Una de las frases que más he escuchado desde 2020 es que si la COVID hubiera sido una guerra sería una en la que las mujeres han estado al frente de ella, combatiendo de manera frontal y valiente.
Por: Ivannia Murillo*
Mientras espero en alguna sala de aeropuerto del país más feliz del mundo (no es sarcasmo, de verdad así lo siento), luciendo mi glamourosa KN95 no puedo evitar pensar en los privilegios que la vida me ha dado y en la responsabilidad que tengo en mis manos al tener la dicha de que usted., donde sea que esté, me esté leyendo.
Me he resistido fuertemente a escribir algo acerca de COVID. De alguna forma las noticias, las conversaciones cotidianas y las frases trilladas me agotaron un poco. Pero hoy, cerca de cumplir 42 años de vida y haber celebrado el Día de la Niña, me ha convocado una incesante idea matutina, de esas que antes me daban mientras mi paciencia y mi gusto por la música vieja hacían de las suyas en un congestionado San José.
Y bueno, ¿quién es una para resistirse a esas ideas incesantes? Por eso, hoy quiero hablarles de COVID de la forma más sencilla que estas letras me puedan permitir. Y sí, puede que muchas de estas frases le suenen a “cliché” pero es precisamente esto, la facilidad con la que escuchamos y desechemos el mensaje, lo que hace que tengamos poca conciencia de este. El “quédese en casa”, “lávese las manos”, “use siempre mascarilla” o “mantenga la distancia” son frases que para muchas (ellas, mis congéneres) pasan a segundo plano cuando de sobrevivencia se trata. Y no hablo solo de la sobrevivencia al SARS-CoV-2, sino de uno casi igual o más mortífero y que, lamentablemente, no es posible disminuir el riesgo de muerte con solo una vacuna.
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Una de las frases que más he escuchado desde 2020 es que si la COVID hubiera sido una guerra sería una en la que las mujeres han estado al frente de ella, combatiendo de manera frontal y valiente. Parece simple decirlo, pero no lo es. Más difícil aún es hacer una lista del sinnúmero de consecuencias negativas que esta pandemia ha traído a ellas. Hablo en tercera persona con toda la osadía, como si yo no fuera mujer porque solo me basta estar acá en esta fría madrugada de un martes con aires independentistas para darme cuenta de que, en este caso y por fortuna, no soy una de ellas. De alguna forma me duele estar en empatía con ellas desde un lugar de privilegio o en uno de poder, como usted prefiera llamarlo.
Un día de estos escuché por ahí que uno de los temas de los que más se ha escrito en la historia es sobre liderazgo. Me atrevo a decir que COVID estará en este ranking, como también lo estará uno de los periodos donde hubo más retroceso, en lo que feministas como yo llamamos la brecha de género. El desempleo y la informalidad hoy, más que nunca, tienen rostro femenino. Una cara algunas veces maquillada que revela un agotamiento físico y mental como nunca había visto. Los sectores económicos que más se han visto afectados son aquellos representados mayoritariamente por mujeres como son los oficios domésticos, de cuido, así como el gremio de la hospitalidad. Es casi imposible que estas afectaciones a la economía se resuelvan en los próximos años. Hay quienes afirman que el retroceso en lo que ya se había avanzado en equidad de género nos ha hecho ir hasta los años 80.
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Ni que decir de la violencia doméstica, niñas y mujeres adultas han tenido que convivir más horas con quienes las violentan. El lugar, para muchas seguro, es para otras el pronóstico de sufrimiento y muerte. Esto no solo porque el confinamiento y el hacinamiento es un espacio prolífero para la violencia, sino porque las redes de apoyo se han vuelto menos accesibles.
Esta violencia, la descarada y manifiesta, ha venido en aumento. Pero hay otra, la solapada, la menos visible que también carcome. Es aquella que se pone en escena en el ámbito de lo privado, en las horas que parecen interminables que las mujeres dedican al hogar, las más afortunadas combinando el trabajo remunerado con aquel que no lo es, mezclando la intimidad del hogar con la labor supuestamente improvisada de maestra, tratando de mantener una ecuanimidad sugerida y demandada desde la masculinidad hegemónica, mientras que se sigue romantizando la idea de las “chicas superpoderosas” y prevalece ese sentimiento tan fregado que es la culpa.
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No rendir, no ser suficiente, no poder con todo, no tener una sonrisa siempre abierta para todo el mundo, no poder ser omnisciente y omnisapiente, son apenas algunas de las culpas con las que cargan.
Sobre sus hombros y sus manos un estrés que no desiste y que se engullen con la misma rapidez que ingieren sus alimentos.
*Psicóloga especialista en equidad de género y derechos humanos