¿Qué pasa si tengo cientos de likes, versus qué ocurre si nadie da “me gusta”?
Por: Julieta París
Las redes sociales han cambiado nuestra forma de comunicarnos. A pesar de que tienen muchas ventajas (nos permiten comunicarnos instantáneamente con personas de otras partes del mundo, conocer a gente que en otras circunstancias serían muy difícil de conocer, tenemos acceso a lugares que están a miles de kilómetros de nosotros…) también entrañan ciertos ‘contras’ y, en algunos casos, peligros. Las redes favorecen un anonimato que pocas veces es amable,y conceptos como troll, hater o stalker esconden personalidades en muchos de los casos psicópatas que utilizan las redes sociales para embaucar. Cuántas veces hemos leído casos de personas que mienten en sus perfiles, y esto, en todas las facetas de sus vidas. Es decir, mienten en lo relativo a su imagen (llegando a poner fotos en su avatar de otras personas…); mienten en lo relativo a lo profesional y sus capacidades; en la edad, y así hasta llegar a la mentira mas grave: la mentira en la intención. El adulto que se hace pasar por adolescente. El hombre que seduce a través de la red y sus mentiras y esconde un agresor sexual. Incluso el que seduce para ‘simplemente’ robar.
No obstante, estoy convencida de que la persona que está leyendo esto piensa que a él/ella no le va a pasar. Que es muy consciente de lo que publica y comparte. Que valora muy bien qué contenidos sube a su red, o con quien chatea o habla…, o qué mensajes responde. Puede que incluso tenga las redes privadas. Y que nunca hable con alguien que no conoce, como mucho si hay conocidos en común.
De lo que no estoy tan segura es de si uno es consciente desde dónde se ubica emocionalmente cuando usa las redes sociales. Voy a intentar decirlo de una forma más sencilla. En realidad, ¿Qué es lo que buscas cuando compartes una fotografía? ¿Qué sientes cuando tienes un like? ¿Qué sientes con cada seguidor nuevo, con cada nueva solicitud de amistad? ¿Y con cada comentario? ¿Qué sientes cuando alguien comparte lo que has publicado? ¿Y cuando te entra un mensaje nuevo para felicitarte o decirte lo guapa que has salido en la última foto? ¿O para decirte lo bien que te ve? Ay, amigos: Ego, Ego, Ego y más Ego.
No estoy diciendo que lo único que sostiene las redes sociales sea el Ego. Ya hemos hablado más arriba de las bondades de las mismas, de todas las ventajas que nos traen en el día a día. Para mí, particularmente, las redes sociales tienen muchas ventajas, y por si alguien le sirve le explico mi “estrategia”. Tengo dos perfiles por red: Uno personal y otro profesional. El personal, siempre es privado. El profesional, siempre es abierto. Y esto, me permite asumir las consecuencias del uso de las redes. Pero repito, a nivel de beneficios, poder ver cómo crece mi sobrinita tica, o los hijos de mis amigos chilenos (yo vivo en España), ver sus barbacoas o escuchar sus conciertos a tiempo real compartidos por stories de Instagram, me hace tremendamente feliz… Por eso quiero explicar bien a qué me refiero con el Ego y más Ego que decía antes.
Es la relación que muchas veces pasamos de largo, entre uso de redes sociales y autoestima.
Nosotros podemos tener claro el valor de una persona (todas tienen valor, por supuesto, pero el valor de alguien está en lo que es; no en lo que hace o tiene, y las redes sociales juegan mucho con esto), o el valor de una amistad: podemos tener quinientos amigos en Facebook. Pero, ¿con cuántos puedo contar en casos de necesidad?
Hemos creado una cultura de los followers, como si a más seguidores, uno tuviera más valor. Hemos convertido en influencers a personas que no están preparadas, ni emocional ni intelectualmente en muchos casos, para asumir un liderazgo carismático o real. Personas que confunden la realidad con la virtualidad, dónde, si algo no puede ser fotografiado y compartido al momento, no ha existido. De hecho, es un síndrome con nombre propio: ‘FOMO’ (Fear Of Missing Out o sensación de perderse la diversión o los eventos importantes). Hasta el concepto de ‘la fotografía’ ha cambiado. Antes, “la” fotografía, aquella imagen que nos dejaba sin aliento era la que ganaba un premio en el World Press Photo (bueno, y para mí lo sigue siendo…) y ahora “la” fotografía es aquel rincón ‘instagrameable’ en el que se fotografían todas las influencers: puede ser un Starbucks, un atardecer en un acantilado (con los peligros que entraña), o un reto viral que favorezca la anorexia.
Y esto último es importante, porque existen redes sociales masculinas y femeninas. Y aunque por supuesto hay hombres y mujeres en todas, las redes sociales tienen su propio “sexo”: LinkedIn es principalmente masculina, mientras que Instagram, Facebook y Pinterest son femeninas. También Snapchat. ¿Y qué pasa con Twitter? En ella encontramos más perfiles de mujeres que de hombres, pero son los hombres los que tienen perfiles más activos.
Las estadísticas dicen que hombres y mujeres usamos las redes de forma diferente: las mujeres para hacer conexiones y mantener el contacto con familias y amigos; y los hombres para acceder a información que les permita ejercer algún tipo de influencia, reunir contactos relevantes, y en la medida de las posibilidades, mejorar su estatus profesional. De aquí se concluye que nuestro uso de redes sociales (como mujeres) es más emocional. Y el de los hombres, más intelectual.
La consecuencia natural de todo esto es que al exponer más nuestras emociones, todo lo que pasa en ellas (y también lo que no pasa), es más intenso en las mujeres. Me refiero a qué pasa si tengo cientos de likes, versus qué ocurre si nadie da “me gusta”.
Aunque todas las redes, como ya hemos visto, entrañan sus peligros, la más peligrosa para nuestra autoestima es Instagram. Especialmente en adolescentes. El ser humano tiene una tendencia natural a compararse con los demás, e Instagram se ha constituido como el principal escaparate para ‘lucirnos’ pero también para ‘compararnos’. Tras una encuesta realizada en 2017 por la organización sin ánimo de lucro con sede en Londres RSPH/YHM (Royal Society for Public Health/Young Health Movement), Instagram se consideró la red social que mayor impacto tenía en el bienestar emocional de los jóvenes.
Ese mismo estudio mostraba que 9 de cada 10 adolescentes están descontentas con su aspecto físico. Cómo psicóloga con práctica privada, me atrevería a decir que en la edad adulta es ¿10 de cada 10?
Siguiendo con Instagram, allí todos somos más guapos. Más artistas. Allí todos hacemos fotos estupendas. Comemos increíblemente sano. Tenemos rincones lindísimos y super acogedores en nuestras casas. Y viajamos a lugares increíbles. Allí parece que todos llevan una vida magnífica, mientras la mía es anodina. Aburrida.
Todo esto afecta a nuestra auto imagen, y la auto imagen a nuestra autoestima. Por eso, los likes se reciben como ‘limosna de reconocimiento’ (perdonen por la dureza del término, pero así lo veo) y cómo nuestro cerebro funciona con recompensas (en nuestro cerebro existe el llamado circuito de la recompensa ) nos ‘enganchamos’.
Sí. Las redes sociales existen y han venido para quedarse. De nosotros depende hacer un uso consciente y maduro de ellas; por eso, recuerde siempre que la vida es, absolutamente, lo que sucede más allá de la pantalla de su celular, tableta o computadora. La vida está fuera. La vida no es lo que ve en una red social, ni siquiera lo que le digan. La vida es ese sol que te quema. Esa música que te pone la piel de gallina. Es caminar descalzo y es que alguien te abrace y te recuerde que no estás sola. Ese sí es el mejor Like del mundo.
Julieta Paris
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