Para la redacción de esta columna he tenido el privilegio y el placer de entrevistar a Doña Elizabeth Odio Benito, ilustre costarricense, quien ha sido la primera presidenta de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, jueza de la Corte Interamericana de Derechos Humanos desde 2016, jueza de la Corte Penal Internacional (2003-2012) y jueza del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (1993-1998), además de Vicepresidenta de la República de Costa Rica (1998-2002) y ministra en varias administraciones.
Doña Eli, muchas gracias por su tiempo y conocimiento, y sobre todo por su compromiso de vida con la lucha por la igualdad de las mujeres y el respeto a los derechos humanos. Gracias también por ser ejemplo de todo ello.
por Elena Galante Marcos*
Tenía otros temas en mente para esta columna. Temas actuales que sin embargo pierden relevancia al presenciar las imágenes de mujeres y niños en campos de refugiados huyendo de la guerra que acecha Ucrania desde hace un mes, o sufriendo en las calles y hospitales de su capital, Kiev, tras los bombardeos.
Todas las guerras son perversas, crueles, injustificadas e innecesarias. Todas repiten los mismos horrores y los mismos errores, y mientras me pongo en el lugar de esas mujeres que están pariendo en la estación de un metro durante los bombardeos, que se despiden del padre de sus hijos en la frontera o que se enfrentan junto con el resto de mujeres a un futuro inseguro e incierto, solo puedo pensar en cómo garantizar su seguridad.
En la mayoría de las guerras actuales las bajas civiles superan con mucho las de combatientes armados. Mujeres y hombres sufren violaciones de derechos humanos en los conflictos, y las mujeres y niñas son más vulnerables a la violencia sexual, especialmente a la violación. El impacto de la guerra tiene un peso especial para las mujeres.
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Amnistía Internacional, en su informe Crímenes contra mujeres en situaciones de conflicto, muestra algunas de las formas en que los conflictos afectan a las mujeres como arma de guerra. La violación se utiliza estratégica y tácticamente para conquistar, expulsar o controlar a las mujeres y sus entornos, y como forma de tortura para obtener información, castigar, intimidar y humillar. Es el arma universal empleada para aterrorizar y destruir comunidades enteras.
A pesar de que la violación de las mujeres durante las guerras está ampliamente documentada en la historia, las leyes que protegen a los civiles en los conflictos armados han tendido a no reconocer la violencia sexual contra las mujeres.
Según Human Rights Watch, las violaciones de guerra se “han presentado estrictamente como sexuales o de naturaleza personal, despolitizando el abuso sexual en los conflictos y por ello ignorados como un crimen de guerra”. Han sido minimizadas como una consecuencia o efecto secundario del conflicto generalizado, como si hubiéramos aceptado que las mujeres son botines de guerra y sus cuerpos campos de batalla.
Incluso después de la Segunda Guerra Mundial, tras los juicios de Núremberg en los cuales se escuchó a más de 240 testigos y se leyeron aproximadamente 300.000 declaraciones buscando responsabilidades de dirigentes, funcionarios y colaboradores del nazismo, no se hace alusión a violaciones o agresiones sexuales (cuando las mujeres fueron violadas y prostituidas por los ejércitos de ambos bandos).
Balcanes, punto de inflexión
El punto de inflexión hacia el cambio se gestó a raíz de la guerra de Bosnia-Herzegovina, también conocida como guerra de los Balcanes, conflicto que inició en el año 1991 después de que Croacia y Eslovenia proclamaran su independencia de la República Federal de Yugoslavia.
Gracias a los medios de comunicación, la opinión pública comenzó a dimensionar “la gravedad de las atrocidades y violaciones generalizadas, masivas y graves de los derechos humanos” cometidas en el seno de la guerra: desaparición forzada de personas, torturas, violación sistemática de mujeres, embarazos y prostitución forzada de miles de mujeres utilizadas como medio de depuración étnica y de terror… El 90% de las víctimas de esta guerra fueron civiles.
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En respuesta a dichas atrocidades, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas decidó aprobar la creación del ‘Tribunal Penal Internacional de las Naciones Unidas para la ex-Yugoslavia’, con la única competencia de juzgar los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad cometidos en la ex-Yugoslavia desde 1991. Este tribunal fue integrado por 11 jueces de diferentes países, 9 hombres y 2 mujeres. La costarricense Elizabeth Odio Benito fue una de las mujeres en ese tribunal.
La diferencia se empieza a gestar cuando las juezas mujeres de este tribunal (y del Tribunal Penal Internacional para Ruanda), empiezan a elaborar el concepto de la violación de las mujeres como una forma de tortura y crimen de guerra. Aquí radica el gran aporte.
Como resultado, en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (1998) se incluye como crímenes de guerra y como crímenes de lesa humanidad todas las violencias que sufrimos las mujeres en la guerra.
Gracias a esto, hoy en día quienes cometen violencia sexual contra las mujeres en los conflictos armados, pueden ser juzgados por tribunales nacionales o por la corte penal internacional como responsables de crímenes de guerra.
El primer juicio celebrado en la Corte Penal Internacional que condenó a una persona por la responsabilidad de las acciones que otros cometieron bajo su mando y por el uso de la violencia sexual como arma de guerra, fue Jean Pierre Bemba, líder del grupo rebelde Movimiento de Liberación del Congo (MLC), quien permitió que alrededor de 1.500 combatientes matasen, violasen y saqueasen durante 5 meses en la República Centroafricana. La Corte sostuvo que los soldados consideraron a sus víctimas como “botín de guerra” y como parte de su “compensación” por atacar y saquear el país. Esta condena es histórica porque lanza el mensaje de que no van a quedar impunes los actos de violencia sexual como crimen de guerra y por dejar claro que los altos mandos tienen responsabilidad en las acciones del resto aunque no las hayan ejecutado.
La historia se repite y desgraciadamente ya han comenzado a aparecer noticias en los medios de comunicación que lo reflejan (ver: Un militar ruso, en busca y captura por violar a una mujer en presencia de su hijo después de matar a su marido en su casa de Kiev).
No es una gran consolación saber que aquellas mujeres que sufran semejantes situaciones durante esta guerra de Ucrania, podrán ver a sus verdugos ser juzgados mientras se hace justicia. Sin embargo, es una muestra de que si bien las guerras son ejemplo de que la humanidad aprende poco o nada de los errores cometidos en el pasado, al menos un grupo de mujeres y hombres analizaron el pasado para contribuir y reivindicar por la seguridad de las mujeres en situaciones tan vulnerables.
Esta historia es parte de la historia que hemos de recordar desde las academias militares, desde las organizaciones humanitarias y desde todas las organizaciones en general para seguir fomentando una cultura de igualdad, diálogo y respeto hacia todas las personas, para promover una sociedad más comprensiva y empática que contribuya a gestionar las secuelas de este tipo de conflictos y a desarrollar los mecanismos necesarios para ayudar a aquellas personas que los sufren a recuperar una vida digna lo antes posible.
*Asesora en Sostenibilidad y gestión de la Responsabilidad Corporativa.