Por: Daniel Zueras
Rosa Marie Ruiz nació en Guadalupe, San José, pero con apenas ocho días sus papás la llevaron a vivir a una finca de ganado con bosques, pastizales, acequias… Jugaba con su hermano menor, con las gallinas, a tirarse en el zacate, a mirar a las nubes y a ver los ojos de las vacas…
Así vivió hasta que cumplió siete años, cuando fue a la escuela República de Perú, en San José, hasta sexto grado y después en el María Auxiliadora. Para ella fue un cambio muy fuerte, de la libertad total a estar más vigilada por sus profesoras y sus papás. Todavía hoy recuerda a dos maestras fabulosas que la formaron en conocimiento, en disciplina y en compartir.
Inició su carrera universitaria en Química, en la Universidad de Costa Rica (UCR), pero terminó esos estudios en la Universidad Iberoamericana en México, ya que su padre se trasladó allí por su trabajo. En su clase había 100 hombres y tan solo tres mujeres. Le tocó abrir muchas puertas que hasta ese momento estaban cerradas para ellas.
Ya de vuelta en Costa Rica, se graduó del Profesorado de Educación en 1972. Su visión de la educación fue muy integral y decidió dar clases en el Liceo de Costa Rica y en el Colegio de Señoritas. La química fue su vehículo para acercarse a los jóvenes. Después entró a impartir lecciones de Química General en la Universidad Nacional (UNA), donde coordinó la reestructuración de dicha cátedra y otros muchos cambios en la UNA, que estaba recién fundada.
Todo ese camino recorrido sirvió para ser electa como la primera rectora de una Universidad estatal de Costa Rica, la UNA, entre 1989 y 1995 (y primera mujer en Latinoamérica). Fue un cargo que al principio no quería, pero que aceptó y desde el que inició una reforma profunda del sistema educativo universitario. Después, se implicó en diversas instituciones relacionadas en la lucha contra la pobreza, además de liderar programas en favor de madres adolescentes.
¿Cómo recuerda su infancia, su juventud?
Nací en la ciudad, en San José, en Guadalupe, pero a los ocho días me llevaron para una finca que mi papá tenía de producción de ganado de leche, que ahora es muy cercana a la ciudad, pero en ese momento era muy lejana.
Era difícil llegar ahí, entonces, salíamos poco. Había bosques, pastizales, riachuelos. No había otras personas, ni chiquitos con los que jugar. Yo tenía un hermano año y medio menor, con él jugaba, con las gallinas, al bosque… Fue una época de libertad y responsabilidad.
Luego fuimos a Barrio Escalante, que era puro cafetal. Teníamos bastante libertad, pero también teníamos nuestras responsabilidades.
Fue una infancia muy buena verdad, con mucha autoridad de un padre muy restrictivo y una madre que era amorosa, pero respetaba siempre las decisiones de mi papá.
Después ya entré al colegio al colegio María Auxiliadora, en San José, donde también aprendí mucho de las Hermanas Salesianas en cuanto a disciplina, compromiso con el trabajo, solidaridad, compañerismo y también rigurosidad.
Algo muy importante es que en el colegio las compañeras que tenía éramos bastante amistosas. No me acuerdo haber tenido cosas, que después vi con mis hijos, de competencia entre nosotras. Éramos bastante solidarias y muy unidas.
Ahí ya vivíamos en el barrio, tenía amigas y amigos. Era un barrio muy nuevo, entonces había muchos niños y muchos adolescentes cuando crecimos. Fue una época muy hermosa, de mucho juego en la calle, de muchas travesuras inocentes, de tocar los timbres y salir corriendo…
¿Por qué se fue a vivir a México?
Ingresé a la Universidad de Costa Rica, iba a estudiar Química. Después de eso, a mi papá lo nombraron en Naciones Unidas, en un organismo para trabajar con las cooperativas. Él fue el fundador de muchas cooperativas muy importantes en el país.
Nos fuimos a México y la Licenciatura en Química la hice en la Universidad Iberoamericana, en una universidad privada regentada por Jesuitas, también rigurosa, estricta.
La cantidad de créditos que tuve que llevar ahí es inimaginable. Ha sido una vida de alegría, pero también de esfuerzo y de rigurosidad y disciplina.
Allí me tocó abrir campos en donde estaban cerradas las puertas para las mujeres. No fue una tarea fácil, no me proponía abrir los campos. En México éramos 103 estudiantes de Ingeniería Química, química y química farmacobióloga, de las cuales eran 100 hombres y 3 mujeres.
El director del laboratorio de investigación -estando yo en cuarto o quinto año de carrera- me contrató como asistente y él se preocupaba mucho por la tesis que estaba yo haciendo, que era una síntesis orgánica de un producto natural que los indios Yaquis usan para curar enfermedades venéreas-. Me ayudó muchísimo y siempre me decía: “yo siento como que estoy perdiendo el tiempo, porque uno con las mujeres, nunca sabe”.
Yo estaba casada, me casé al terminar mi primer año de carrera de Química. Me tocó hacer toda la carrera casada, eso fue muy difícil también, pero también un reto que ayuda a superar obstáculos. En aquel tiempo esa universidad no aceptaba a mujeres casadas.
¿Fue muy difícil abrirse camino? ¿Sigue pasando en las áreas STEM?
¿Cómo superó esas dificultades? ¿Cómo fue su camino después?
¿Cómo arrancó su trabajo en la UNA?
Uno cree que uno va definiendo, pero la verdad que lo que pasa lo que va haciendo es viviendo. Empecé a trabajar en la Universidad Nacional en 1977, muy cerca de la fundación en la Escuela de Química, en el Departamento de Química. Llegaba de trabajar en el Liceo de Costa Rica con una acción para mejorar el aprendizaje y la enseñanza de la ciencia, como una fortaleza. No para saber química, matemáticas o física, sino para utilizar la ciencia como una herramienta para tomar decisiones en la vida.
Al llegar a la Universidad Nacional me tocó revisar y reestructurar la cátedra de Química General y empecé a ver la dificultad es que tenían los estudiantes para pasar en los cursos de química; y también a integrar la Universidad de Costa Rica, el Instituto Tecnológico y el Ministerio de Educación Pública en una acción unitaria que nos permitiera reformular los programas, libros, unidades didácticas para los estudiantes… Se hizo todo un trabajo en el área de extensión de la Universidad Nacional, tuvimos logros muy claros evaluando, trabajando con un programa en ciencias que fuera adecuado, respetando el error y yendo de lo cercano a lo lejano, de lo simple a lo complejo
Así estuve varios años. Yo tenía 34 años y don Edwin León (entonces rector de la UNA) me llevó a la Vicerrectoría de Extensión. Estaba incapacitada, había tenido a mi último hijo, el quinto. No es solo la cosa profesional es también la mujer, madre, esposa y socialmente.
Con cinco hijos hay que correr de acá para allá, es un reto grande. Cuando don Edwin me llamó para eso, me negué de todas las posibles maneras. Quería estar en Química, en mi programa de mejoramiento de la enseñanza de la química. No hubo forma, le dije que si uno de mis hijos me necesitaba estando en una reunión muy importante, yo iba a salir. Él me contestó: “¿Quién le dijo que usted va a hacer 40 horas nalga?”.
Así llegué, llorando, a la Vicerrectoría de Extensión. Por dos razones: una, por dejar el programa, la escuela y la facultad; y segundo, porque tenía pavor, un miedo terrible de llegar a ser conductora del área.
Tenía apenas cinco años de estar trabajando en la universidad, con gente muy destacada en las áreas de extensión. La UNA es una universidad que se crea abierta y en servicio a las comunidades menos favorecidas, en donde la extensión jugaba un papel diario principal. Es una universidad no napoleónica, sino en contacto con la realidad y conducir esa área era un gran reto. Empecé con mucho miedo, pero eso me ayudó a traer a mucha gente. No importaba su color político.
La universidad estaba creándose con gente muy joven, con un modelo muy abierto y entonces también los partidos políticos hacían su agosto dentro de la universidad
Teníamos una universidad dicotómica. Si usted estaba en esta línea sentado con este, ya era un traidor porque se sentó con el de enfrente. ¿Cómo íbamos a construir una universidad así? Era imposible, el mundo académico es unión de diversidades, por eso se llama universidad.
Se articuló un proceso que no importaba de qué sector político venía, sino que estaban interesados en servir.
Esto es muy importante en lo que viene después. Don Edwin se fue como ministro de Trabajo de don Oscar Arias, que ganó la presidencia (1986-1990). Y entonces, ¿qué hacemos? Necesitábamos un rector y había que elegirlo. Y resulta que varias personas vinieron a hablar conmigo. Pero yo era demasiado joven y no tenía un currículum que garantizara una rectoría de una universidad como esa, no quise aceptar y pedí que buscaran a alguien de peso.
Pero sí que participé en el proceso electoral, buscando a la persona adecuada. Buscamos gente muy valiosa y vino don Carlos Araya Pochet -que era un historiador, una persona con un gran currículum académico y de gran prestigio- y me propuso que yo fuera la segunda autoridad de la Universidad, que también es por elección de toda la comunidad universitaria.
Fui la primera mujer elegida en esa posición, con una batalla terrible interna de uno de los partidos políticos, fue muy difícil para mí. A la gente le da miedo ser conducida por una mujer; y a pesar de que me reconocían valores importantes de diálogo, de encuentro, de construcción, de creatividad -de un montón de cualidades que no eran mías, sino del grupo total-.
Una universidad como la nuestra, con un modelo abierto, necesita integrar en la acción la investigación, la extensión y la docencia. No se trata de ir a enseñar, se trata de trabajar con las comunidades, con las organizaciones de base y con las instituciones del estado buscando soluciones a un determinado problema. No es: “Yo voy a enseñar y usted cállese, porque el que tiene el conocimiento soy yo”.
Yo era la cabecilla del grupo. La tarea fue reconocida y el Consejo Universitario me había encargado trabajar la reforma institucional, teníamos que cambiar el estatuto que el padre Núñez había creado, que estaba muy bien para esa época (el padre Núñez tenía clarísimo el modelo de universidad, pero una por una razón de pesos y contrapesos la comunidad le impuso un modelo estructural napoleónico) Entonces, era una universidad abierta con un mamotreto administrativo y había que aligerar eso. Se logró reducir en dos terceras partes la estructura académica.
Después de eso me volvieron a hablar de la Rectoría. Me llamó la atención que venían gente desde la izquierda hasta la derecha, pidiéndome que me lanzara a la candidatura. Convoqué a 14 personas a una reunión en mi casa y se sorprendieron de verse allá. Les pedí que dijeran ahí lo que me habían dicho personalmente a mí cada uno y lo que era común es que estábamos hartos de la ideología manejando la Academia.
Pero la U también producía cosas buenísimas académicamente, entonces, todo lo valioso académico se nos iba por el río de la dicotomía. Dijeron: “Hagamos un proceso de convocatoria para generar un proyecto universitario para el momento actual, rompiendo los esquemas viejos que tenemos”. Eso fue antes de la caída del muro de Berlín, antes de que se rompiera la dicotomía mundial entre izquierdas y no izquierdas.
Fue un proceso de dos años trabajando en el proyecto y cuando ya se iba acercando la elección del rector no había candidato, lo que había era un proceso, un movimiento institucional que sí, yo coordinaba, pero yo no era la candidata en el momento.
Gané la elección, que fue durísima,
¿Hubo una reacción de la comunidad universitaria?
¿Cómo ve hoy a las universidades estatales y el futuro de las mismas?
Aparte de la de su carrera universitaria ha estado en el mundo de la política, donde se destacó en pro del desarrollo comunitario. ¿Costa Rica se ha estancado en los últimos años, hemos conseguido superar el asistencialismo y avanzar hacia el desarrollo humano?
No nos hemos estancado. Hay algo que a mí me llama la atención de los costarricenses; se les ha grabado en el corazón, la solidaridad y la posibilidad de empujar la pirámide social incorporando a los que están debajo de esa pirámide al sistema, para que puedan accesar a los programas universales.
Si usted tiene la pirámide aquí y aquí tiene una pobreza extrema, ellos no tienen ni siquiera posibilidad de ingresar a la escuela, al sistema de salud, al sistema laboral, al sistema de vivienda…, pero si usted trabaja con esa pobreza, si usted lo incorpora, usted tiene la posibilidad de generar un avance de todo el país para arriba.
La pregunta es qué necesita la gente mientras se le dan herramientas para que pueda trabajar y para que pueda desarrollarse como un ser humano pleno. Hay que ayudar en el momento inicial, pero lo que yo vi en varios gobiernos es que ligaron la ayuda asistencial.
Bueno, hay unos sectores que son los adultos mayores y los niños que es aparte; pero los otros, los que están en proceso de pobreza y que tienen necesidades muy serias, a mí lo que me pareció importantísimo, cuando trabajé en el IMAS (Instituto Mixto de Ayuda Social, del que fue presidenta entre 1995 y 1998, durante la administración Figueres Olsen. N. del R.), fueron los programas que le daban ayuda condicionado a una capacitación en formación humana, en autoestima, en valores, en procesos productivos… Esto, porque se unían todas las instituciones del Estado, se capacitaba a los campesinos… Se construyeron no sé cuántas aulas, se iba por las comunidades dándoles el recurso para que ellos construyeran las aulas, los puentes, los caminos o lo que fuera, a cambio de tres o cuatro horas de capacitación y detener los hijos en la escuela, de tener los certificados de salud de las vacunas…
No tiene idea de las maravillas que esas comunidades construyeron. Pusieron su mano de obra, pero también estaban comprometidos y se les pagaba una especie de incentivo, digamos, por hacer ese trabajo. Tenían, en vez de una dádiva, algo que se ganaban. La capacitación y la seguridad de que los niños estaban en la escuela, programas de mujeres, jefas de hogar, programas de madres adolescentes, programas de desarrollo comunitario concreto, aulas… Entre todos se construía, la comunidad trabajaba, se le daba a los que necesitaban una especie de incentivo económico y se podía salir adelante.
El problema es cuando, en la asistencia que hay que dar, en algunos casos se convierte en la única forma de ayuda y pasamos al asistencialismo. Creo que Costa Rica tiene ejemplos, en diferentes gobiernos, de programas y proyectos que fueron exitosos para salir de la pobreza.
Lo que pasa es que es difícil trabajar eso en la política. Porque la gente lo que quiere es repartir y ganar votos. Y aquí no se trata de esto, se trata de otra cosa.
Pero sí soy muy optimista de lo que en realidad el país tiene como experiencia, durante muchos años, de producción en superación de la pobreza. Pero la gente dice: “¿Por qué no cambia el porcentaje de pobreza? ¿Por qué siempre tenemos un 20-21 %?”. Pues porque eso es movible. Usted tiene la línea de pobreza aquí, pero algunos salen de la pobreza y ahí van para arriba y otros vuelven a caer en la pobreza.
Pero en América Latina se sorprendían de cómo Costa Rica enfocaba el asunto de la superación de la pobreza con el fondo de Asignaciones Familiares y el IMAS como institución. Y otra cosa que llamó mucho la atención es que las asociaciones de desarrollo en nuestro país (y era un caso único) podían recibir recursos del Estado para poder trabajar en la construcción de estas cosas que le digo. Eso no es común, que yo (el Estado) le pague un incentivo salarial y usted construya el puente. Ya habíamos hecho cálculos de cuánto le costaba a la comunidad construir, contra lo que hubiera costado hacer eso contratado por licitación.
Por supuesto que fui muy privilegiada de conducir las dos instituciones que don José Figueres creó para superar la pobreza, la Universidad Nacional y el Instituto Mixto de Ayuda Social. Las leyes de ambas son muy parecidas, fueron ideadas por el mismo grupo de personas.
Figueres pensó que la pobreza es totalmente posible superarla y es necesario crear otra institución de educación superior que reciba a los sectores que no estaban ingresando a la Universidad de Costa Rica en ese momento y para eso se creó la UNA. Me tocó conducir las dos instituciones como un regalo de la vida.