Es la primera costarricense reconocida por World Press Photo, la más prestigiosa organización de fotografía de prensa.
Por: Miriet Abrego
Gabriela Téllez es un nombre que tal vez no suene conocido para muchos en Costa Rica, fotógrafa nacida en la capital, y quien a sus 35 años se convirtió en la primera persona en Costa Rica en ser reconocida por el prestigioso World Press Photo, como uno de los seis talentos fotográficos emergentes de norte y Centroamérica para el 2020.
World Press Photo, fundada en 1955 con sede en Ámsterdam, es una organización que cree en el poder de mostrar historias a través de la fotografía y mediante el fotoperiodismo. Organiza uno de los concursos más importantes de imagen en el mundo, y Gabriela logró colocar a Costa Rica en el mapa de la fotografía mundial, gracias a su sobresalientes proyectos fotográficos de “La 30” y “Hermano Simón”.
Téllez inició sus estudios superiores en la Facultad de Artes de la Universidad de Costa Rica (UCR), luego ingresó a especializarse en fotografía en la Universidad Técnica Nacional (UTN), y en 2010 se trasladó a Francia para participar en la residencia de la Escuela de Fotografía de Arles. Posteriormente, obtuvo su maestría en Arte Contemporáneo en Creación y Estudios obteniendo la especialización en Arte y Existencia en la Universidad de Lille III.
En sus narrativas participan la oscuridad y el color para mostrar los temas que capturan sus ambivalentes gustos, ella no tiene determinantes establecidas, le huye a los modos de vivir tradicionales, y al parecer sus únicas certezas son el cambio y la afición por los plumíferos, como sus gallinas Clotilde y Clemencia con las que comparte el desayuno en las mañanas, y con quienes vive junto a su pareja en Lille, Francia.
El encuentro entre Gabriela y la foto nació desde Bellas Artes de la UCR por allá del 2003, “me di cuenta que no era tan buena como yo pensaba que podía ser (risa) entonces dije, para ayudar a mis carencias voy a estudiar foto a ver qué tal, y me terminó gustando más, así fue como comencé”.
Cuéntenos de Francia, ¿por qué decidió irse y qué ha sido lo más difícil y bonito de vivir allá?
Ya había terminado el bachillerato en artes plásticas y el diplomado en foto, y tenía unos años de trabajar en foto, pero decidí irme porque siempre sentí que la formación que recibí aquí nunca fue suficiente, que más bien fue muy deficiente; entonces, me iba a pequeños talleres y buscaba reforzar las carencias en cuestiones más reflexivas, analíticas y críticas, sobre la foto.
Cuando llegué a Francia, vi que el nivel técnico de nosotros era muy bueno, que el manejo del flash, la luz, las cuestiones de la cámara muy bien, pero que conceptualmente yo no tenía ningún desarrollo, tenía una mentalidad muy plana, cuadrada, de registro.
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Una cosa que me sorprendió de conocer a los otros estudiantes en Francia fue que eran gente muy segura de sí misma, a veces a uno aquí le enseñan a ser muy el humilde, y si, hay que ser humilde, pero la humildad no quita que usted reconozca sus valores y sus cualidades como profesional, entonces yo veía que ellos a veces presentaban ideas tan malas, pero con tanta seguridad en sí mismos que terminaban convenciendo a cualquiera.
Me fui muy ingenua, también que fue parte del choque cultural, yo creía que como la escuela era un lugar de fotógrafos iba a hacer muchos amigos y al revés, ellos lo ven a usted como la competencia en el momento y en el futuro, porque el mundo de la foto es muy pequeño, entonces es muy competitivo sea cual sea el país en que usted esté.
Lo que amo de Francia es que ando segura, no tengo que andar caminando como un cangrejo viendo de lado para ver quien me anda siguiendo, tengo una casa sin barrotes en las ventanas. Lo que siento mejor allá son dos cosas, una cuestión de calidad de vida, que no pierdo dos tres horas de mi cotidiano en un transporte, sino que allá los transportes públicos son muy buenos muy seguros, y que hay un gran aprecio y presupuesto para la cultura, allá hay muchos medios, demasiadas revistas.
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Entonces por ejemplo, me metí a este máster que se llamaba Arte y Existencia (que ahora se llama Arte y Responsabilidad Social, un nombre más acertado), sobre cómo usa usted sus capacidades o su saber artístico, dirigido a poblaciones fragilizadas, es decir a poblaciones que se encuentran en hospitales, cárceles, en situaciones migratorias irregulares, que necesitan un respiro, un descanso, justamente lo que brinda el arte.
Visiones contrastadas
Preguntando más, se logra esbozar una pragmática y dualista mujer, quien funciona mejor a partir de las cosas que no le gustan: odia los pepinos, el reggaetón y los libros de autoayuda de forma tajante, por ejemplo; pero al mismo tiempo, le gusta ir al supermercado a comprar verduras escuchando lo que ella llamó como “techno del espacio”, “ir a hacer cosas de señora con música chiva”, dijo hilarante.
¿Cuáles son los goces de Europa que debe envidiar la fotografía y en Costa Rica?
No me gusta mucho la frase de “los goces de Europa”, porque me parece despectiva, sentir superioridad o desprecio por algo que tiene que ver con algo muy personal, la gente a veces me dice, “ay qué dichosa usted allá en Europa”, pero allá hay mucha competencia, hay que pulsearla un montón. Para los que nos hemos ido, saben que es muy difícil tener cierto grado de éxito, no ver más a la familia, ni a la gente que uno quiere es difícil.
Después, todos los países tienen cosas positivas y negativas, y bueno, a mí no me gusta vivir como en la canción de “Caña Dulce”, la vida de tener la casita y la carreta con los bueyes, que es equivalente al carro del hoy, y la milpa, no, yo no quiero sólo eso en la vida tampoco.
De 20 oportunidades a las que aplico, tal vez me escogen en una, entonces detrás de cada éxito que yo pueda tener, hay un montón de fracasos, se come frustración. Hay que seguirse esforzando aunque parezca que no es posible. Con esto de la pandemia he intentado desarrollar más mi sentido de adaptación.
¿Cómo influyen los estudios en su trabajo diario?
He pasado por muchos cambios, en Costa Rica técnicamente aprendí cosas muy buenas y en Francia aprendí conceptual y teóricamente mucho más, pero en mi trabajo no siento que sea la academia la que me dé una influencia, si me dio una base y una dirección, pero lo que me ayuda hoy en día en mi trabajo son las experiencias que voy recopilando.
La primera vez que revelé en el cuarto oscuro fue con el profesor y fotógrafo Rudolf Wedel, estábamos haciendo cámara estenopeica, y como era una caja de cartón con el huequito que uno le hacía, yo decía, ¡qué va a salir nada de acá! y todas las fotos que hice me salieron, esa fue la primera vez que sentí que era capaz de hacer cosas buenas en foto, desde entonces, es cierto que me ha hecho sentir capaz de hacer mucho, si la foto no hubiera sido el principal motor, yo no hubiera vivido tanto.
¿Qué factores pesaron más para que llegara aquí el día de hoy?
Después de mi primer periodo en Francia le di punto final a la academia, por el momento, pero después de eso empecé a aplicar todo lo que había aprendido, la cosa es que lo hice en un lugar donde no necesariamente iba a ser útil, un medio reconocido nacional. No fue una experiencia bonita en muchos sentidos, porque yo sentía que era un trabajo esclavizado, donde muchas veces se cubrían noticias estúpidas, temas tontos, pero la experiencia de estar ahí me ayudó a comprender cuestiones de organización creativa , porque durante un tiempo no solo fui fotógrafa, si no también editora, fue una experiencia muy intensa para bien y para mal, me ayudo bastante. Luego fui profesora un tiempo.
¿Cómo fue la experiencia del concurso World Press Photo, y por qué eligió el proyecto de “La 30” y “Hermano Simón”?
A uno lo nominan, a mí me nominó la fotografía Joana Toro, dije que sí y me pidieron tres trabajos que no tuvieran más de cinco años de realizados, me indicaron un tiempo y una cantidad determinada de fotos a entregar. Escogí el de los buses de el Salvador “La 30”, ya que esta siempre ha sido mi carta más fuerte en mis trabajos, creo que es el que más representa mi estilo, me gusta trabajar en clave baja, con luces artificiales, yo utilizo la fotografía con mucho color. Luego el trabajo de San Simón y otro que hice con el colectivo Nómada, pero principalmente siento que ese trabajo habla mucho de mi forma de fotografiar en específico.
¿Qué ha pasado desde el reconocimiento?
No mucho (risa), el reconocimiento es muy bueno, pero yo llegue a ciertas conclusiones después de eso, la organización de World Press Photo me apoyó mucho, un premio puede abrir ciertas puertas pero tampoco va a ponerte las cosas en bandeja de plata, uno debe seguirse esforzando, en un mundo donde hay tantos fotógrafos y tanta competencia, es muy bueno por que ayuda a dar bastante visibilidad, pero después de ganar un reconocimiento así, no se puede llegar y echarse en los laureles y decir, bueno ¡ya está!, más bien después de eso hay que trabajar el doble o triple más duro porque ya hay cierta exigencia o cierta presión sobre usted.
Este premio es para fotógrafos emergentes, y sí, yo tengo muchos años de trabajar ya, pero mi trabajo ellos no lo conocían, nunca tuve visualización más allá de lo que hacía acá nacionalmente, y como que el premio sí me hizo emerger en ese sentido, pero para mí no fue el inicio de una etapa nueva o de una oportunidad nueva si no como el cierre de algo, y más porque ahorita no estoy interesada en trabajar para medios.
Dicotomía entre el realismo y la imaginación
A Gabriela no le gustan las etiquetas como la de fotoperiodista, es más, por ahora dice estar cansada de ser tan realista, por lo que quiere gestar nuevos proyectos apuntando hacia la plasticidad y el collage. “Estoy tratando de negar un poco más la realidad de lo que estoy fotografiando, pero apenas estoy iniciando”, asegura mantendrá su narrativa y esa maravillosa oportunidad que da la foto para contar historias, “esa es la meta de ahorita, puede ser que dentro de un mes diga, no, yo amo el fotoperiodismo (risa), me gustan las posibilidades y las puertas abiertas.”
Acerca de la educación visual en Costa Rica, Téllez señala las carencias como un asunto multifactorial, desde los profesores que solo se dedican a la docencia, y no crean ni desarrollan proyectos lo cual es un problema pedagógico, pero además, lo describe como un asunto de los contextos que nos rodean, y determinan los espacios físicos que saturan nuestro paisaje todos los días como, barrotes, alambres de púas, la aglomeración que se vuelve parte de una identidad visual- cultural y que hay que saber poner a favor.
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También puntualizó “uno siente que aquí hay muchas cosas que hacer, lo que pasa es que no hay el apoyo, y es razonable en un país donde cuesta que las necesidades básicas se cumplan, y como no hemos logrado que el arte tenga esa valorización, porque no lo hemos cultivado tampoco en las personas, la cultura en Costa Rica no ha logrado traspasar a otros ambientes, como los trabajos que yo he hecho en el hospital o en los colegios por ejemplo allá en Francia.
Sobre el tema del feminismo, reconoce una lucha válida que ha contribuido a visualizar muchas cosas que no corresponden, como las brechas salariales o el acceso a oportunidades, y agrega: “La cuestión es que yo nunca he visto el mundo bajo una óptica de división de géneros, a pesar de que viví injusticias y también las veo; como esto de que en Centroamérica todas las agencias de medios son puros hombres los que están a cargo, o cuando me ofrecieron un puesto de editora en el medio nacional que mencionaba, pagando menos salario que la persona anterior que era hombre.
Sí he vivido esas situaciones, pero nunca he dejado que me determinen, lucho por lo que creo que es correcto y no me gusta ningún tipo de injusticia sea la clase económica, el género, la raza o de donde vengan, pero no me gustan las etiquetas. Yo digo que es como una anarquía de pensamiento, pensar por mí misma; hay cosas del feminismo que yo puedo echar para mi saco y cosas de otros movimientos que puedo también tomar, pero finalmente yo me hago mi propio mundo y mi propia filosofía, mientras esta no le genere daños a terceros, no importa.