Por: Daniel Zueras
Lupe se crio en Sardinal, en Guanacaste, en una casita muy humilde, pero con un gran patio en el que subía a los árboles, jugaba con sus hermanos y cantaba. Actuaba para la familia y amigos, vendiendo entradas para sus conciertos, con los que juntaba algunas monedas.
Su mamá falleció siendo Lupe una niña, por lo que se trasladó a San José a vivir a casa de una tía. En la capital inició sexto grado y después continuó en la universidad. El cambio del campo a una ciudad grande fue difícil. Ansiaba pisar la arena de la playa y pasear a campo abierto y cruzar los ríos, en lugar de atravesar calles con casas enrejadas y los caños sucios…
Pero la música siempre la acompañaba. En la U se hizo un nombre y conoció a muchos cantantes latinoamericanos. Poco a poco fue creciendo en el mundo de la canción, hasta que llegó una enorme oportunidad: en 1988 fue la cantante nacional en el concierto de ¡Derechos Humanos, Ya!, organizado por Amnistía Internacional, compartiendo con artistas internacionales de la talla de Bruce Springsteen & the E Street Band, Sting, Peter Gabriel, Tracy Chapman y Youssou N’Dour.
Tuvo la oportunidad de girar por Europa, donde llamaba la atención por su música y por ser la cantante que subía descalza al escenario; allí le surgió la oportunidad del concierto de Amnistía Internacional. Vivió en Holanda durante años, pero Costa Rica siempre fue su referente, la inspiración para su música. Su importancia para la cultura tica es tal que incluso Correos le hizo un sello.
Guadalupe enfermó y pasó muchos meses deprimida, encerrada en su casa de Amsterdam. Finalmente decidió regresar a Costa Rica para luchar contra la enfermedad, de la que se curó.
Desde su vuelta ha investigado sobre las tradiciones y la música de Guanacaste, donde disfruta de nuevo de la vida asomándose cada día a sus amadas playas.
Eres un referente de nuevas generaciones de autoras. ¿Qué significa esto para ti después de tantos años de carrera?
Bueno, yo soy un referente para una nueva generación de mujeres que han querido hacer su propia música, porque yo no pertenezco a la industria de la música. En el momento en que empecé a hacer mi trabajo creativo, era muy difícil. Y después me fui a vivir muchos años fuera.
Y al regresar, siempre he sido muy rebelde y me ha costado mucho aceptar las reglas del juego de la industria. Siempre quise poner mis reglas, porque pensaba que este es mi trabajo, es lo que hago y quiero que sea así.
Creo que en ese sentido sí soy un referente para ellas, como alguien que ha hecho lo que quiere sin que alguien me diga: “No, pero es que para vender deberías hacerlo así, mira es que para tener éxito deberías pensar en esto…”.
Creo que eso ha sido importante, me da mucha alegría porque digo “qué lindo”, algo que era difícil para mí. Siempre dije tenía que haber sido más flexible, haber aceptado algunas cosas, aunque no me gustaran con tal de lograr otras. Descubrí que no soy negociadora y siempre lo vi como un defecto de mi parte; y de repente cuando otras chicas me dicen: “Guadalupe, para nosotras es importante lo que tú has hecho, porque lo has hecho a tu manera, como has querido, cuando has querido y no te importó ni la moda, ni nada”. Entonces digo “bueno, qué cosa, ¿no? Porque eso era como mi parte más difícil no y si sirve de algo para que otras personas puedan valorar la independencia creativa, el poder realmente expresarte como querés, como te da la gana, jugar con todas las herramientas que tenés en tu camino y no solo con algunas, o sea, no solo con estas que son las que están de moda solo esas podemos usar porque si no las usamos así, entonces no vamos a tener éxito en el mercado.
¿Estás un poquito al margen de la industria?
Más bien se debe a que yo he editado algunas cosas variadas, la última grabación que hice fueron dos, como en 2016 y 2017 relacionado con mi trabajo de recopilación de la identidad del promestizaje en Guanacaste, la provincia de donde yo vengo; y que es un es el segundo volumen de un cancionero tradicional anónimo, que así le llamo. Se llama “Sones afromestizos de amor y de humor”.
Y luego está otra producción, también de 2017 -que es la última en realidad que hice-í y que sale a finales de 2018 “Cantos simples del amor de la tierra”, la última producción que hizo Carlomagno Araya, que se encargó de todo. Yo fui a cantar y eso es una maravilla. Eso es como lo último que he hecho.
Me gusta mucho el concepto que se tenía en el Renacimiento en Europa: un artista no es una persona que solo está metido en su cabeza el hacer música. Yo hago muchas cosas: pinto, escribo viajo, cultivo la tierra, proceso plantas medicinales… Combino todo eso en lo que estoy haciendo y si de repente, un proyecto como una pequeña empresa de cosmética artesanal o los cultivos me requieren un año de dedicación o dos años yo lo voy a hacer. No voy a estar pensando que no puedo hacer eso porque debo estar concentrada en la música. No, eso es parte de una forma de ver y vivir la vida, siendo un ser humano más integral, integrada también a un todo y moviéndose con ese todo al ritmo.
No soy lo que la sociedad demanda, que vos seas una experta en algo y una desconocedora de todo esto. Yo creo en lo contrario. Creo que una debe aprender de todas las cosas; y de todo lo que aprende, lo va poniendo en las diferentes formas de expresión que tiene. Yo tengo la música, pero también escribo, pero también pinto o juego con los colores, entonces y las formas y quizá eso no entra dentro de un ritmo de producción.
¿Qué significa Guanacaste en tu vida? ¿Cómo comenzó ese trabajo de recuperación de las tradiciones musicales de Guanacaste?
En todas las sociedades, en todos los países, la gente humilde se avergüenza muchas veces de cómo habla. Tu trabajo consiste precisamente en sacarle brillo a eso…
Más allá de en Guanacaste, ¿te sientes reconocida por el mundillo musical costarricense y por Costa Rica en general?
Estoy muy agradecida, creo que la gente me respeta porque yo no soy una persona fácil. No me puedes comprar con un halago, porque yo casi siempre tengo conciencia de lo que estoy haciendo.
Yo soy una persona que compone canciones, pero a la que también le gusta la literatura y otras cosas de la vida. Eso me ha permitido generar mis propios juicios sobre lo que quiero, cómo quiero relacionarme y qué cosas me interesan. Yo creo que los reconocimientos vienen por allí. Creo que la gente respeta esa libertad que tengo y respeta también que cuando digo algo, estoy siendo sincera y estoy siendo directa.
Musicalmente es lo que más les cuesta, porque sigo creyendo que la visión del país es muy corta. Sigo creyendo, y no es porque me quiera dar flores a mí misma, que no se me reconoce todo porque no son capaces de verme, porque no les ha quedado más remedio conmigo. No les quedó más remedio en este país que aceptarme, porque yo no era ni de la aristocracia artística, ni siquiera de la aristocracia agrícola de la provincia . No era blanca, no tenía el pelo rubio, ni un apellido importante. Y eso en las ciudades es importante muchas veces en los países chiquitos, donde hay pequeños grupos que por tradición han detentado el control de las expresiones culturales.
El aporte que yo pueda dar a la cultura del país vienen solas muchas veces. Como esa experiencia que me ha pasado con la gente joven, que de repente están en mis conciertos. Y una dice “qué raro, ¿por qué vienen?”. Eso es lindo, porque me siento joven. Mi espíritu es muy joven, no soy una intelectual retórica aburrida. Digamos que no soy una que habla de la tradición oral como una experta erudita. Detesto en cierta forma la erudición, me molesta mucho y creo que debe estar en los anaqueles de las academias. Lo mío tiene mucho que ver que es muy orgánico, dinámico, es la forma en que entabló las relaciones con la gente en mi trabajo desde el escenario y creo que eso a la gente le gusta.
Lo que sí me gustaría aportar y por eso trabajo cada día es por la independencia creativa y artística, porque creo que ese es un aporte urgente en un país tan chiquito, con tantas influencias.
Aquí es más famoso alguien que tocó con alguien que era muy famoso. Entonces la gente dice: “Ay, pero usted tocó con Sting y con Tracy Chapman”. De veras que yo el día que fui a tocar con ellos ni siquiera sabía muy bien cuál era la música de Sting. Me disculpan, entonces los rockeros se ponen furiosos y dicen: “Pero cómo la mandan a eso”. Me puedo reír de esas cosas y decir, bueno, es que lo mío no es tanto tener un lugar en el panteón, no desde los de los grandes artistas. Tengo reconocimientos importantes como el premio Reca Mora, por una vida dedicada a la música, o aparezco en un sello postal de Correos…
Como comentabas, no te desarrollas solo como cantante, también has escrito poemarios, eres pintora… ¿Cómo te reconoces más en la actualidad?
Es que yo combino todas las cosas. Soy como una vieja hippie que cree mucho en que todo debe caminar a la vez. Soy una cantante, me gusta hacer música, hacer canciones, pero es que lo amo tanto como escribir. Hay libros que están esperando porque no he tenido tiempo. Yo digo que los libros son para cuando ya esté más vieja y ya no pueda caminar mucho. Yo amo el escenario para cantar y sí puedo hacer una exposición, porque tengo suficientes cuadros pues la hago.
¿Dónde dónde sueles actuar? ¿Sales mucho de Guanacaste? ¿De Costa Rica?
Con la pandemia todo eso paró. Generalmente, muchas veces estoy trabajando fuera en festivales, pero con la pandemia cambió todo.
El último festival importante en el que estuve creo que fue en 2017, que hice una gira larga a México de 6 semanas. Estuve desde el barrio de Tepito, hasta el Palacio de Bellas Artes o el Teatro Degollado en Guadalajara con un espectáculo de cuentos y canciones
Dentro del país estoy haciendo muchas cosas específicas. Ahora voy a hacer un concierto didáctico sobre promestizaje. Voy cantando y voy contando la historia de mi provincia este y hablando un poco de los instrumentos tradicionales
Estaban justo para abrir ahora el Festival Nacional de las Artes (la entrevista se realizó en septiembre de 2022) y me dio el covid. Apenas me estoy recuperando, tuve que parar todo durante dos meses. Me voy al Caribe en octubre, para unos conciertos y trabajando también en escuelas. Voy a cuatro escuelas unidocentes en el Caribe. Me encanta trabajar con pequeños grupos de niños y niñas para hacer canciones, para que ellos hagan canciones.
Creo que también ahora estoy queriendo más ir despacio, no ir despacio con las cosas.
¿En qué momento creativo te encuentras?
Yo siento que es muy bueno. Es que me parece genial la combinación de la creatividad con la edad. La creatividad da una energía que hace que te mantengas joven siempre. Y entonces no hay edad para la creatividad, es como un vicio. Si no estás creando algo, tu vida no tiene un sentido. Lo que sea. Soy de las que puede enfermarse si no está haciendo su trabajo creativo.
¿Tuviste que enfrentar obstáculos en el camino para llegar a ser quien eres?
Obstáculos hay en todas partes. Yo creo que los más difíciles es ser del campo, no ser de la ciudad. Ser del campo, ser campesina también. Porque no es que solo era del campo, era una niña campesina.
También ser mujer en un momento histórico en una Centroamérica muy convulsa políticamente y en donde todavía las mujeres éramos solo un objeto de adorno en los escenarios. Unas cuantas habían logrado hacer algo, pero tenían que estar dentro del corrillo de los muchachos. Y yo fui muy mala para eso.
¿Cuesta mucho ser una mujer dentro de la industria de la música?
Sí, y además ser mujer en una ciudad pequeñita, racista, en donde ni siquiera era blanca. Yo soy lo que en mi provincia se llama una cholita, es decir, una mujer morena, chiquitita.
No cumplía con los cánones, ni siquiera para pertenecer a la élite artística de la ciudad. Entonces, lo que soy, es insistente. Y y no me amilano con nada, no me importa lo que digan ni lo que piensen. Vine a esto, aquí estamos y vamos para adelante y eso fue muy bueno.
Viví muchos años en Holanda y siempre me decían: “¿Cómo vas a hacer ahí? Si no hablas, no cantas en holandés”. Eso a mí no me importaba, todos mis músicos holandeses terminaron cantando en español. Y traduje un par de canciones de un músico que me gustaba mucho, para grabarlo, y terminó cantando conmigo en español y tocando mis canciones. Ynos fuimos por la red de Música del mundo durante 10 años, trabajando en ese circuito mucho tiempo.
Otra dificultad para mí es que no hay foros permanentes importantes en Costa Rica. Es un país pequeño, hay gente a la que no le gusta que yo diga eso, pero sí creo que así como los países pequeños tienen virtudes, también tienen enormes defectos y es que pueden ser muy cerrados a cosas nuevas. Costa Rica no, es un país pequeño que es más fácil que acepte lo que viene de fuera, que de adentro, cosas que le cuestionen o le proponga cosas nuevas.
Porque le da miedo. Yo doy miedo, por ejemplo a mucha gente, a muchos espacios, porque soy como soy. No soy modosita, en el sentido de que no complazco. Y no es que sea agresiva, ni mucho menos, sino que disfruto mucho con decir lo que siento y lo que pienso.
Y la otra dificultad es el hecho de que la situación financiera para los artistas siempre fue muy precaria en el país, por ser pequeño. También era muy precaria y los músicos, para abrirse un espacio, han tenido que ver como salen a cantar al lado de alguien que les dé un reconocimiento. Porque si no cantamos con fulano, que es famoso, no nos van a reconocer. Eso es duro, esa precarización del oficio.
Sï diría que estoy muy contenta con lo que hago. Diría que sigue siendo complicado acá, sigue siendo difícil, se sigue precarizando nuestra labor, pero eso no me quita mi capacidad creativa. Yo siempre pienso que una no está para ganar un reconocimiento aquí y ahora. Creo que una está aquí para que todo lo que haga, ojalá le sirva a una y si le sirve a otros, pues qué bien
Hay gente a la que yo admiro mucho que a veces ha tenido que esperar muchos años para que su trabajo sea visto.
¿Qué significó para ti personalmente y para tu carrera participar en el concierto de Amnistía Internacional en 1988? ¿Cómo surgió la oportunidad?
También te han otorgado los premios tanto del Círculo de Bellas Artes de Madrid, como el de Radio Francia Internacional ¿Qué significan esos reconocimientos, tanto para ti, como para la cultura de Guanacaste?
¿Cómo surgió tu pasión por la música, cuáles son tus primeros recuerdos cantando?
Ahí estábamos tocando. Imitábamos cuando habían las fiestas de montadera de toros. Lo que hacíamos era cantar con la boca las melodías de la cimarronas, las tapas de las galletas. Imagínate, todo una polirritmia también aprendida ahí, de los de la música tradicional digamos.
Así yo encontré en la música una manera de expresarme, pero también y seguro si me hubieran analizado hoy, yo hubiera sido una clásica niña autista, que no se comunicaba con nada ni con nadie, que estaba en su mundo metida; hablando con las plantas, con los animales y que la música era el único lenguaje, que a mí me conectaba con el mundo exterior. No tenía otro. De ahí que, en un momento determinado, después de muchos años de no hacerla, pero de siempre escuchar la radio comencé a hacer música. Yo era la que me desgalillaba en la adolescencia cantando las canciones de Mocedades. Pero después, cuando cumplí 16 o 17 años, ya se movía toda la la turba revolucionaria centroamericana y entonces a los 18 años me hice muy radical y ya no escuchaba música en inglés ni nada. Todo música en español revolucionaria.
Y llegué a conocer a las personas que hacen su música y que cuestionan cosas. Por allí más o menos entré también a empezar a contar las historias del pueblo de donde venía, pero la música ha sido siempre mi plataforma mayor para expresarme.
Y en esa época bueno, tanto en tu infancia como en tu juventud, cuáles fueron tus principales figuras, cuáles fueron tus grandes referentes?
Volvamos a cuando eras cuando eras niña. Dejaste Sardinal en sexto grado y viniste a estudiar a San José tras el fallecimiento de tu madre entiendo. ¿Cómo fue ese choque?
Fue muy rudo. Ahora lo puedo ver mejor que cuando era niña. Las criaturas tienen un enorme capacidad de bloquear cosas para adaptarse, pero para mí sí fue muy rudo; porque es distinta la pobreza en el campo, donde hay mucha abundancia, a la ciudad. San José para mí fue algo muy violento. Por ejemplo, en mi pueblo no había calles sucias, no había basura en las calles. En mi pueblo de niña me bañaba en el río. En la ciudad no había ríos. Ahí descubrí los caños por donde corre el agua sucia, por las calles pavimentadas. Eso yo no lo conocía
Y ese mal olor en las casas, tampoco, porque como cultivábamos tierra, teníamos maíz entonces siempre teníamos gatos y con ellos no entraba un solo ratón en casa.
Y yo vivía en una casa con mucho espacio, una casa abierta, porque en Guanacaste hace mucho calor. Al llegar a vivir a San José eran unas casas pegaditas una con otra, de madera, que se escuchaba al lado todo. En mi pueblo la casa siguiente quedaba a 50 metros y la otra a 100 metros.
Pero además, la seguridad afectiva. Guanacaste es una sociedad en cierta forma muy matriarcal y las mujeres son el centro de la casa, son las que sostienen el hogar. La pérdida de mi madre fue muy ruda, porque era el sostén que yo tenía.
En ese bloqueo, no fue sino hasta muy tarde, ya como a los como a los 19 – 20 años, que comencé a ver hacia atrás qué había pasado.
En ese momento, eso me ayudó a sobrevivir. Sí es muy difícil. Creo que la sensación de pérdida es un sentimiento que no se borra nunca en la vida, el dolor de la pérdida. Perder algo o perder a alguien en mí se convierte en un proceso mucho más difícil que una persona que no ha tenido esa emoción de haberlo perdido todo, porque cuando tienes esa pérdida en la infancia es como que lo perdiste todo, te quedaste sin tener de dónde agarrarte.
De ahí la importancia también en el tema de la identidad. Saber quién soy, de dónde vengo, eso al menos en ese campo ha sido muy bueno. Ttambién creo que venía equipada desde el campo con una enorme resiliencia que tienen las criaturas del campo.
Terminé la Universidad, seguí, tuve criaturas, me casé… Yo no volvía a Guanacaste más que en vacaciones para visitar cuando era adolescente y joven. Luego ya viví por temporadas y me fui a vivir a Santa Cruz un año.
¿Por qué te fuiste a Holanda? ¿Cómo viviste ya una migración no solo de ciudad, sino de continente?
En esos años en Europa, ¿venías mucho a Costa Rica?
Sí, venía a menudo. A mis hijos les gustaba mucho. Creo que cada año venía para acá. Ese tiempo Costa Rica era siempre mi referente y, de hecho, los discos que produje ahí en ese tiempo dan prueba de ello. Tengo un disco, Trópico azul de lluvia, dedicado a esa nostalgia.
Esos discos fueron de alguna manera esa nostalgia que tenía, pero también eran un motor para seguir haciendo cosas
¿Cuándo regresaste a Guanacaste?
Regresé a Guanacaste en 2005 para desarrollar un proyecto en una comunidad que se llama Guardia, en Liberia, con jóvenes montando un espectáculo que ellos mismos produjeron, basado en una investigación de un arqueóloga. Fue un trabajo muy hermoso, llevar un libro arqueológico al escenario con niños y jóvenes de esa región, todo hecho con gente de allá. Fue una experiencia preciosa.