre está alerta.
Creo que tal vez, en la aclimatación, que se hace antes de hacer el ataque a cumbre, se llega hasta campo tres y me caí en una grieta. La pesadilla de todos los montañistas. Por dicha estaba amarrada a la cuerda de seguridad. Me amarré como siempre. Alguien jaló la cuerda abajo y me abrió los pies. Cuando me di cuenta estaba dentro de una grieta guindando y no podía reaccionar, no tenía cómo salir sola. Pero por dicha, estaba con mi sherpa y le grité, Dorche, ayuda. Él se asomó y dijo, aquí estoy. Pensé, hasta aquí llegué, pero me di cuenta de que reaccioné súper tranquila. Traté de hacer unos movimientos y vi que no tenía capacidad de salir por mí misma, así que ahorré energías y me quedé quieta esperando instrucciones. Él hizo unas poleas, recuperó la cuerda y cuando ya pude moverme, empecé a recuperar la cuerda yo también y logré salir. Al final, fue algo positivo. No le conté a mi esposo hasta que volví para que no se asustara. Él me dijo que reaccioné muy bien, seguí órdenes, no perdí la calma ni la energía, lo hice perfecto, que me sintiera muy orgullosa. Eso me dio confianza y se convirtió en algo positivo. Vi que mi sherpa también reaccionó increíble y estuvo ahí, hizo las maniobras para ayudarme a salir, lo que me dio mucha confianza en él. Al final, algo que pudo haber sido una tragedia, lo transformé en algo positivo que me dio más confianza.
Y ese frío para una tica…
Sí, es raro. A mí me gusta el frío, sé que soy tica, pero le tengo más miedo al calor que al frío. He tenido golpes de calor en competencias aquí que sí he sentido que me muero y no tengo cómo recuperarme. Pienso que el frío, uno dice, me muero del frío, entonces todo el mundo se junta y te abraza o hacen algo y después te calientas. Obviamente, si estás arriba a 8000 metros y tienes puesto todo lo que tienes, no hay mucho que hacer. Pero me di cuenta de que el frío es saber detectar cuando es crítico y devolverse si hay que devolverse, o ver qué se hace y tener el mejor equipo. En el Aconcagua, lo intenté dos veces. La primera vez no llevaba el equipo adecuado y llegué a 6500 metros. No me podía calentar, empecé a tener hipotermia. Faltaba mucho para que amaneciera y me devolví porque no tenía cómo calentarme. Pregunté cuánto faltaba para que saliera el sol y me dijeron que dos horas
Y yo no, en dos horas estoy hecha un cubito de hielo muerta. Ya no voy a poder devolverme por mis propios medios. Entonces, chao. Me voy para abajo. Luego, me compré un buen equipo. Apareció The North Face, que me patrocinó y me dio la mejor chaqueta, y fue otra experiencia. Yo ya fui con otra ropa, la adecuada, y es otra experiencia, ¿verdad? Al final, en ese tipo de clima, no es tanto el frío, sino el equipo inadecuado. Entonces, ahí decidimos que no íbamos a escatimar en mi equipo. Por dicha, conseguí ese patrocinio y esa ayuda de The North Face, inclusive de Estados Unidos, y me mandaron el traje y todo. Yo tenía la ropa de una élite, ¿verdad? El traje que le dan a cualquier atleta élite de The North Face, no me podía quejar en eso y realmente se notaba la diferencia, ¿verdad? Eso me hacía sentir muy segura, ya lo había probado. Ya había llegado hasta 8.000 metros y había visto que iba bien. Eso también me daba confianza. Obviamente, también con esa mentalidad de que si empezaba a tener frío y veía que no podía, me iba a devolver antes de que llegara a un momento crítico.
¿A qué temperatura llegaste a estar?
Bueno, el Garmin me marcó en la cumbre, que según yo hacía, o en el clima. Aun así, mi sherpa me dijo: «No se quite la máscara, no se quite la capucha porque se muere». Ahí uno se congela en minutos y me marcó menos 36 grados. Uy, también. De hecho, no me podía bajar el cierre porque quería abrirme el cierre para sacar algo y después vi en la foto que tenía unos bloques de hielo, todo esto tenía hielo aquí congelado debajo de la cara. O sea, hacía mucho frío, pero realmente no me acuerdo.
¿Qué aprendizaje sacaste de esta experiencia tanto a nivel físico como emocional?
Bueno, es que la montaña en general es como una experiencia de vida comprimida, ¿verdad? En unos días o meses, me enseñó que con buena preparación, con un buen proceso, con una buena mentalidad, las cosas que parecen más difíciles se pueden lograr. Obviamente, también tener un equipo de trabajo y de apoyo detrás es vital porque a veces yo decía, veía cosas que no sabía, y pensaba que tal vez no, que esto no era para una tica, hace mucho frío y extrañaba demasiado a mi familia y se oyen avalanchas todas las noches y no sé. Y me decían: «No, sí, Ligia, usted está lista, usted ha entrenado toda su vida para esto, no sé qué, ¿verdad?» Entonces era muy importante. También, no sé, bueno, yo soy creyente y me hizo sentir más cerca de Dios. Sentir una fuerza exterior que estaba ahí cuidándome, que estaba ahí conmigo, me hacía sentir más segura de alguna manera. No sé por qué también, ya llegando arriba, no sé si era falta de oxígeno y alucinaciones, sentía tan cerca a mis abuelos y a mis suegros que están muertos. Sentía que estaban ahí conmigo viéndome. Le hablaba a mi abuela materna, que era deportista, ¿sí? Y le decía: «Abuela, vea lo que estoy haciendo, cómo me gustaría poder llegar a casa y poder contarle todo lo que estoy viviendo, ¿verdad?» Aunque es una experiencia extrema que lo lleva a uno a los límites que jamás pensó. Hablaba con una amiga española, por cierto, que estuvo aquí. Ella es campeona de maratón en ciclismo y se acaba de ir a España. Yo decía que estos deportes y estas experiencias destruyen el cuerpo porque uno queda hecho leña. Yo perdí ocho kilos, quemada, flaca, sin músculo, pero empoderan el corazón y la mente, mental y emocionalmente. Por eso son tan adictivos para los que logramos encontrar eso, ¿verdad? Porque aunque el cuerpo queda destruido, la mente queda fuertísima. Es realmente súper interesante y súper poderoso. Ahora digo, a veces pienso que no puedo, que esto es demasiado. Y luego me digo: «No, hombre, Ligia, si subiste el Everest, ¿te vas a rendir con esto?» Entonces, es algo muy poderoso, de todo lo que vencí, podía hacer una lista interminable, ¿verdad? Desde antes de ir, de empezar a buscar el patrocinio, de empezar a tratar de prepararme, de entrenar, de convencer a la gente de que sí podía, de convencerme a mí misma de que sí podía, hasta ya estando allá, estar lejos de la familia, dormir en el piso, comer comida que no me gustaba. Fueron 50 días comiendo comida nepalí, que no me gusta, de estar sin poder abrazar a las personas que quería, sin poder tener todas las facilidades que uno tiene día a día, es durísimo, ¿verdad? Más que es peligroso y saber que alguien se podía morir, y de hecho vi dos personas fallecidas que habían muerto el día anterior y todavía estaban ahí, no las habían bajado.
Es duro, ¿verdad? Todas esas cosas. Y cada paso que daba, yo decía: «No, ya no puedo dar un paso más y apenas voy por este campamento, ¿cómo voy a llegar a la cumbre?» Pero es algo mental. Se va dando cuenta uno que es algo mental. Y una cosa muy poderosa fue mi sherpa, que con toda su experiencia y su inglés limitado, me decía Alicia, porque no me decía la G. Entonces yo le decía Dorchi. Yo vacilaba con él, porque trato de estar siempre positiva y vacilar con las situaciones para sentirme feliz de alguna manera. Le decía: «Dorche, ¿usted cree que yo esté lista para lograrlo, que una señora de Costa Rica pueda llegar a la cumbre?» Y me decía: «Alicia, there’s always a possibility. Mientras usted siga avanzando, siempre va a haber una posibilidad». Eso fue súper poderoso para mí porque creo que se aplica para toda la vida, ¿verdad? Entonces, solo concéntrese en el paso que sigue, y siempre que siga avanzando, va a estar esa posibilidad de lograrlo.
Creo que esta experiencia más que nada me hizo eso, crecer mentalmente y sentir emociones que nunca había sentido y sentirme muy fuerte en ese aspecto.
Además del Everest, ¿cuál consideras que ha sido tu mayor hito y cuál es al que más cariño le tienes?
Bueno, yo vivo enamorada del Chirripó. Creo que esa montaña, pues sí, mis papás me llevaban a las montañas. Teníamos una propiedad pequeña en San Pedro de Poás y ahí aprendí a subir y bajar montañas. Pero creo que el día que subí el Chirripó por primera vez, dije: «¡Wow, qué es esto!» Yo fue que me inscribí en la carrera, no sabía lo que iba a hacer. No conocía el Chirripó y unos amigos estaban entrenando para la carrera, así que me puse a entrenar con ellos y me inscribí. Y yo empecé a subir y subir y subir y dije: «¿Qué es este lugar tan impresionante? ¿Cómo en Costa Rica existe esto?» Y claro, bajando perdí las diez uñas de los pies. Llegué, entré llorando, literal, llorando a la meta. Pero dije: «No, es que yo el próximo año lo voy a hacer mejor y necesito volver a ese lugar». Entonces, creo que el Chirripó para mí siempre ha significado ese enamoramiento de la montaña y para mí, aunque he visitado mil montañas en el mundo, nunca deja de asombrarme y siempre la considero la montaña más linda del mundo. Había gente que se burlaba de mí. Uno sabe que hay haters por ahí y se burlaban. Decían que yo porque subía 20 veces al Chirripó creía que podía subir el Everest. Entonces, por eso la semana pasada justo fui por fin al Chirripó después de haber subido el Everest y llevé la bandera que llevé al Everest y llevé una piedrita del Everest para agradecerle por prepararme. Yo lo subí para prepararme 35 veces y volvería otras 35 más.
¿Qué significado tiene para ti ser la primera mujer costarricense en hollar la cumbre del Everest?
Creo que al principio no me daba cuenta realmente de lo que significaba. Yo decía: «Bueno, va a ser algo muy bueno para mí, muy poderoso. Ninguna mujer lo ha logrado». Entonces eso me iba a hacer aún creer más en mí, de que puedo lograr cosas. Era también abrir una gran puerta, ¿verdad? Porque yo sé que un hombre lo subió hace 12 años y ninguna mujer. ¿Por qué? No, si podemos. Siento que demostrarles a las mujeres de Costa Rica que tenemos lo que se necesita para realizar cualquier cosa que nos propongamos. Cualquier cosa. Y es que sin excusas, ¿verdad? Porque yo digo, es que no hay excusas. Yo soy una señora de 51 años, mamá, y trabajo, y logré llegar a la cumbre del monte Everest. Entonces cualquier tica que se decida hacer cualquier cosa tiene la capacidad, que no lo duden. Entonces se convirtió en eso, ¿verdad? Esa parte muy importante y no sé.
¿Cómo este logro y todo lo que has hecho puede inspirar a más mujeres y a otros costarricenses a perseguir sus sueños, sin importar los desafíos?
