Fundación Esperanza nació en 1995 con el fin de ayudar y empoderar a mujeres a que salgan adelante.
Por: Fiorella Montoya
No siempre es fácil encontrar una luz esperanzadora luego caerse una y otra vez, pero algunas personas se levantan con mucha más fuerza, y empoderan a otros para que salgan adelante.
Eso hace Magda Ramírez, una tica poderosa que nos contó su historia y el cómo sus heridas del pasado le permiten ahora levantar a cientos de mujeres.
“El abuso sexual destruye muchas cosas en el ser humano, la autoestima, la confianza, valores importantes para poderse desarrollar. Se supone que el hogar es donde te cuidan y te pasan cosas que no tienen que pasar. Entonces, te preguntas ¿Qué pasó? ¿Quién me va a cuidar?”
En 2018, el Observatorio de Género del Poder Judicial apunta que hubo 10.476 denuncias de delitos sexuales en las fiscalías penales de adultos, de las que 1.539 fueron denuncias por violación.
Así describe Magda una de las etapas más difíciles de su vida. En ese entonces su abusador fue su padre, y poco a poco su vida se convirtió en amargura, e incluso rencor hacia su madre, a quien achacó no haberla protegido cuando debía. Y tenía dos versiones de ella.
“Si había una mamá en la casa ¿Por qué me pasó lo que me pasó? Me casé joven, yo trabajando mucho, ella me los cuidaba (los hijos). Yo amaba esa parte de mi mamá, porque era una gratitud impresionante; pero odiaba a la persona que de alguna manera siempre veía lo negativo en mí”, mencionó Ramírez, recordando cuando sus hijos aún eran pequeños.
En medio del dolor, su vida continuó siendo difícil. Con 25 años, casada, y con dos niños, las secuelas de lo vivido durante su infancia se transfirieron a su familia.
“Estaba estudiando mi maestría, trabajando, siendo mamá y esposa. Entré en un ataque de enojo con mi hijo mayor y lo castigué. Tenía dos años, y resulta que no supe en qué momento le agredí, al punto que sus piernitas sangraron. Hubo que llevarlo al hospital, me los quitaron; le dieron uno a mi suegra, y otro a mi mamá. Mi esposo, muy enojado, me dijo: “De esto salimos divorciados””, explicó.
Magda debió someterse al proceso del Hospital de Niños; paso a paso, superó las barreras, se superó a sí misma y recuperó su familia. Pero, sobre todo, se recuperó a ella misma en medio de la tormenta.
Mientras hay luz, hay esperanza
“Tres años después conocimos una forma diferente de ver a Dios; más cercano, más amoroso, y decidimos dedicarnos a la vida religiosa”.
Tras las situaciones difíciles empezó a comprender que podía ayudar a otros y empezó a compartir desde su experiencia para empoderar a muchas a mujeres a ver hacia delante: “Drenar el dolor trajo como consecuencia un cambio muy visible. Entonces, si alguien estaba con depresión, problemas, hablaban conmigo. Yo ya no podía atender diez o 15 llamadas diarias, decidimos convocarlas a reuniones. Primero eran mujeres deprimidas, con duelos por divorcio, etc. Ahí nació la fundación”, allá por 1995.
El nombre es Fundación Esperanza, ya que considera que transmite positivismo y eso es justo lo que buscan, empoderarlas para salir adelante.
“De cada diez mujeres, siete de las que nosotros atendíamos habían vivido abuso sexual sea en su niñez o en su adolescencia y adultez. Vimos que había un común denominador que nos hacía vulnerables y nos limitaba emocionalmente: mujeres muy inteligentes, muy capaces, con habilidades impresionantes tolerando y soportando momentos muy críticos porque no se sentían capaces de salir adelante”.
Así fue como mujeres se fueron acercando a ser parte, con decisión y a través del testimonio de Magda, ayudando a muchas más.
Poco a poco fue creciendo a tal punto que en Costa Rica empoderan, ayudan y brindan apoyo a hombres, mujeres y familias. Cuentan con 17 grupos distribuidos alrededor del país con cerca de 15 mujeres valientes, poderosas y decididas a no callar ni un día más.