Nacida en Cartago, Francisca Carrasco pronto mostró sus inquietudes. Aprendió a leer y a escribir, pese a que en aquel entonces las mujeres no tenían acceso a la escuela.
Con 26 años participó en una marcha contra el hondureño Francisco Morazán (en ese momento Jefe Supremo de Costa Rica -1842-). A lomos de un caballo y en compañía de otras mujeres, alentó al pueblo tico a que presentaran batalla a quien consideraba un ocupante del país. Fue una pequeña revuelta, pero al poco estalló un movimiento popular que terminó con el fusilamiento de Morazán.
Lo que hizo entrar a ‘Pancha’ con letras de oro en la historia costarricense fue su papel en la ‘Campaña Nacional de 1856-57’. El país defendía su independencia frente a las fuerzas filibusteras de William Walker.
En 1856 se alistó en el ejército nacional. Le pusieron labores que entonces se consideraban propias de las mujeres: cuidar de la cocina, remendar, lavar y atender los heridos. Pero en la Batalla de Rivas (11 de abril de 1856) tomó el fusil y combatió junto a sus compañeros, hombro con hombro. Después vivió entre las tropas la epidemia de cólera (haciendo labores de enfermera, asistencia sanitaria y apoyo emocional) y marchó interminables jornadas por selvas y pantanos, hasta la rendición de Walker.
Al volver de la guerra fue condecorada, junto a otros oficiales del ejército, por el presidente de la República de Costa Rica.
A su muerte, en 1890, se decretó duelo nacional y se le rindieron honores militares, con el presidente José Joaquín Rodríguez Zeledón al frente.
El final de su vida lo vivió en la extrema pobreza, Costa Rica se olvidó de ella, pese a todo lo que le había dado, asignándole una pensión miserable.
El Estado costarricense lo reparó más de un siglo después, nombrándola ‘Defensora de las libertades patrias’ en 1994 y ‘Benemérita de la patria’ en 2012. Está considerada la primera heroína de América Latina.