Cuando tenía apenas 13 años ocurrió algo fundamental para la mujer que después haría historia. En 1848, un movimiento trató de derrocar a Castro Madriz (primer presidente de la República de Costa Rica), donde había implicados varios familiares de la pequeña Emilia. Su papá, Rafael, fue desterrado por cinco años en Esparza; pero su tío, Lorenzo, fue condenado a muerte por su participación en la revuelta. Finalmente, el gobierno cambió la pena por un destierro de cinco años en Puntarenas.
Ello influyó para que después insistiera a Tomás Guardia (presidente de Costa Rica entre 1870-76 y 1877-82, con quien se casó en 1857) sobre la importancia de abolir la pena de muerte en el país.
Como Primera Dama de la República influyó en su esposo en los primeros intentos de eliminar la pena capital, en 1870, 1877 y 1880. No lo hizo sola, movilizó a las mujeres costarricenses para salvar la vida de varios presos militares en 1877, algo que consiguió.
Finalmente, el presidente Guardia le hizo un regalo por sus bodas de plata. En 1882 incluyó en la Constitución que “la vida humana es inviolable”. Costa Rica se convirtió así en el tercer país en todo el mundo en eliminar la pena de muerte, tras Venezuela y San Marino.
También creía que la educación era un pilar fundamental para el desarrollo y durante el mandato presidencial de su esposo se crearon múltiples escuelas para niños y niñas. Viajando por Europa (donde acudió a la boda del rey español Alfonso XII y a la coronación del Papa Leon XIII) contactó con las hermanas de Sion (donde habían estudiado sus hijas), quienes abrieron colegios de secundaria en el país en 1878.
En 1972, 58 años después de su muerte, Emilia Solórzano se convirtió en la primera mujer en ser Benemérita de la Patria. Además es la única Primera Dama que ha recibido tan alta distinción.