Cuando se comparan los sueldos de mujeres no madres con mujeres madres, la disparidad salarial es la equivalente a la de hombres (padres o no) con mujeres (madres).

Por: Julieta París*

Ser mujer no debería ser más difícil que ser hombre; y en muchas culturas, y en algunos momentos en todas las culturas, parece que lo es.

Ser mujer, en realidad, debería ser igual que ser hombre. Nacemos del mismo lugar (precisamente de una mujer…, de otra mujer…) y al morir, nuestro cuerpo se deshace de la misma manera, y al mismo ritmo.

No obstante, la realidad es estremecedora en lo relativo a muchísimas de las variables de nuestra cotidianidad: la violencia, el abuso, el maltrato, la pobreza, parecen dispararse cuando hablamos de la mujer, y cuando hablamos de lo femenino.

El asunto social que mejor refleja esto es la disparidad salarial –o diferencia salarial de género, también conocida como brecha salarial–, definida como la diferencia existente entre las retribuciones salariales de los hombres y de las mujeres expresada como un porcentaje del salario masculino.

De acuerdo a la Organización Internacional del Trabajo (OIT), por término medio, las mujeres continúan ganando en todo el mundo un 20,5 % menos que los hombres en el mercado de trabajo por el mismo empleo, o lo que es lo mismo: las mujeres cobramos 79,5 centavos por cada dólar que ganan los hombres. Esa diferencia en Costa Rica es menor, del 7,8 %.

Y aunque en la actualidad son muchísimos los países que están implementando programas para reducir dicha brecha (destaca el caso islandés, que lanzó el 1 de enero de 2018 una ley de igualdad salarial) todavía estamos muy lejos de conseguir la equidad, ya que son muchas las variables implicadas en el sostenimiento de esta brecha.

En mi opinión, la tardanza en la recuperación está en que se han mezclado muchas de las variables que interfieren en esta distancia salarial, y que por otro lado (y la historia nos lo recuerda cuando nos dignamos a revisarla) las mujeres hemos llegado muchas veces tarde a los eventos importantes: llegamos “tarde” al estudio obligatorio; llegamos “tarde” a la universidad; llegamos “ tarde” a votar; llegamos “tarde” a la posibilidad de elegir si queríamos casarnos o no; llegamos “tarde” a la decisión de querer ser madres o no; llegamos “tarde” al deporte de alto rendimiento (durante mucho tiempo se pensó que nuestro cuerpo se estropearía si hacíamos algún tipo de deporte); llegamos “tarde” a ser consideradas inteligentes (durante mucho tiempo se pensó que nuestro cerebro, al ser más pequeño que el de un hombre de nuestra misma altura nos mermaba capacidades intelectuales…) y en la actualidad parece que llegamos “tarde” a la hora de recibir nuestro sueldo.

Una de las últimas conclusiones al respecto, que cambia de algún modo el paradigma pero que nos sigue afectando directamente como mujeres, es que son varios los estudios que demuestran que la variable real que explica la brecha salarial de la que hablábamos más arriba (la del 20,5 %) no es ser hombre o mujer, si no ser madre o no, puesto que cuando se comparan los sueldos de mujeres no madres con mujeres madres, la disparidad salarial es la equivalente a la de hombres (padres o no, eso si…) con mujeres (madres).

Es decir, que podríamos concluir que es la variable maternidad la que nos aleja de la valoración profesional materializada en nuestro sueldo. Es por eso muy interesante el caso islandés, también anteriormente mencionado, puesto que la primera medida que implantó el gobierno para la reducción de la brecha salarial fue la obligatoriedad de la baja por paternidad (hasta entonces solo existía la baja por maternidad) lo que garantizaba a las empresas que contratasen a quien contratasen, su trabajador o trabajadora, dejaría en su momento de asistir al trabajo para atender a su bebé, evitándose por tanto esa tendencia que “sacaba” a las mujeres de la carrera profesional ya que si estaban en edad fértil tendían a no ser contratadas por las empresas.

Desgraciadamente, esto no suena demasiado bien, porque entonces, si me alegro por que se reconoce que no soy discriminada salarialmente por ser mujer, sí se reconoce que, de algún modo, se me penaliza por ser madre.

La maternidad es ese mundo fascinante dónde la mujer descubre sus superpoderes y su tendencia (hasta entonces desconocida…) a realizar malabarismos existenciales.

No obstante, es ahora dónde la baja por paternidad cobra una especial relevancia a la hora de disminuir la brecha salarial, como hizo Islandia y cómo están haciendo otros muchos países.

En Costa Rica hay en marcha una iniciativa de este tipo, lanzada por el diputado Enrique Sánchez (del oficialista Acción Ciudadana). Una iniciativa que, por cierto, ya ha mostrado resistencias por parte del empresariado nacional (ninguna sorpresa en el horizonte).

El camino, o quizás seria mejor decir “El Puente”, que una las dos orillas de la brecha, aunque sea un aspecto sociológico de crucial importancia, debería (y debe) empezar en casa, lugar donde de forma inconsciente más se cae en los tópicos de lo que es propiamente masculino y de lo que es propiamente femenino.

El poder femenino empieza en reconocer que, básicamente, es un poder humano. No debemos caer en la trampa heredada de “esto es de chicas” o “esto es de chicos”, por mucho que la sociedad trate de inocularnos que así son las cosas.

Anticipando próximas columnas les aviso que son las hormonas las que determinan nuestras diferencias, no la sociedad. Si sientes que quieres hacerlo, hazlo. Si sientes que no quieres hacerlo, no lo hagas. Pero empieza el puente siendo tu misma. Eres lo mejor que tienes.

*Psicóloga & Antropóloga

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