Hija de artistas, nació en París en 1988, pero se crio en Zapote desde los cuatro años. En esa casa vio escribir las primeras obras de teatro de su mamá y acompañaba a su papá mientras este pintaba sus cuadros. Fue una infancia entre dos culturas, pues la inscribieron en el Liceo Franco Costarricense y así no perdió su relación con el país europeo.

Al terminar el colegio decidió irse a estudiar cine a París, no le convenció y emigró a Bélgica. Allí fue a una pequeña escuela, de estudios técnicos. Su sueño no era ser directora, sino trabajar en el cine en otras áreas. 

Pero Valentina terminó con ganas de contar sus historias, por lo que hizo una maestría en una escuela de arte, para poder realizar sus propias películas.

Tras una breve (y premiada) carrera como cortometrajista, regresó a Costa Rica para rodar su primera película, ‘Tengo sueños eléctricos’ (2022). La película explotó en premios en el Festival Internacional de Cine de Locarno (mejor actriz, mejor actor y mejor dirección) o el premio Horizontes del Festival de San Sebastián, así como numerosos galardones en otros festivales internacionales y es candidata a los Premios Goya (los principales premios del cine en español).

Lo que más le gusta de su profesión es dirigir a los actores y actrices, es cuando siente que lo que escribió cobra sentido.

Tienes la nacionalidad francesa y la costarricense, te fuiste a estudiar a Francia y Bélgica, ¿cómo fue este periplo?

A los 18 años tuve ganas de irme a Francia a estudiar cine porque no sabía muy bien dónde estudiar cine en Costa Rica; o en todo caso, la escuela de cine, la Veritas, era un poco cara. Representaba el mismo gasto para mi familia que yo me fuera a estudiar a Francia.

Y yo quería aprovechar porque hablaba francés y tenía toda esta imagen de la cultura francesa muy idealizada. Me fui a París, pero ya una vez allá me llevé una pequeña decepción. Entré a la universidad y me di cuenta de que todo era teórico. Conforme avanzaba la carrera seguías estudiando teoría y terminabas siendo crítico de cine, lo cual me parecía muy absurdo.

Había que pasar exámenes terribles a los que aplicaban miles de personas y me pareció extremadamente violento, no estaba lista para algo así-

Por dicha, conocí a alguien que vivía en Bélgica. Es un país un poco extraño, un país pequeño en el que en las escuelas no había que hacer ese tipo de concursos, entonces me fui a estudiar allá, a una escuela pequeñita, no muy buena, pero eran estudios técnicos. A mí me servía, no era una escuela de arte muy solemne. Yo quería ser técnica de cine, directora. Supongo que porque mis papás, al ser artistas, yo quería ser algo más pragmático. 

Pero terminé teniendo muchas ganas de contar mis propias historias y eso me llevó a hacer un máster de una escuela de arte y a hacer mis películas. Pero no era lo que quería inicialmente. 

Me encontré con un país pequeño cuya escala a nivel humano me correspondía más y también que tiene una identidad un poquito particular. Bélgica es un país que tiene complejo de inferioridad siento yo, como Costa Rica, que creo que no deberían tener, porque es un país con una cultura increíble y con una historia del cine también apasionante. Fui muy feliz ahí.

Al terminar el máster, ¿te quedaste en Bélgica o volviste a Costa Rica? La película la rodaste en Costa Rica pero, ¿dónde estás instalada?

Me costó mucho decidir dónde vivir después de hacer el máster, me devolví a Costa Rica, ahí empecé a escribir mi primer largo (ya había hecho dos cortos antes, uno en Bélgica y otro en Costa Rica).

Cuando me instalé en Costa Rica no me sentí tampoco muy a gusto. Como que era demasiado el reencuentro con el pasado, con el sentimiento de asfixia de encontrarme en los lugares de la infancia donde todo el mundo se conoce.

Creo que eso le pasa a cualquier persona que se va de su país. Regresar no es fácil y a veces es imposible, pero me ayudó para la escritura, sentí como que de pronto esa inevitable distancia en la que estaba regresando me permitía tener una mirada hacia lo cotidiano, también al pasado, la nostalgia de haber vivido ahí los recuerdos de adolescencia… Todo me sirvió para escribir.

Ya después me mudé de nuevo para Francia en 2020 y ahí terminé de escribir mi primer largo, Tengo sueños eléctricos y regresé en 2021 a filmar a Costa Rica. En realidad lo que he hecho desde que me fui del país es ser bastante nómada y siempre encontrar alguna excusa para regresar a Costa Rica un tiempo: a hacer cine, escribir, pero nunca realmente volverme a instalar allá. Es una relación de amor-odio con mi patria.

Sueños eléctricos fue un bombazo, con multitud de premios internacionales. ¿Un reconocimiento tan temprano mete mucha presión a tu carrera?

¿Cuál fue la inspiración detrás de esta película y qué fue lo que te llevó a contar esta historia en particular?

Lo que quería era hablar de las dificultades de crecer como mujer. Lo duro que es la lucidez de la adolescencia, porque la gente piensa en la adolescencia como un momento brumoso en el que uno no entiende la vida, pero yo creo que es lo contrario. Es el momento en que uno se hace las grandes preguntas existenciales de la vida, que quizás eventualmente, cuando se hace adulto, no contesta o se olvida de contestar. Y eso es todo. Entonces, supongo que es normal que escribiera mi primer largometraje sobre ese momento de la vida. Y también quería hacer una película bastante cruda sobre lo que es ser adolescente y lo que es ser adolescente en la clase media de San José, porque también siento que hay un montón de historias de lo que es el costarricense que no nos han contado por pudor o por simplemente porque los costarricenses nos vemos a nosotros mismos de forma un poco simplista. Pensamos en nosotros como seres exóticos o en Costa Rica como simplemente un lugar turístico o del que tenemos que estar defendiendo una identidad un poco idealizada de gente muy humilde y buena. Yo creo que somos seres más complejos y eso es bueno y malo a la vez.

¿Cuáles fueron los mayores desafíos a los que te enfrentaste durante la preproducción, la producción y la postproducción? ¿Cómo los pudiste superar?

Los desafíos durante el proceso de producción fueron varios. Uno de ellos fue encontrar fondos. Tuvimos que hacer varias versiones de guion y al principio no fue fácil atraer fondos. En Bélgica conseguimos el fondo estatal, pero los fondos privados que intentamos obtener no querían financiar la película porque tiene un tema duro. Es una película que habla de violencia familiar, de sexualidad y eso no es muy atractivo. Por suerte, logramos conseguir fondos en Francia y lo más importante para mí era conseguir el fondo del FAUNO en Costa Rica, para que la película fuera también una coproducción costarricense. Yo no quería hacer una película crítica con la sociedad costarricense que estuviera solo financiada por capital extranjero.

Otro desafío fue distribuir la película después de terminarla. Como te decía, es una película que habla de temas sensibles y no es fácil de vender. Nos costó mucho encontrar un vendedor, que es el que se encarga de vender la película a los distribuidores, a los canales de televisión, etcétera. Por fortuna, el éxito crítico de la película en festivales nos permitió conseguir un vendedor y que la película se vendiera un poco.

En cuanto a los desafíos de producción concreta, es decir, de filmación, te puedo decir que enfrentamos varios desafíos relacionados con la crisis del covid, ya que tuvimos que filmar durante la pandemia. En Costa Rica no contábamos con las pruebas rápidas, así que teníamos que hacer pruebas de laboratorio todo el tiempo.

Tampoco podíamos filmar escenas en las fiestas de Zapote ni en la calle. Yo quería que fuera una película callejera, en la que pudiéramos captar a gente real, con su autorización, pero también con un estilo un poco documental. Pero eso era difícil con las calles vacías. Entonces, tuvimos que reconstruir totalmente las fiestas de Zapote, lo cual consumió una gran parte del presupuesto de la película. Pero lo logramos, y fue muy conmovedor. Porque la gente a la que le hicimos pruebas, cientos de personas, pudo vivir una experiencia de multitud después de dos años. Fue muy emotivo, realmente. Fue muy bonito. No tuvo esa dimensión artificial que yo temía que tuviera. Entonces pensé: bueno, el cine también genera estas cosas, y eso es lindo.

¿Fue más complicado venderlo en Costa Rica que en el exterior, tanto antes como después del éxito en los festivales? ¿Cómo fue la recepción de la película en Costa Rica en el país? ¿Hay suficiente apoyo al cine nacional o hace falta más por parte del estado y de la empresa privada?

Las películas que han tenido mayor reconocimiento en Costa Rica en los últimos años han sido tu película, «Clara Sola,» y «El Despertar de las Hormigas.» Estas películas tienen el nexo de contar historias de mujeres y han sido dirigidas por mujeres en Costa Rica. ¿A qué crees que se debe esto?

Volviendo a la industria, ¿qué opinas del papel de la mujer en la industria del cine? 

No es una pregunta fácil. Lo que siento es que quizás, como en Costa Rica, tenemos el sentimiento de que somos un país diferente, nos autorizamos a las mujeres cineastas a contar ciertas historias sin miedo a que se consideren poco importantes. Creo que en la historia del cine ha habido un complejo de inferioridad, el sentimiento de que las grandes historias tienen que ser historias masculinas. Contar historias de la intimidad se ve como un cine menor o poco ambicioso. Yo creo que, en realidad, las cineastas costarricenses sienten que venimos de un país pequeño y no nos importa eso, no estamos tan contaminadas por esa gran historia cinematográfica que aplasta a los cineastas de países con una historia más antigua en el cine, como Francia, por ejemplo. La experiencia que he tenido en Europa es darme cuenta de que los jóvenes y hasta los más experimentados están muy asustados con la idea de no ser innovadores, de no contar algo nuevo.

Tu película ha sido muy bien entendida en otros países. No es una historia local, sino que es muy global. ¿Cuál ha sido tu experiencia al presentarla en distintos lugares y ante distintos públicos? ¿Cómo han reaccionado?

Bueno, ha sido muy interesante porque he tenido reacciones distintas en cada país. Por ejemplo, en Corea, el público coreano tenía una clase, es decir, una reflexión muy teórica sobre la película. Estaban muy interesados en hablar sobre la forma en que la violencia se transmite y en la diferencia entre la rabia y la cólera. Fue una discusión muy filosófica. En otros países, como Serbia, presenté la película y tuve discusiones muy interesantes con mujeres jóvenes que tenían muchas ganas de hablar sobre la representación de la sexualidad femenina en la película, así como la representación de la masturbación. En todo caso, en estas discusiones, las chicas consideraban que era agradable ver una representación no idealizada, no edulcorada de la sexualidad femenina adolescente.

En cuanto a Rumania, no estuve allí, pero un director rumano me escribió diciéndome que la película le recordaba mucho a Bucarest. He tenido todo tipo de procesos de identificación con la película que me sorprenden mucho. Sin embargo, debo decir que la mejor respuesta la he tenido en América Latina, donde siento que los jóvenes entienden muy bien la película y se identifican muchísimo. Están contentos de verse representados de esta forma en una película centroamericana. Sentí como si me estuviera conectando mucho con otros públicos latinoamericanos, y eso me parece muy importante.

Antes, comentábamos sobre la dificultad de llevar adelante una película. ¿Cuánto tiempo pasó desde que comenzaste con la idea y el guion hasta poder estrenar la película? ¿Cuánto tiempo tomó? ¿Cuáles son tus planes para futuros proyectos cinematográficos? No sé si puedes adelantarnos algo.

La película la empecé a escribir en 2019 y la estrené en 2022. Fue un proceso bastante rápido para una película, ya que a veces puede llevar más tiempo. Ahora estoy escribiendo otra película y espero que el proceso sea igual de rápido, ya que tengo déficit de atención y no puedo trabajar en un mismo proyecto durante demasiado tiempo, o me aburro. Siempre digo que el motor con el que trabajo es el deseo, por lo que es importante mantener ese deseo hasta el final del proyecto.

La película que estoy escribiendo tiene relación con la primera, es decir, quiero filmarla nuevamente en San José. Cuenta la historia de una familia que en mi primera película eran personajes buscando un lugar donde vivir, pero en este caso, es más sobre una familia que busca deshacerse de una casa en la que vivió y de la que no es tan fácil deshacerse. Existe la sospecha de que hay un fantasma vinculado a la historia de la familia que no quiere dejarlos ir. La película se enfoca en la relación entre madre e hija, y nuevamente, quiero contar una historia que sea singular y que no idealice las relaciones materno-filiales. Quiero ofrecer una visión cruda pero también con humor y poesía sobre esa relación. Además, quiero utilizar la poesía como elemento de inspiración. La película se llamará «Siempre Soy Tu Animal Materno.» ¿Cuándo podríamos verla? No tengo idea, cada película es diferente, y esta podría llevar más tiempo, especialmente porque la vida a veces nos presenta otros planes.

Antes comentabas que querías en realidad ser técnico, ¿qué te inspiró a convertirte en directora de cine?

¿Qué es lo que más te gusta de hacer cine? Y, por otro lado, ¿qué es lo que más te cuesta?

Lo que más me gusta creo que es dirigir actores, porque cuando dirijo actores, entiendo que lo que escribí cobra sentido. Porque cuando escribo, no sé muy bien por qué estoy escribiendo esto o aquello, y no sé muy bien de dónde vienen las inspiraciones y las cosas. Y cuando dirijo actores, como que todo, tener que explicarle a un actor qué significa una escena, qué es lo que está pasando, de pronto cobra sentido para mí también. Y es el único momento en que todo cobra mucho sentido. Incluso después, ya cuando estoy en edición, la película la terminé, se la enseño a la gente, la tengo que conversar, comentar con periodistas. Ya no sé muy bien qué sentido tiene. El momento en que mejor lo sé es cuando estoy dirigiendo actores.

Y lo que más me cuesta de mi trabajo es tener que promocionar las películas y tener que dar la cara. En ese sentido, como que me gusta estar detrás de la cámara. Tener que hablar y hacer entrevistas, aunque, bueno, no te lo digo, pero siempre lo digo, o sea, yo detesto tener que hablar de lo que hago, porque me gusta más hacerlo. Y bueno, el cine no es como la poesía, que uno la escribe en su rincón, con sus tripas y sus sentimientos y sus cosas. Sino que uno tiene que estar vulgarizando todo, explicando y justificándose y defendiéndose. Y a veces en el proceso, pues, uno pierde un poquito de lo que inicialmente te gustaba, ese deseo del que yo hablo. Entonces, bueno, a veces pasa, pero igual lo hago y lo seguiré haciendo, y forma parte del trabajo. 

Hay directores que dicen que una vez que terminan el proceso de edición, de postproducción, que ya no vuelven a ver la película, que no van al estreno, que no hacen nada. ¿Te ha tocado ir a los festivales? ¿Te gusta o no te gusta ver tu película? ¿Dices, «Esto podría haberlo cambiado. Esto está muy bien»? 

Si yo fui a los festivales y tuve que volver a ver la película en un par de ocasiones. Habría preferido no hacerlo, pero cuando uno es su primera película, y yo soy una joven directora, pues hay que hacerlo, hay que jugar el juego. Pero espero algún día poder no hacerlo o hacerlo menos. Pero bueno, si me gusta compartir con el público, y eso espero poder seguir haciéndolo. Siempre se trata. Pero yo, que soy de naturaleza tímida, si hay algo que detesto es tener que acompañar la película, como si yo fuera un numerito más del circo ambulante que es lo de los festivales, pero de la vida.

¿Qué consejos o palabras de aliento darías a chicas que les interesa el cine?