Aldeas Infantiles SOS cuenta con 112 encargados de cuido en Costa Rica, de los cuales 82 son mujeres.
Por: Fiorella Montoya
Maritza escucha su alarma a la 5:30 de la mañana, con un horario ya establecido inicia el día: prepara el desayuno y alista a los niños para ir a clases. En la tarde hacen tareas y conversan, entre ella y los nueve niños a su cargo hacen la cena; posteriormente llega la hora de dormir.
Ella no es la madre de los niños, pero es su empleo y se describe con una palabra: amor. Ese es el día a día, con algunas variaciones de las tutoras de Aldeas Infantiles SOS, organización internacional que brinda protección a niños y niñas que han perdido el cuidado de sus padres o están en riesgo de perderlo.
Con un total de 300 niños, niñas y adolescentes divididos en residencias en Santa Ana, Tres Ríos y Limón, 112 personas velan por su cuidado.
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“Dedican su tiempo más allá que un trabajo, lo hacen de forma desinteresada y con gran calidad. Es importante porque entregan al niño o niña una pequeña parte de lo mucho que han perdido, no son indiferentes ante su dolor, alegría y enojo. Pasan día a día en un entorno familiar que les permite conocerlos y más allá de alimentarlos o cuidarlos están ahí para representar la protección que ellos necesitan”, dijo Shirley Solano Torres, directora Nacional de Aldeas Infantiles SOS Costa Rica.
Trabajar con el corazón
Ellas no solo comparten su vida, sino que su empleo es parte importante de ella. Cumplen un horario de seis días cuidando a los niños y dos libres donde ven a sus hijos, esposos y padres. Pero esa no es la parte más complicada sino, el hecho de que cada infante tiene una historia que contar.
“La parte más difícil es cuando amanecen tristes o enojados, por muchas cosas que han pasado en sus vidas (…). Esto es un gran reto, porque hay diferentes caracteres, uno ríe y llora. He pasado momentos muy duros, porque cada uno tiene su propia historia, y yo jamás me imaginé que existiera tanto dolor en niños tan pequeños”, explicó Jeannette Fallas, quien tiene a su cargo a nueve mujeres de 12 a 17 años.
Ella tiene dos hijos y esposo, a ellos todos los días les escribe para ver cómo están; y cuando regresa de sus días libres, las niñas a su cargo le consultan acerca de a dónde fue, a lo que ella responde con una buena conversación. “Somos una gran familia”, añadió.
Por otra parte, Maritza Guilles trabaja por segunda ocasión en AISOS, ella fue madre joven y así es como describe su empleo: “Es todo lo que podría decirse que hace una mamá”. Maritza trabajó en guarderías. Con la enseñanza como vocación, demuestra tener lo indicado para darle todo lo que tiene a los niños.
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“No tuvieron afecto en algún momento de su vida, de una mamá o familiar. Se convierten en familia, porque pasamos mucho tiempo aquí. Este es un trabajo que hay que hacerlo con mucho amor y pasión. He aprendido que es de vocación y de hacer nuestra labor con mucho amor, con los pies puestos en la tierra, uno lo hace bien cada día”, explicó Guilles.
Parte del empleo es también disfrutar de los momentos en su vida compartida, pues ella es cuidadora en la Aldea de Limón y sus hijos viven en San José, por lo que divide su tiempo entre su empleo, sus padres y también sus hijos.
Familia y aprendizaje
Aldeas Infantiles está presente en 135 países alrededor del mundo y en Costa Rica cumple la labor de cuidado y protección desde hace 45 años. Además es reconocida organización Benemérita de la Patria desde 2012.
El objetivo principal es poder brindar entornos afectivos y seguros, por ello acogen temporalmente a menores de edad que han sufrido algún tipo de vulneración a sus derechos.
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Más allá de la idea inicial como institución, el hecho de convivir 24 horas durante seis días no es un simple trabajo, es uno que conlleva vocación y sobre todo una entrega inusual al trabajo que realizan porque se trata de convivir y aprender de los niños, de sus experiencias, de sus lágrimas y alegrías; un empleo que entrega más que horas de tiempo, sino que expresa afecto.
“Ese cariño los participantes lo devuelven de múltiples formas, y son gestos tan maravillosos… El solo detenerse en una aldea y ver el momento en que regresa una tía de sus libres, los gritos y abrazos de los niños y niñas no pueden esperar, la emoción invade la aldea por unos instantes y la sonrisa que la tía o el tío devuelven lo dice todo”, agregó Solano.
Una de las situaciones que destacan las cuidadoras es la valentía de los niños, la cual le traspasan para ser agradecidas con lo que tienen, con su trabajo y con la vida fuera de ello, pues mencionan que son como ‘hormiguitas’ ayudándose y siempre tienen algo que dar.
Cariño, pasión, entrega, amor y familia son algunas de las palabras que identifican el cuidado que ofrecen estas personas a los niños, sobre todo las 82 mujeres que van más allá de su empleo.