En una casa pequeña del Tejar de Cartago vivía María, la quinta de ¡quince hermanos!, y desde muy chiquita descubrió que tenía un don especial: le encantaban los números y resolver problemas.
Un día muy especial, cuando estaba en cuarto grado, llegó el presidente de Costa Rica a su escuela. ¡Iban a inaugurar el primer laboratorio de computación! Ella fue una de las diez niñas elegidas para usar las nuevas computadoras. Sus ojos brillaron al ver aquellas máquinas mágicas que podían hacer cálculos increíbles. «¡Algún día entenderé cómo funcionan estas máquinas por dentro!», se prometió a sí misma mientras tecleaba en aquella computadora por primera vez.
Cuando creció un poco más, María comenzó a dar clases particulares de matemáticas a otros estudiantes, para así poder ayudar a la economía familiar. Caminaba kilómetros para llegar a sus casas, pero no le importaba.
Al llegar a la universidad, al TEC, María se encontró con un nuevo desafío: en su clase de ingeniería en computación eran muy pocas chicas. Algunos le decían que la computación no era para mujeres, pero ella luchó para conseguir su sueño. No solo estudió, sino que también fue mamá mientras sacaba la ingeniería. Llevaba a su bebé a clases, y aunque algunos profesores le decían que mejor dejara la carrera, ella sabía que podía ser madre y también ingeniera. Su bebé dormía tranquila mientras ella aprendía sobre computadoras y programación.
María se graduó y, años después, alcanzó un logro extraordinario: ¡fue elegida como rectora del Tecnológico de Costa Rica! Era la primera mujer en ocupar ese cargo tan importante.
Hoy, trabaja para que más niñas se interesen por la ciencia y la tecnología. Una soñadora demostró que las niñas podemos ser lo que queramos ser: científicas, ingenieras, mamás, rectoras… ¡o todo eso junto!
¿Cómo es ser de una familia (tan) numerosa?
Nací en San José, la capital de Costa Rica. Soy hija de migrantes y la quinta de 15 hermanos (ocho mujeres y siete hombres), así que me tocó crecer con cuatro hermanos mayores y 10 hermanos menores. Fue una infancia llena de ambiente colectivo, espacios con muchas necesidades, pero también de mucha solidaridad y compromiso, principalmente con la educación. Mis padres siempre promovieron muchísimo el estudio; a mí me encantaba estudiar. De hecho, después de ser electa rectora, el día más emocionante de mi vida fue cuando iba a entrar a preescolar, porque me encantaba la idea de ir por fin a un centro educativo.
Tuve una infancia llena de juegos y responsabilidades en el hogar. Como éramos una familia numerosa, había que atender a los hermanos menores, ayudarles en su preparación para ir a los centros educativos y en los temas propios de crianza. Además, apoyábamos en el seguimiento de sus labores educativas, preparándolos para exámenes y ayudando con las tareas. Si alguno se enfermaba, entre todos nos organizábamos según nuestras edades y mi mamá nos asignaba roles de cuidado. Mi mamá siempre dejó claro que la libertad dependía mucho de la independencia y la autosuficiencia.
Siempre hubo limitaciones económicas. Había dos camarotes por cuarto y cada uno dormía con otro en la cama. La casa tenía tres cuartos: en uno dormían los padres, y en los otros dos cuartos, dos camarotes cada uno, ocho hermanos en uno y siete en el otro. Un hermano grande dormía con un hermano pequeño, para que hubiera un tema de cuidado entre todos.
No logro dimensionar lo que es tener una familia pequeña. Soy de una familia numerosa y por eso creo que me gusta tanto trabajar en colectivos. Estudié en Tehat, en la Escuela Ricardo Jiménez, pero en sexto grado la maestra se enfermó. Pasamos meses sin maestro y me pasaron a otra escuela en el centro de Cartago. Ese día lloré mucho al dejar a mis compañeros que conocía desde preescolar. Aunque fue muy difícil, al final lo agradecí porque me permitió conocer otras realidades.
¿Siempre fue buena estudiante?
¿Cuáles eran sus asignaturas favoritas?
Sin duda, las matemáticas y cuando había espacios de tecnología. En la escuela, cuando estaba en cuarto grado, llegó el presidente de la República a inaugurar el laboratorio de computación y tenían que seleccionar 10 niños y 10 niñas. Entonces, salí dentro de las seleccionadas por rendimiento académico y nos tocó utilizar por primera vez esas computadoras de la escuela. Esa visita del señor presidente me llamó muchísimo la atención, también los programas que en ese momento utilizamos, y desde ahí dije: «Bueno, estudiaré algo relacionado con las matemáticas y la tecnología, sin duda». Así decidí que tenía que ser algo relacionado con la computación. Las matemáticas siempre me han fascinado y siempre me iba muy bien en general, pero esas eran mis favoritas, sin duda.
Estudiar Ingeniería en Computación, aparte de su pasión por las matemáticas y las tecnologías, viene dado también por la cercanía…
Yo podía estudiar en cualquier universidad pública por mis notas. Pero sí decidí entrar a estudiar Ingeniería en Computación en el TEC, porque también estaba en la UCR, por el tema de la cercanía. Quería estudiar algo relacionado con la tecnología y mi prioridad fue el TEC, en efecto, por el tema económico.
Sus hermanos mayores la apoyaron para poder dar esas clases y llegar a la universidad. ¿Fue usted la primera de los hermanos en ser universitaria? ¿O ya alguno de ellos estudió una carrera universitaria?
Mi hermana mayor estudió en una universidad privada, pero no se graduó. Mi hermano mayor ingresó a la universidad pública, pero tampoco concluyó. Yo soy la primera universitaria graduada de mi familia. De los menores ya hay más graduados, pero sí, yo soy la primera graduada universitaria de la casa.
¿Qué fue lo que definitivamente la inclinó a estudiar Ingeniería en Computación? Algo que no era muy habitual a principios de los años 90.
¿Cuántas chicas y cuántos profesores había?
Profesores, cuando ingresé, había una. Y después había más. En mi generación, éramos seis mujeres. Pero a mediados del semestre ya éramos tres, y después solo quedamos dos. Entonces, en algunos espacios de las aulas solo había una mujer, solo yo. Éramos muy pocas y siguen siendo pocas.
En ese momento había grupos de 40 o 30 personas. La generación fue de 80 personas y entramos seis. A medida que avanzaba la carrera, los grupos se hacían más pequeños. Los grupos eran de 40 o 30 personas, y solo había una o dos mujeres por grupo. Fue complicada esa parte.
Yo no podía dedicarme tiempo completo a la carrera, porque también necesitaba becas y hacer otro tipo de actividades económicas para sostenerme en la universidad. Ya que no podía ser un ingreso para mi hogar, al menos procuraba no ser un gasto. Entonces, había que balancear, no siempre podía llevar todos los bloques de materias y eso me rezagaba, impidiendo seguir con mi generación porque tenía que armonizarlo con el resto de las condiciones de vida.
Por ejemplo, fui asistente del encargado de danza del grupo de folclor, asistente de grupos de danza popular, hacía asistencias en laboratorios computacionales o asistente de algún profesor o profesora. Todo esto influía en mi ritmo de estudios.
Fue difícil, porque en aquel momento el tema de las ingenierías y la tecnología eran considerados espacios muy masculinos. Había mucha apertura con algunos profesores, pero con otros no había tanta afinidad, ya que no concebían que una mujer quisiera estudiar ingeniería sin dedicarse tiempo completo a ello. Ahí es donde identifiqué una brecha de género. Nunca me había sentido discriminada por ser mujer hasta ese momento.
Cuando empecé a percibir más resistencias, descubrí que la institución tenía un programa de equidad de género que iniciaba con proyectos financiados por la Unión Europea para trabajar en la identificación de brechas y sesgos de género, especialmente en el examen de admisión y en las ingenierías. Desde ahí comencé a trabajar como promotora de más mujeres en las áreas de STEM. Este tema siempre me ha ocupado y preocupado, porque está comprobado que la inclusión de más mujeres en estas áreas genera desarrollo para los países. Así, comencé a cerrar esas brechas de género desde mis propias dificultades.
También es mamá. ¿Eso le costó atrasarse en su carrera profesional?
Sí, porque decidí ser mamá siendo estudiante, lo cual generó mucho revuelo. Ser mamá, trabajadora y bailarina de folclor fue muy complejo. Había docentes que no imaginaban cómo una mujer embarazada podía querer ser ingeniera. Me decían que mejor me dedicara al embarazo y luego estudiara otra cosa. Pero también encontré personas sensibles que me animaban a continuar. Cuando tuve a mis hijos mayores, a veces mi hija Karina, recién nacida, iba conmigo a clase. Algunos profesores no tenían problema porque ella pasaba dormida durante la clase.
Mis tres hijos asistieron al taller infantil de la universidad, que recibía a niños y niñas desde el año y tres meses, y ahora los reciben desde los tres meses, para armonizar estudio, trabajo y maternidad. Hemos ido cerrando brechas en la institución para reconocer que la maternidad y paternidad se pueden armonizar con el estudio de una ingeniería. Mi esposo, también egresado de Computación, y yo éramos estudiantes cuando decidimos ser padres, y armonizábamos horarios para cuidar a los hijos.
Ha sido un desafío, pero tener a mis hijos en estos espacios universitarios ha sido maravilloso. Ver a Ricardo, Karina y Eduardo en una feria científica a los dos años, con estimulación temprana y hablando inglés desde pequeños, ha sido un logro. Ahora, como rectora, uno de mis hijos ya es ingeniero, Karina estudia ingeniería y Eduardo también, así que no lo hemos hecho tan mal.
Y supongo que su esposo no recibió esos mismos comentarios de que atendiera su embarazo y luego eligiera otra carrera, ¿no?
Para nada, para nada, porque además siempre se asume, ¿verdad?, que el tema del cuidado es solo de la mamá y que si alguien tiene que renunciar a un espacio como la ingeniería, tiene que ser la mujer. También están todos esos estereotipos de que solo el hombre debe ser el proveedor, ¿verdad? Ahora, por ejemplo, yo que soy rectora, siempre me preguntan: «¿Y qué opina su esposo? ¿Está teniendo dificultades?» No se imaginan que, en efecto, todo esto se puede armonizar. Él nunca recibió ningún comentario de que dejara de estudiar o trabajara en otra cosa porque ya era papá, para nada. Pero esos comentarios los seguimos recibiendo solo las mujeres. Nos conocimos en el TEC. Él entró unos años antes que yo a la carrera y nos conocimos en los laboratorios de computación, y pues surgió el amor.
¿A qué edad llevó a clases a sus hijos?
Fui mamá a los 21, 23 y 29 años. Ricardo no iba a clases conmigo, pero lo dejaba con Alberto y me llevaba su bipper, ya que en ese momento los celulares eran muy caros. Me enviaba un mensaje si Ricardo necesitaba lactancia y me salía de clase o llevaba leche materna en un chupón para atenderlo. Karina sí iba a clases conmigo, porque además daba clases los fines de semana para un proyecto de la Oficina de Equidad de Género que capacitaba a mujeres y adolescentes mamás en áreas técnicas.
Coordinaba ese proyecto desde la oficina y capacitamos a más de mil mujeres. Estos proyectos me ayudaron mucho a armonizar mi vida y mostrarles a las chicas que era posible ser universitaria y mamá. Estos fueron espacios muy ricos en cómo cerrar estas brechas.
¿Qué significa para usted ser la primera mujer al frente del TEC?
Es un gran reto. Por un lado, es mucha alegría y emoción que la universidad me haya honrado al nombrarme como la primera mujer rectora de esta institución. Pero también representa muchos retos y desafíos, considerando los 52 años de existencia de la universidad. Es un contraste de emociones y compromisos, pero estoy muy satisfecha de ver que en esta institución, donde la mayoría son varones, tanto en el personal como en el estudiantado, solo hayan tardado 52 años en tener una mujer rectora. Hay otras universidades latinoamericanas que han tardado hasta 400 años en lograrlo.
¿Usted personalmente ha enfrentado obstáculos en su carrera por ser mujer en áreas como la ingeniería y la academia?
Sí, desde que era estudiante. En la universidad, me sentí distinta cuando los profesores hacían comentarios como «hoy vamos a llamar a una mujer a la pizarra», siendo yo la única mujer en el aula. También enfrenté desafíos cuando me convertí en madre y me dijeron que no podía seguir estudiando o que no podía optar por ciertas oportunidades. Incluso como profesional, he enfrentado situaciones donde se me ofrecieron puestos diferentes a los publicados por ser mujer. Estas experiencias me han motivado a trabajar en cerrar estas brechas de género.
¿Cómo se pueden recortar esas brechas de género en las distintas áreas del STEM más allá del TEC?
La brecha en STEM es muy grande. Creo que hay que trabajar con padres de familia y docentes de primaria y secundaria de manera integral, ya que muchos trasladan estereotipos de manera inconsciente. También es urgente actualizar a los docentes en estos temas. A corto plazo, podemos promover acciones afirmativas y actualizar a profesionales ya formadas para que se incorporen a áreas como la industria de semiconductores. A largo plazo, debemos trabajar desde preescolar para cambiar estas dinámicas.
¿Cómo han abordado esto desde el TEC?
¿Cuál es el porcentaje de mujeres estudiantes en el TEC?
Alrededor del 43%. Sin embargo, en algunas ingenierías, como electrónica o computación, el porcentaje de mujeres es menor al 10%. En otras, como biotecnología o ingeniería ambiental, el porcentaje es más alto, alrededor del 25%. Estamos trabajando en acciones afirmativas para promover la incorporación de más mujeres en estas áreas.
¿Qué le puede decir a las chicas que piensan tomar carreras en las áreas STEM?
