Aventurera desde muy pequeña, Hilda Lutz creció destacándose por su valentía. Cuentan que se lanzaba de clavado al mar puntarenense. Y lo hacía desde lo más alto de la escalera de los baños de Puntarenas, algo a lo que muy pocos se atrevían.
Hilda era una joven de la alta sociedad tica. Se casó con Ernest Lorhengel, también de antepasados alemanes.
La II Guerra Mundial golpeaba duro en aquellos días. Su ascendencia alemana hizo que fueran deportados a Estados Unidos y encerrados en un campo de concentración. El gobierno costarricense confiscó los bienes de la familia. Esto, porque consideraba enemigos a los ciudadanos alemanes en el país.
De nuevo en Costa Rica, ya con 34 años y tres hijos, Hilda sacó su licencia de aviación en 1949. Se convirtió en la primera mujer costarricense en sobrevolar los cielos ticos. Esta pionera rompió barreras y nubes impulsada por su hermano Hermann (uno de los primeros pilotos privados de Costa Rica), quien la convenció para que aprendiera a volar.
Pero no se quedó ahí. Durante la década de los años 50, Hilda se convirtió en la primera presidenta de la Junta de Aviación Civil. Desde ahí fue una impulsora del desarrollo de la aviación privada en Costa Rica.
Otro hito de esta aventura empedernida llegó en 1954. Voló su avión hasta México, en la ‘Caravana de la Buena Amistad’, con pilotos de Venezuela, Panamá y del resto de países de Centroamérica.
En 1996 fue reconocida oficialmente como una pionera de la aviación nacional.
Hilda mantuvo toda la vida su pasión por los aviones y voló activamente hasta los 60 años. Falleció en 2004, con 89 años. Abrió el camino a cientos de mujeres costarricenses que pueden desplegar sus alas, gracias al esfuerzo de esta mujer indómita.