60 pares de pies descalzos corrieron libres tras un balón en territorio Cabécar.

Por: Miriet Ábrego

Llovía poco, pero constante. Eran las 7 de la mañana de un domingo de julio en el montañoso territorio indígena de Tayní Cabécar, ubicado en la provincia de Limón. Algunos de la prensa esperábamos frente a la casa de la cantora tradicional Mildred Blanco y su esposo Jeison Morales. Esperábamos que todo iniciara. La familia de Blanco, miembros de la comunidad de Jabuy y la Fundación GOLEES extendieron una invitación a participar de un evento deportivo especialmente para las niñas indígenas de las comunidades cercanas.

Este evento tendría como invitada especial a Stephannie Blanco, primera mujer indígena en jugar en la Selección Nacional y ahora nueva jugadora del Sporting Club Huelva donde seguirá jugando en la máxima categoría de España. Stephannie se encontraba en el país de vacaciones, por lo que su tía Mildred y otras mujeres pusieron en marcha un torneo de fútbol a desarrollar en la escuela de Jabuy. 

La comunidad de Jabuy pertenece al territorio Tayní Cabécar de la región de La Estrella
La cantora tradicional Mildred Blanco sirviendo el platillo tradicional cabecar ‘Jaba Jaba’, plato de verduras con pollo de patio. 

Así fue como animaron a las comunidades a que participaran, convocando a las niñas y adolescentes que disfrutan de practicar fútbol para así formar equipos de distintos lugares: llegaron 60 niñas y adolescentes jugadoras de Tainy. La Fundación GOLEES (Género, Orgullo, Libertad y Empoderamiento de Ellas en la Sociedad) se encargó de la logística del torneo. 

Ya eran las 8 am y en la escuela de Jabuy arribó la primera buseta que transportaba a seis niñas y a una profesora bajita de gorra azul y botas altas. Las niñas bajaron presurosas, pero al vernos con las cámaras y la notable tez no indígena nos daban las espaldas y se reían.

Mujeres de la comunidad trabajan preparan comidas como la carne de cerdo con yuca y plátano para vender durante el torneo.
Una cocinera camina cargando una caja por la única calle de los alrededores. 

Llegaron cada vez más chicas. Un grupo de ellas se trenzaban los largos cabellos negros para poder jugar con mayor comodidad, me acerqué y, aunque al principio estuvieron tímidas, luego se expresaban más cómodas y me mostraron cómo se hace una buena trenza. En ese instante solo se podía percibir las ansias que tenían por empezar a jugar

Eran unidas y alegres. Nos permitieron retratarlas, saber por sus comunidades y un poco de sus entornos. Venían de las comunidades de Bella Vista, Boca Cohen, Cerere, Gavilán y las anfitrionas de Jabuy. Unas se veían muy niñas y otras eran adolescentes fuertes, la mayoría estaban estudiando y otras además venían cargando a sus pequeños hijos. 

Las motocicletas son uno de los principales medios de trasporte en la zona ya que con las crecidas de los ríos y la falta de puentes, esta es la mejor opción para poder transitar.
Niños de la comunidad de Jabuy se comen un ‘boli’ en medio de la actividad comunitaria.

La dura realidad de los territorios indígenas es esta: la gran cantidad de embarazos adolescentes, junto a aspectos como la problemática de las relaciones impropias, la falta de métodos anticonceptivos y la poca información en general, que vuelven a estas niñas especialmente vulnerables a una maternidad anticipada y quizá no deseada. 

Según el censo de 2010, el porcentaje de mujeres adolescentes indígenas que son madres es de 10,2 %, mucho mayor al total nacional de 4,3 %. Durante 2019, 7.776 niñas de edades entre 15 a 19 años dieron a luz en Costa Rica, el 12,1% del total de nacimientos de ese año. Mientras que en niñas de 14 años o menos esta cifra fue de 264, el 0,4% del total de nacimientos, según datos del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). 

Jugadoras se realizan distintos tipos de peinados con el fin de no tener distracciones a la hora del juego. 
Las niñas del equipo de la comunidad Bella Vista cruzan una pequeña tabla de madera rumbo hacia la cancha.

Goles a pies descalzos

Casi era hora de arrancar la jornada, la cancha había sido marcada. Aunque en realidad no era una cancha, sino un potrero que un vecino facilitó moviendo su ganado a otra parte para que la actividad pudiera darse. Mildred y Jeison habían pasado toda una semana recogiendo boñiga y chapeando para hacer funcional el espacio. 

Se dividió en dos canchas para jugar de manera simultánea y dar abasto con las 60 anhelosas jugadoras, las reglas del juego eran sencillas y novedosas, no había árbitro ya que mediante la resolución pacífica de conflictos las niñas tenían que llegar a acuerdos en la cancha de juego.

Fundación GOLEES busca abrir espacios para brindar talleres con temas como la corporalidad, derechos sexuales y reproductivos, además de prevención y acción frente a violencia de género.
Balones entre el barro y una pala. 

Por otra parte, debido a la falta de calzado apropiado y la desventaja de que unas lo usaran y otras no, se decidió jugar con los pies descalzos, lo que resultó no ser un problema mayor para niñas, ya que parecían estar muy acostumbradas a ello.

Sortearon el orden de los equipos, conformados de seis a siete niñas, tomaron posiciones, se hicieron las fotos por equipo para enmarcar el recuerdo y el pitazo de inicio resonó. Vecinos de la comunidad se empezaron a acercar para apoyar a sus jugadoras favoritas.  

La jugadora Stephannie Blanco observa el torneo con detalle para determinar que niña tiene el mejor desempeño entre los encuentros. 
Niñas de las comunidades indígenas entre 12 y 17 años jugaron descalzas sin mayor problema.

Carme Salleras, directora de GOLEES, comentó que la meta es ir de la mano con las comunidades, los profesores y otras dirigencias indígenas para seleccionar de estas 60 niñas un grupo de 30 (entre los 12 a los 17 años), quienes iniciarán un proceso de seis meses con talleres cada domingo.

“Usamos el fútbol como herramienta de transformación social. Vamos a ver temas como corporalidad, derechos sexuales y reproductivos, además de prevención y acción frente a violencia de género. También vamos a hacer un módulo de transferencia de herramientas y estrategias para la autogestión del proyecto para que estas niñas acaben siendo lideresas y puedan replicarlo a las comunidades”, explicó Salleras.

Una joven salta para intentar dar un cabezazo al balón en una cancha húmeda y resbaladiza. 
Una portera se resbala al intentar recuperar el balón del espeso y acuoso suampo.  

Resultaba difícil detener la mirada en un solo objetivo. Algunas jugadoras tenían uniforme, otras vestían estilos muy variados, unas usaban medias y otras al resbalar se las quitaban. La cancha estaba mojada, pero no había tanto barro como supuso el aguacero de temprano. Las risas empezaron a verse en ambas canchas, ellas corrían contentas, libres. No parecían preocupadas por cómo lucían, ni quién las veía.

Daban pasos muy firmes, parecía que todas sus vergüenzas se habían ido de una patada. Las porteras se tiraban literalmente al punzante suampo que les llegaba hasta las rodillas para recuperar el balón. Algunas veces se apuñaban y otras conectaban pases que sorprendían a toda la audiencia. Unas chicas jugaban mejor que otras y sí que se presentaron jugadoras con destrezas notables.

Una jugadora se lamenta tras fallar un lanzamiento hacia la portería.
Vecinos de la comunidad disfrutan de los ‘gallos de a mil’, con cerdo, plátano y yuca servidos en hoja de plátano. 

Avanzaba la jornada, se observaban a más personas de la comunidad reuniéndose, las esperadas ventas de gallos, refrescos y ‘apretados’ completaron la experiencia colectiva. Los entrenadores cada vez gritaban más fuerte para apoyar y guiar a las niñas hacia la deseada final. Los penales no faltaron, al igual que el apoyo del público en medio de cada disparo.

Y así se llegó a la gran final: Bella Vista contra Gavilán. El equipo de Bella Vista se ganó los aplausos de todos. La mayoría eran muy pequeñas, pero se habían enfrentado a las mayores con una gran seguridad y destreza. Esas niñas sin miedos ganaron el torneo tras imponerse por 2 a 0 en la final.

La jugadora Stephannie Blanco dio unas palabras de agradecimiento y motivación en el cierre de la jornada. Mencionó que ella fue una niña igual a ellas, jugando descalza entre la maleza, por lo que las instó a luchar por sus sueños y metas, ya que “al final vale la pena todo el esfuerzo”. 

La asistencia de los vecinos fue aumentando conforme avanzó la mañana.
Las niñas del equipo de Bella Vista calientan antes de iniciar el último partido, del cual salen victoriosas 2 a 0 contra el equipo de la comunidad de Gavilán.

Ofreció una de sus camisetas personales a la jugadora que ella consideró la mejor de la jornada. La niña galardonada, en lo que pareció un ataque de pena ante los presentes, se resistió a acercarse, pero sus amigas en un acto de apoyo la acompañaron y así recibió su premio.  

Al final de la tarde se despidió Stephannie, quién debía partir a territorio Bribrí con otros familiares. 

Regresamos a la casa de Mildred con la promesa de que escucharemos la grabación de su canción Alakalawa Sakei, que en español significa ‘el valor de la mujer’,  la cual había estado practicando  para una grabación especial en el Canal Trece, en el marco de la celebración del Bicentenario.  

Jóvenes madres y sus hijos parten hacia sus hogares una vez finalizada la jornada deportiva.
Una pequeña niña indígena ayuda cargando una caja de cartón rumbo a su casa, la cual se encontraba aproximadamente a media hora caminando a pie.

La falta de datos actualizados sobre los territorios indígenas en Costa Rica provoca una difícil lectura de la situación real, en una población históricamente vulnerada y excluida de oportunidades donde se viven los mayores niveles de pobreza y discriminación del país. El último recopilatorio de datos del que se tienen mayor información fue el Censo Nacional de Población del año 2010 que confirma la situación de pobreza extrema y el embarazo adolescente.