Día a día, muchos adolescentes (chicos y chicas) buscan ideales corporales y realizan dietas de adelgazamiento sin ningún control médico. Cuando estas fracasan, la frustración y la baja autoestima pueden desencadenar un desorden alimentario.
MSc Silvina Gimpelewicz*
En el caso de la anorexia, algunas/os se acercan a un cuerpo extremadamente flaco, desnutrido, donde el límite entre la salud y la enfermedad se desdibuja. En el caso de la bulimia, los afectados se dan atracones, vomitan, se purgan con diuréticos y laxantes llegando a poner en peligro la vida.
Hay otros trastornos como la ortorexia, que es la obsesión por la comida pura, orgánica, que lleva a evitar grasas, proteínas y vitaminas básicas para el organismo. Paradójicamente, el afán por «comer sano» termina en una mala nutrición, anemias, etc.
La vigorexia se enfoca, sobre todo, en la adicción al ejercicio. Personas que pueden estar horas en un gimnasio musculando, ingiriendo proteínas, escudriñándose en el espejo, con rituales nocivos. O la pregorexia, que es la anorexia durante el embarazo, afectando además la vida del feto.
Hay otros trastornos que son inespecíficos, como los atracones compulsivos sin vómitos, los comedores nocturnos.
Todos tienen en común una excesiva preocupación por el peso, las largas horas de ejercicio para perderlo o compensar las sobre ingestas y baja autoestima reflejada en la mala relación y rechazo al propio cuerpo.
Quienes sufren los trastornos suelen tener alterada la percepción de su imagen corporal, llegando a verse en forma distorsionada. Expresan malestar y dicen que están gordas/os, aunque no lo estén. La balanza llega a ser el centro de sus vidas, así como el constante recuento de calorías, los espejos.
Los sentimientos que se esconden tras estos padecimientos son de vacío, carencia, depresión, miedo a madurar, problemas de comunicación, los conflictos familiares, siendo la publicidad, la moda, los que en conjunto crean un terreno fértil para su desarrollo.
Las consecuencias físicas y emocionales de estos desórdenes se relacionan con el aislamiento, negación de la enfermedad, ideas obsesivas en torno a la comida, laceraciones estomacales producidas por los vómitos, desnutrición y falta de la regla en la anorexia, pérdida de cabello, extremidades frías y moradas, ansiedad, problemas dentales, etc.
¿Y en nuestro país?
En Costa Rica, estas alteraciones psicológicas han estado invisibilizadas a pesar de que continúan aumentando y aún hay escasos especialistas que puedan dar respuestas asertivas ante los casos que suelen revestir complejidad
Cuanto más se tarde en tratar, las posibilidades de mejora y remisión total son más escasas. El tratamiento es necesariamente largo y, por lo tanto, costoso, siendo un equipo de profesionales especializados quienes asumen los retos.
En países donde hace años que se tratan, se ha calculado (estadísticamente) que para la remisión total se necesitan, al menos, cuatro años para asegurar que no se produzcan recaídas.
En Costa Rica todavía no existen unidades hospitalarias públicas especializadas que puedan recibir a los afectados en régimen de hospitales diurnos, donde los pacientes puedan permanecer varias horas cada día internados, regresando a dormir a sus casas, recibiendo tratamiento interdisciplinar, incluyendo el control alimentario bajo la rigurosa supervisión y control profesional (para que no escondan los alimentos o utilicen otras estrategias que son parte de estas enfermedades).
Entendiendo las repercusiones que traen, se hace imprescindible tomar conciencia y que dejen de ser un tema tabú e innombrable, pues muchos afectados los padecen hace años y sufren su estigma.
No son un capricho, ni fáciles de curar con un simple régimen alimentario. La alteración alimentaria es solo la punta del iceberg y solo profundizando en sus causas psicológicas con el apoyo de la familia y los profesionales se podrá lograr una buena recuperación.
*Licenciada en trabajo social con énfasis en intervención terapéutica.
Experta en trastornos de la conducta alimentaria.